miércoles, 31 de octubre de 2018

La Playa está Triste


ESTAMPA FORÁNEA.
LA PLAYA ESTÁ TRISTE.
Hoy, por ayer, la playa está triste, tristísima. Nadie ha bajado a estar con ella. Nadie ha paseado por ella, ni allí donde las olas del mar la besan ni por el carrer de la mar, por su paseo.
Por el paseo de la mar nadie va.
Nadie se ha tumbado en ella, nadie yace tendido en ella.
Sí, está triste, muy triste está la playa. Triste y sola. Pareciera como si hubiera hecho una tontería y el sol la hubiera castigado a vivir en una penumbra, oscura, acongojante y fría, muy fría, asfixiante.
- El sol, enfadado e indolente, la ha introducido en un saco que se ha traído de otros lugares que en nada se parecen al de aquí y ha pasado de  largo dejándola encerrada. No se ha detenido para templar sus arenas. No ha querido pararse para que aquí y allí de la playa crezcan setas multicolores bajo las cuales toman el aire cargado de yodo las gentes.
Triste está la playa. Sí, muy triste. Hoy no le sacan sus cosquillas los niños quitándole arena de aquí y levantando con ella un castillito allí. No, no corretean los niños de un lado a otro. No chapucean, no gritan cuando el agua juega con ellos a tragárselos y luego los deja tumbaditos, a su orilla, en la playa.
No, no brilla hoy la playa. El sol no le pone a la arena de la playa, el color del oro. Tampoco les saca los fulgores, a los cuerpos embadurnados de aceites donde rebotan sus rayos porque, hoy, el sol se tomó vacación y nadie bajó a la playa.
Triste se encuentra la playa porque se han confabulado los elementos y a toda la gente han echado de la playa:
- El frío porque pone las pieles al modo de la de las gallinas,
- el viento porque lanza la arenilla como si fueran alfileres que se clavan allí donde la tela o el plástico no protegen,
- y los rayos del sol porque hoy no salieron de casa para poner  ese color tostado claro, que tanto busca la gente que se acerca a la playa, a lo chocolate con leche. 
Sí. Los elementos han dejado a la gente encerrada en casa.
Hoy:  ¡Nada de playa!
Triste la han dejado porque está sola.
Sí, la playa está tristísima. Ni siquiera la ha hecho reír un tractor que estuvo mucho rato, de un lado a otro, rascándole la espalda.
Sí, la playa está triste, muy triste.  Y sola, muy sola.
Nadie ha bajado hoy a estar con ella. Nadie bajó a la playa.
Nadie la ha consolado.
Yo tampoco he bajado hoy a la playa.
¡Qué triste está hoy la playa!
- Yo diría que está llorando con las lágrimas que le presta el mar que hasta ella se llega y la consuela, una y otra vez, con cada ola.

Cabizbajo va a buscarte hoy mi saludo, mis

           ¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
31.10.2018. Miércoles. Estamos en el vagón de cola del décimo mes
P. Alfonso Herrera, O. C.

martes, 30 de octubre de 2018

El Viento




ESTAMPA FORÁNEA.
EL VIENTO.

En mi pueblo de Oropesa, Toledo, está demostrado palpablemente y por ello ha pasado al acervo de los dichos que encierran la sabiduría que va creando la repetició de hechos que acontecen cíclicamente en sus ámbitos. Y así decimos los oropesanos:
"la primera tormenta de Agosto, pone fin al verano, fulmina el verano" y luego se precipita sobre el pueblo y su zona de influencia, un otoño con sus veranillos, como el de San Miguel y, antes, las fiestas patronales, que van jalonándole y te van llevando, generalmente en volandas, en suaves volandas, hasta las puertas del invierno para el que, pasadas las fiestas, se han venido preparando las gentes. Nadie permanece en la calle pasadas las cinco de la tarde. El pueblo se duerme en sí mismo a la espera de un nuevo despertar en la próxima primavera.
La plaza de El Navarro, que es la plaza mayor del pueblo, ya no es lugar de encuentro. En los árboles, todavía tupidos, se oye el piar de los tordos (estorninos) que andan preparándose para emprender el viaje al África profunda huyendo del azote duro y seco del invierno en Oropesa y de los gorriatos que se quedarán "haciendo" pueblo y que si las cosas vienen muy mal dadas sembrarán el duro suelo de la plaza con sus cuerpecillos matados por el estampido horroroso de algún trueno que dejaran caer las nubes tormentosas que, viniendo por el camino de Ciscarros, vuelan hacia Madrid.
Algo de eso ha ocurrido aquí en El Campello. Antes de anoche, al terminar la misa vespertina de vísperas del domingo pasó por lo alto del pueblo una tormenta como las de agosto en mi pueblo y dejó el predio dispuesto para que tome posesión de él el otoño. En la tarde del domingo, la hora nueva había traído rauda la noche y en toda la Avenida de San Bartolomé, que atraviesa toda la parte baja del pueblo de sur a norte, no se veía a nadie, salvo a cuatro mozalbetes fumando a la puerta de un local de máquinas de juegos y una pareja de chinos que, no sé por qué, pero pensé que eran matrimonio, bajaban la persiana de una tienda en la que venden de todo.
Tras rezar las vísperas en la ermita de pescadores dedicada a su Estrella del Mar, la Virgen del Carmen, volví sobre mis pasos. Hacía frío. Con nadie me crucé por la calle. Posiblemente la gente de otros lugares mantenían alegres conversaciones en los locales de comida del Carrer de San Vicent, el Carrer de la Mar, donde puede que estuvieran, de paso, cenando. En el Carrer de San Bartolomé solo un barito abierto, aquel en el que me guarecí de la tormenta del domingo por la tarde. Tomé un cafetito y, sin más, enderecé mis pasos con dirección a casa en Torres Bañadas.
La noche había echado la lona pero no llovió.
Cuando el reloj había dejado atrás las nuevas cinco horas de la madrugada del día de ayer, sonaron unos fuertes meneos en la persiana de plástico del cuarto. La tormenta del otro día había quitado los obstáculos y un fuerte ventarrón había llegado volando y sacudía en su carril a la persiana que se quejaba chirriando insultos mientras el viento soltaba lastimeros quejidos cuando se introducía por espacios angostos o cuando era "herido" por algún  saliente de la fachada. Parecíanse a esos gritos de ultratumba que se oyen en las películas de miedo.
La impetuosa llegada del ventarrón, que no nos abandonaría en todo el día, me sacó violentamente del confortable sueño en el que estaba hundido y ya no me dejó retomar mi gratificante encuentro con morfeo.
Así estaba, con los ojos abiertos como platos y los oídos llenos de silbidos, cuando el telefonillo hacía sonar su melodía para sacarme de la cama.
Sí, como ocurre en Oropesa, la primera tormenta, también en El Campello te mete de "hoz y coz" en el otoño y te habla, de paso, que detrás de él viene el invierno. Claro que aquí, a la orilla de la mar, lo hace con mucho retraso y con más delicadeza.
¡Pero, lo hace!


El fresco ambiental no me impide enviarte mi saludo, mis

          ¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
30/10.2018. Martes. P. Alfonso Herrera, O. C.

lunes, 29 de octubre de 2018

El Milpies


29/10 ESTAMPA FORÁNEA.
EL MILPIES.

 Aquí, en El Campello, no hay monos. Bueno, bueno, gente mona, un montón, indios y forasteros, y niños, ni te cuento. Pero, no, no me refiero al personal humano, me estoy refiriendo a nuestros "vecinos", según el decir de la teoría evolucionista, me estoy refiriendo a los primates, vamos, a los monos o simios, como quieras. Si hubiera por el enramado de la foresta del lugar monos, estarían de enhorabuena porque tendrían a su disposición los MILPIES que a miles salen desde todos los lugares donde se pudren hojas de las que se alimentan, y ¿sabes por qué? pues porque de ellos se sirven para desparasitarse y para espantar a los molestos mosquitos porque emplean las secreciones que producen y segregan los MILPIES en unas glándulas que tienen en lo alto de su caparazón. ¡Hay mucha simbiosis repartida por la naturaleza!
- Dicen los que de esto saben un montón, que se han catalogado más de diez mil especies. Siguen diciendo que es el primer ser vivo que, surgiendo de las aguas, vino a pisar terreno firme y que lo hicieron respirando, como tú y como yo, ellos sabrán por qué. Yo, no.  La especie de los MILPIES que corretea por El Campello, los he visto en los cuatro puntos cardinales del pueblo, eclosionan en vida ahora. Menos mal que son miles y miles y así pueden propagar la especie porque, la verdad, da pena ver cómo las aceras de las calles, principalmente las que tienen plantas cerca, al lado, están alfombradas por los caparazones de muchísimos de ellos, aplastados por las suelas de los zapatos del ser humano.
- Me entretuve ayer, vaya diversión, en interrumpir el paso de uno de ellos a punto de llegar a la gran riera y ya ves lo que hizo. En su instinto daría en pensar que había peligro y se enroscó, como ves, para poner a salvo sus patitas, tiene dos pares por segmento, y su vientre que es parte blanda. No aprecié  en su caparazón el veneno maloliente que dicen los científicos del tema que echan fuera de sí mismos, generado por unas glándulas en la parte superior de su cuerpecito cilíndrico con las que hacen "rotos" en las defensas de los atacantes y, también les hacen pupa en los ojos, vamos, que les dejan ciegos. Solo las mofetas se las arreglan para zampárselos antes de que pongan a trabajar las glándulas produciendo el veneno de sus secreciones. Como el acoso no pasó a más el anélido abandonó su defensa en rueda y siguió su camino.
- De estos bichos tuve noticia científica, porque conocimiento directo ya lo tenía yo por mis observaciones en el pueblo, en el colegio de San Servando (San Sevando es un castillo levantado en la margen izquierda del río Tajo frente a Toledo al que el tiempo y la incuria humana dejó venirse abajo y que, en tiempos del proscrito, por ley, general Franco (¿Con qué van a llenar el paréntesis de 40 años?), fue reconstruído y convertido en un edificio para la formación y cultura de las nuevas generaciones de españoles. Como  colegio  echó a andar en septiembre de 1958. Yo tuve la oportunidad de ser un alumno de aquel arranque del flamante colegio perfectísimamente dotado. Cursé tercero de bachiller. Mis padres tuvieron que pagar la friolera de 1.000 Pts. más gastos extras por mes, todavía conservo las facturas, cuando el maestro de mi pueblo cobraba solamente 450 pts. No fue barato, no.). Digo que tuve conocimiento científico porque, en Ciencias de la naturaleza, un profesor, militar con rango de comandante de la vecina academia militar, vestido impecablemente con el uniforme con estrellas, nos explicaba el tema de los REPTILES: ANÉLIDOS, OFIDIOS, QUELONIOS Y COCODRILIANOS, todos ellos metidos juntos en un  capítulo de aquel libro contemplado en la Ley de Enseñanza de 1947 (entonces sí que duraban los planes y leyes de enseñanza).

- Sin medio de locomoción como el de los anélidos de MILPIES, sale a tu encuentro mi saludo, mis
          ¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
29.10.2018. Lunes. P. Alfonso Herrera, O. C.

domingo, 28 de octubre de 2018

La Tormenta




ESTAMPA FORÁNEA.
LA TORMENTA.
En la tarde-noche de ayer nos habíamos dado cita, un buen puñado de gentes creyentes, en la casa de la Virgen del Carmen que construyeron a escote los marineros del pueblo. La ermita, así la llaman, parecía la Torre de Babel antes de la dispersión de sus constructores a causa de la confusión de lenguas. Yo me acomodé en un banco situado, más o menos, en la mitad de la nave, en el que ya se encontraba un matrimonio, ¡matrimonio!, de bastante más arriba de los Pirineos. Dos metros de alto, o más, y de ancho... tenían levantado el reclinatorio para poder encontrarse relativamente cómodos porque, de lo contrario... ni en sueños. La ermita de los pescadores, a pesar del nombre que nos daría a entender lugar pequeño, posee un aforo bastante superior al de la parroquia del pueblo. El frontis de la misma semeja un mar, el mar de El Campello y, dominando la escena..., Jesús Sacramento le cede el honor a su Madre representada por la preciosa imagen de la Virgen del Carmen de pie en la proa de una barca de pescadores que sale indemne de un mar bravo que ocupa todo el retablo.
El celebrante, un cura espigado, con buena voz, anda agusto por el latín de la Salve aunque, con alguna frecuencia, se permite el lujo de introducir en la cuadratura del viejo idioma, ni más, ni menos, que concordancias vizcaínas.
Al final, cuando estaba invocando la presencia del Señor sobre la asamblea para que nos acompañara al marchar del encuentro Sacramental, se introdujo por las ventanas del lugar un potente fogonazo que ganó en potencia lumínica a la luz que nos alumbraba pasando a ocupar su lugar. Y, mientras nos bendecía, llegó el oscuro y ronco sonido de un trueno que hizo temblar el lugar y  que silenció el "y con tu Espíritu" del pueblo que respondía.
Fuera del templo, las primeras gotas de agua caían sobre el suelo de El Campello mientras, en lo alto, fogonazos incontables precedían a estampidos mucho más potentes y ruidosos que los estallidos de las más potentes tracas que la industria pirotécnica había hecho estallar el día de la Patrona, Santa Teresa de Jesús.
Se había instalado en el cielo de El Campello, una gran tormenta.
"Necesitábamos agua, decía una señora que no pudo acercarse a  Mercadona con su carro y tuvo que guarecerse en el bar a donde yo entré, pero no tanta, ni con esta manera de caer".
Enseguida bajaron las calles como ríos y me tocó esperar al autobús una hora.
"Tendré que quitarme las espardeñas, decía otro cliente del bar que había estado avisando de la que se avecinaba, porque son de cuero y me han costado 74,00 €".

Sin miedo a la tormenta va a encontrarse contigo mi saludo, mis

          ¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
28.10.2018. Domingo. P. Alfonso Herrera, O. C.