martes, 10 de diciembre de 2024

Nadie.

ESTAMPA CAUDETANA. 

NADIE. 

Para llegar ayer a la parroquia de Santa Catalina, como es mi costumbre, fui dando una vuelta con el fin de darle quehacer a mis piernas, a pesar de que la tarde no estaba para jolgorios. 

Faltaban 8 minutos para que el reloj de la torre del templo parroquial comenzara a sacudirse los fríos de las 19,00 horas "atizándole" a su campana, cuando entraba yo en la calle Avenida de Paracuellos de la Vega. 

NADIE subía ni bajaba por ella. Solo un viento frío se hacía notar sensiblemente. Prueba de ello es el ruido que hacía al colarse por el micrófono en el vídeo que me puse a grabar cuando llegué a la altura del número 40, impelido por el tintineo de luz que subía y bajaba por cordones de luz haciendo tapiz sobre su fachada pero, al mismo tiempo, tendiendo lazos luminosos a la fachada de  enfrente. 

Las lucecitas bailonas y corren donas estaban "gritando" a los viandantes, en aquellos momentos, solo a mí, que, más adelante en el tiempo, va a tener lugar la celebración festiva, litúrgico y popular, de un acontecimiento que marcó la historia de modo indeleble porque la dividió en dos, en un antes y el un después de aquel hecho. Nos estaba anunciando de modo o al estilo profético, la llegada a este mundo del enviado de Dios, de Jesucristo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que tomó nuestra propia realidad humana para utilizándola como púlpito o platea, dirigirse a sus hermanos los hombres ofreciéndonos, así, en una cercanía palpable, el mensaje del Padre Dios, un mensaje de amor y de paz. Un mensaje a través del que nos hace saber que está totalmente abierto para recibirnos en un abrazo de plenitud, en un abrazo de vida, en un abrazo para siempre. Y que Él mismo con su entrega generosa restañará nuestras heridas y restablecerá definitivamente la Unión de Dios con el hombre y del hombre con Dios. 

En todo ello pensaba yo mientras subía, en soledad absoluta, por la calle Paracuellos de la Vega con dirección a la parroquia de Santa Catalina para celebrar la Eucaristía, azotado por un viento que bajaba encajonado y que me daba de lleno en la cara, al tiempo que pugnaba por colarse dentro de mí para llegar hasta la epidermis y, allí, hacer de las suyas con su afilado corte porque, con toda certeza, aquel viento, que bajaba  calle abajo, más que viento, parecíame ser un cuchillo bien afilado.

La verbenica de luces de la calle Paracuellos de la Vega te lleva hoy mi saludo, mis


¡¡¡BUENOS DÍAS!!!

10.12.2024. Martes. (C. 2.086).

P. Alfonso Herrera. Carmelita.

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