ESTAMPA CAUDETANA.
YA HACE CALOR.
YA HACE CALOR.
La imagen describe perfectamente el título que doy hoy a mis «buenos días».
La fotografía está tomada a las 10,00 horas de la mañana de ayer, a punto de comenzar la Eucaristía en la que, al proclamar la alabanza del Señor, nosotros, los pobres caminantes por este mundo, elevamos nuestras súplicas por todos aquellos que, a nuestro alrededor, reposan a la espera de la resurrección.
Una vez cada mes, el tercero de sus miércoles, y ya van casi 50 años se viene celebrando, mensualmente la Eucaristía, la misa de difuntos por nuestros hermanos que ya nos precedieron en ese andar por este mundo y saltaron, desde aquí, al otro lado de la valla, allí donde les esperaba y nos espera a todos, Dios nuestro Padre.
En la AVENIDA DE LA PAZ que es como yo llamo al paseo de entrada al camposanto, flanqueado por añojos cipreses que, como ves, siembran de sombra todo el espacio, los oficiales del cementerio han sacado de la capilla los bancos y la mesa del altar para que la Eucaristía tenga lugar al aire libre ya que, la capilla cerrada normalmente se convierte, con los calores que nos trae el verano, en un horno en el que no se puede estar ni poco ni mucho tiempo, nada.
Como ves nos juntamos un buen puñado de personas que han subido a hacer una visita a las tumbas donde reposan sus seres queridos y para ofrecer la Eucaristía en sufragio por ellos. Una Eucaristía que no quiere ser fúnebre si no abierta a la esperanza y al gozo y así se lo pedimos a Dios nuestro Padre para que los méritos de su Hijo Jesucristo que tuvo a bien tomar nuestra capa humana para hacerse como nosotros y, desde nosotros, con la fuerza de su Espíritu, romper las ataduras de la muerte que, estalló en vida, el día de su Resurrección. Así, aquel al que se le había concedido todo poder en el cielo y en la tierra hizo añicos los barrotes de la prisión en la que se encontraba el ser humano desde que, el primero de ellos, decidió, «motu propio», hacer lo que le venía en gana y no atenerse a la recomendación de Dios.
Cuando llegué al campo Santo para presidir la oración de ese puñado de fieles, me encontré con todo dispuesto y me sorprendió, pues en lo que llevo residiendo en Caudete, jamás me había tocado celebrar la Eucaristía durante el tiempo de verano. Pregunte Domingo, el sacristán asistente, cuál era la razón y me dijo que, en verano, es costumbre impuesta por las circunstancias ambientales de calor, celebrar la Eucaristía mensual por nuestros difuntos en la Avenida de la Paz, a la sombra que proyectan sobre ella los esbeltos cipreses qué dan guardia de honor a todo Caudetano, cuyos restos mortales entran por ella para ser acomodados en el lugar de espera del momento en el que, como nos dice el Apocalipsis, suene la trompeta tocada por el ángel y los que murieron surjan a la vida nueva a través de la resurrección.
El día era expléndido la luminosidad lo envolvía todo. Las letras de metal escritas en las lápidas, que nos hablan de realidades de otros tiempos, reflejaban el impacto que, sobre ellas, acertaban a dar los rayos de un sol joven y vigoroso que caminaba decidido en busca de su cenit. Sí, a las 10,00 horas de ayer, en el teso dónde se encuentra ubicado el cementerio actual de Caudete, hacía calor. El sol estaba dejando su impronta.
Mientras los oficiales del cementerio, a los que suele dárseles, según costumbre, para unas cervezas, lo depositado en el cesto de la misa, recogían los bancos y la mesa del altar, porque estaban a punto de llegar con un difunto, yo salía del cementerio y, mientras lo hacía, revoloteaba por mi cabeza aquel verso del poeta:
-«¡Qué solos se quedan los muertos!»
Recibe mi saludo, mis
¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
20.6.2019. Jueves. P. Alfonso Herrera, O. C.
La fotografía está tomada a las 10,00 horas de la mañana de ayer, a punto de comenzar la Eucaristía en la que, al proclamar la alabanza del Señor, nosotros, los pobres caminantes por este mundo, elevamos nuestras súplicas por todos aquellos que, a nuestro alrededor, reposan a la espera de la resurrección.
Una vez cada mes, el tercero de sus miércoles, y ya van casi 50 años se viene celebrando, mensualmente la Eucaristía, la misa de difuntos por nuestros hermanos que ya nos precedieron en ese andar por este mundo y saltaron, desde aquí, al otro lado de la valla, allí donde les esperaba y nos espera a todos, Dios nuestro Padre.
En la AVENIDA DE LA PAZ que es como yo llamo al paseo de entrada al camposanto, flanqueado por añojos cipreses que, como ves, siembran de sombra todo el espacio, los oficiales del cementerio han sacado de la capilla los bancos y la mesa del altar para que la Eucaristía tenga lugar al aire libre ya que, la capilla cerrada normalmente se convierte, con los calores que nos trae el verano, en un horno en el que no se puede estar ni poco ni mucho tiempo, nada.
Como ves nos juntamos un buen puñado de personas que han subido a hacer una visita a las tumbas donde reposan sus seres queridos y para ofrecer la Eucaristía en sufragio por ellos. Una Eucaristía que no quiere ser fúnebre si no abierta a la esperanza y al gozo y así se lo pedimos a Dios nuestro Padre para que los méritos de su Hijo Jesucristo que tuvo a bien tomar nuestra capa humana para hacerse como nosotros y, desde nosotros, con la fuerza de su Espíritu, romper las ataduras de la muerte que, estalló en vida, el día de su Resurrección. Así, aquel al que se le había concedido todo poder en el cielo y en la tierra hizo añicos los barrotes de la prisión en la que se encontraba el ser humano desde que, el primero de ellos, decidió, «motu propio», hacer lo que le venía en gana y no atenerse a la recomendación de Dios.
Cuando llegué al campo Santo para presidir la oración de ese puñado de fieles, me encontré con todo dispuesto y me sorprendió, pues en lo que llevo residiendo en Caudete, jamás me había tocado celebrar la Eucaristía durante el tiempo de verano. Pregunte Domingo, el sacristán asistente, cuál era la razón y me dijo que, en verano, es costumbre impuesta por las circunstancias ambientales de calor, celebrar la Eucaristía mensual por nuestros difuntos en la Avenida de la Paz, a la sombra que proyectan sobre ella los esbeltos cipreses qué dan guardia de honor a todo Caudetano, cuyos restos mortales entran por ella para ser acomodados en el lugar de espera del momento en el que, como nos dice el Apocalipsis, suene la trompeta tocada por el ángel y los que murieron surjan a la vida nueva a través de la resurrección.
El día era expléndido la luminosidad lo envolvía todo. Las letras de metal escritas en las lápidas, que nos hablan de realidades de otros tiempos, reflejaban el impacto que, sobre ellas, acertaban a dar los rayos de un sol joven y vigoroso que caminaba decidido en busca de su cenit. Sí, a las 10,00 horas de ayer, en el teso dónde se encuentra ubicado el cementerio actual de Caudete, hacía calor. El sol estaba dejando su impronta.
Mientras los oficiales del cementerio, a los que suele dárseles, según costumbre, para unas cervezas, lo depositado en el cesto de la misa, recogían los bancos y la mesa del altar, porque estaban a punto de llegar con un difunto, yo salía del cementerio y, mientras lo hacía, revoloteaba por mi cabeza aquel verso del poeta:
-«¡Qué solos se quedan los muertos!»
Recibe mi saludo, mis
¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
20.6.2019. Jueves. P. Alfonso Herrera, O. C.
El mejor oficio del ser humano es vivir...y esa actividad nos ocupa todo el tiempo.Afortunadamente los que somos creyentes a la hora de terminar nuestras vidas nos encontramos con nuestro Señor, Resucitado.
ResponderEliminarLa esperanza en esa Vida rompe con muchas otras creencias no cristianas.
Con alegría en éste jueves,un día genial,Padre.