ESTAMPA CAUDETANA.
LA CATEQUESIS.
Ayer contemplé a unos abuelos que, llevando de la mano a sus nietos, se encontraban delante del misterio de la Navidad del Señor, del Belén pergeñado por Juan, el Hijo de Asunción, que goza de un arte y una habilidad contrastados, para llevar adelante la composición del Nacimiento, como lo puedes ver, si te pasas por la parroquia de Santa Catalina y te acercas a la capilla del Niño Jesús en la nave derecha de la misma.
Ya estaba todo dispuesto.
¡Todo no!
faltaba que la estatuilla del Niño recién nacido reposara en medio de la estancia donde se encuentran las estatuillas de José y María con la presencia de una vaca y una mula que nos hablan, por lo corto y lo derecho, del lugar en donde vino a nacer, el que es dueño de todo cuanto existe, llegando hasta lo más bajo, a donde uno puede llegar, y que no es otro que el lugar donde se guarecen, en mal tiempo o en las noches frías del invierno, los animales, a una cuadra.
Allí estaban dando su catequesis, evangelizando, los abuelos a sus nietos. Sus padres, con toda seguridad, estarían trabajando buscando el sustento para la familia.
Qué gran labor catequética desarrollan los abuelos explicando el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios sirviéndose para ello del invento de San Francisco de Asís, un sencillo Belén, donde, aquí, se muestra a un ángel dirigiéndose a una jovencita, a María, para anunciarle el deseo de Dios de comenzar la restauración o regeneración del ser humano mediante su venida en carne mortal a estar con nosotros y hablarnos en nuestro propio idioma y, para ello, quería contar con Ella. Más allá, se encuentran unos labradores entresacando las malas hierbas de lo que parece ser un sembrado de lechugas. En otro lugar, una mujercica con una escoba en las manos, barre la entrada de su casa. A un lado, fuera del puebleco, un pastorcico cuida de unas ovejas y más allá, en lontananza, alcánzase a ver, montadicos en esbeltos camellos, las figuras de tres señores, con alcurnia, muy bien vestidos, que parecen Reyes, vienen acercándose al pueblico de Belén acompañados por multitud de sirvientes, para prestar pleitesía al Rey de los Cielos que está a punto de nacer, portando, en sacos que cuelgan de los lomos de los animales, oro, incienso y mirra.
Daba gusto verlos. Me pareció que los niños eran todo orejas con unos ojos abiertos de par en par, que no pestañeaban, contemplando, al tiempo que oían de la aterciopelada voz de los abuelos, la preciosa historia del amor de Dios manifestado de modo fehaciente en el nacimiento de su Hijo entre nosotros, así, como cualquiera de nosotros.
Pero, ¡No!
"Todavía no es Navidad, les decían a los niños sus abuelos, mirad que, en el establo no está el Niño Jesús, solo están San José y la Virgen María esperando el grandioso acontecimiento que ocurrirá el próximo día 24 por la noche cuando los ángeles, colgados de la bóveda del cielo, canten a voz en grito:
!!! ALELUYA, el Niño, el Hijo de Dios, ha nacido ya. ALELUYA!!!
Los niños miraban sucesivamente y muy fijamente las figuritas del belén, mientras escuchaban la maravillosa catequesis que, pausadamente, iban dándoles los abuelos.
Y así, de esta manera, de generación en generación, los abuelos evangelizan y evangelizarán a sus nietos cuando giren una visita a la parroquia para contemplar el misterio de Belén.
Otro tanto ocurre en aquellos hogares en que se tiene la costumbre de montar el Belén en una pieza noble de sus casas, al ir situando los distintos elementos que compondrán, en su conjunto, el Misterio del Belén, del nacimiento de Jesús.
Y, así, generación tras generación.
Recibe mi saludo, mis
¡¡!BUENOS DÍAS!!!
20.12.2024. Viernes. (C. 2.094)
P. Alfonso Herrera. Carmelita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario