Asociación
Amigos de la Historia Caudetana
UN POSIBLE PREGÓN DE FIESTAS
¿Se leerá algún día...?
Caudete a tantos de tantos de dos mil... y tantos.
Sr. Alcalde, Sr. Presidente de la Asociación de Comparsas, Sr. Presidente de la Asociación de Amigos de la Historia Caudetana, Srs. Concejales de este M.I. Ayuntamiento, Ilustrísimo Sr. Obispo (si acude), y especialmente festeros y festeras caudetanas, que es tanto como decir AMIGOS Y AMIGAS, así con mayúsculas.
Buenas noches... y... ¡¡un fuerte abrazo por estar aquí!!
Hace muchos años, un amigo de la “mili”, quiero decir de cuando yo hice el servicio militar, vino a Caudete; le gustó mucho el pueblo; le hablé de nuestras Fiestas en honor de la Virgen de Gracia con apasionado entusiasmo, aunque no pudo verlas porque otros deberes se lo impidieron y debo decir que se quedó gratamente impresionado. No se podía creer que nosotros, en este pueblo de apenas ocho mil habitantes, se celebraran fiestas tan suntuosas, fiestas -dijo- que podían rivalizar con las mejores de España.
Lo acompañé a la Estación del ferrocarril, en aquel largo Ford de “Pepe el de los Coches” que corría sus asientos a los lados y, a punto de subir al estribo del vagón, me invitó a devolverle la visita. Tenía que ir a su pueblo, asegurándome que me llevaría una gran sorpresa.
El Verano siguiente me fui a su pueblo. Luis me esperaba en la estación; me abrazó, mostrándose muy complacido por mi visita y me llevó, casi en volandas, al cabriolé del que tiraba un hermoso caballo tordo español. Al trote, entramos en el pueblo. Quería enseñarme, cuanto antes, la sorpresa que estaba... precisamente... en su plaza mayor.
Y, la verdad es que me quedé atónito. Un gigantesco, un gigante entre los árboles gigantes, ocupaba por entero la plaza. Era un árbol tan vigoroso, tan verde y tan sano, que sus ramas rozaban las fachadas de las casas en los cuatro puntos cardinales; su sombra era impenetrable; su tronco necesitaba de doce hombres para abarcarlo y su altura rozaría los cuarenta metros. Algo que nunca había visto en mi vida. En fin, creo que era un grandioso monumento de la naturaleza, muy escaso en España.
Mi rostro debía ser todo un poema para Luis quien, mirándome, sonrió y me preguntó: “¿Qué te parece...? ¿Era o no, una sorpresa?” y, a renglón seguido, como un papagayo, me dio pormenorizada cuenta de lo que significaba aquél árbol para su pueblo, especialmente su sombra.
Desde escenario para los juegos infantiles como la “trompona”, el “mate”, “civiles y ladrones”, la “píndola” o “el toro”, sirviéndose los chiquillos de sus baberos a modo de capotes, pasando por convertirse en pista de baile los sábados y domingos, como cosa propia de los jóvenes y bastante gente menos joven o transformada en improvisada campa que cobijaba el vespertino gimeneo de las comadres, muy dadas a arreglar y desarreglar la vida municipal; arreglar y desarreglar noviazgos; noticiar quién había dado a luz un niño o una niña, que daba lo mismo; lamentar el fallecimiento de cualquier vecino, que no se había preocupado mucho de su salud... el árbol polarizaba en realidad, toda la vida pública o menos pública, la social, la económica, la política, la familiar y, en contadas ocasiones, también la matrimonial. Repetía incansable: “Este árbol preside y a la vez es testigo de todo lo que pasa en el pueblo”.
Sin embargo, para mí, se había dejado algo en el tintero: ¿para qué servía aquella gran mesa de piedra, rodeada de sillas, también de piedra...? ¿Para festejar bautizos, bodas, cumpleaños, onomásticas, fiestas de la “peña taurina”, etc.? - le pregunté.
Su contestación fue, por lo menos, bastante chocante. En esa mesa -dijo- se reúne todos los veranos el Ayuntamiento, para celebrar los plenos. No llevan carpetas, excepto el Secretario y, mientras discuten, desde el bar cercano, les van sirviendo jarras de cerveza bien fresca. El número de jarras, depende de lo que dure la sesión. Pero como siempre es bastante larga, terminan bebiéndose cuatro o cinco. Las pagan de su bolsillo, pero a esas alturas y como todos son del mismo partido y amigos, pues terminan en un leve trabalenguas y acaban bajando la cabeza en gesto afirmativo. A todo dicen sí. El Secretario que también anda por los mismos cerros, pone en el acta que los acuerdos se tomaron por unanimidad. Y, no creas, el pueblo que asiste normalmente y está al tanto de la costumbre, generalmente, aplaude al término de la sesión. Como verás, -siguió diciendo- en este pueblo hay verdadera paz. Nuestro árbol, es el Alfa y el Omega. ¡El Súmum!, que diría un castizo.
Ya nos íbamos a comer. La mañana pasada en la plaza, además de fructífera en amor de Luis y en admiración por mi parte, también había despertado el apetito y no era cosa de entretener y engañar al estómago con fruslerías. Tomamos la calle principal y no tuvimos que andar mucho. “El Árbol” era el mejor restaurante. Servía comidas caseras y, mientras degustábamos un excelente vino tino del propio pueblo, le hice la siguiente observación: -¿Habéis reparado alguna vez en sus raíces...?, ¿en cómo serán de robustas y profundas...?
Su respuesta me dejó sorprendido en extremo. ¡No! Ni él ni ninguno de sus vecinos habían meditado en ello. Presumían del árbol; lo miraban y vivían y disfrutaban a su sombra, pero su interés no pasaba de ahí. Gozaban del placer personal, pero nunca se preguntaron qué o quién sostenía aquella maravilla. ¿Para qué...? Lo importante, -decían- era pasarlo bien.
Pero Luis no se quedó satisfecho con lo dicho y si yo podía recriminarle algo -me contestó- él también tenía que decirme algunas cosas sobre nuestras Fiestas de Moros y Cristianos y, poco a poco, las fue poniendo en solfa.
- Para hacer boca, -comenzó su réplica- te diré que, según tú mismo me has contado, vuestras Fiestas se parecen de modo sorprendente a nuestro árbol.
Estoy de acuerdo -siguió diciendo- en que la inmensa mayoría de los caudetanos y caudetanas, -sobre todo ellas- sienten una profunda devoción a la Virgen de Gracia; que el día 7, una inmensa multitud, mayormente de jóvenes, acuden a “sacarla” de su ermita, al amanecer; que vuestros desfiles de la Entrada y la Enhorabuena, son tan lúcidos como espectaculares; que vuestros trajes deslumbran por su valiosa artesanía rayana en el lujo; que cuando lleváis flores a la Virgen, vestís vuestras mejores galas, como muestra del cariño que sentís por Ella y que la Embajada recuerda vuestros tres principales acontecimientos históricos: la invasión árabe, la Reconquista cristiana y la expulsión de los moros, aunque en el texto, muy hermoso por cierto y probablemente el mejor de España, sólo un personaje, D. Jaime el Conquistador, es de carne y hueso; que el “ruedo de banderas” transmite al festero un íntimo sentimiento de admiración y respeto hacia el abanderado, contemplando la armoniosa cadencia de la bandera siguiendo los compases de un alegre vals. Y, por último, comprendo que vuestra Procesión del día ocho a trabucazos, sea especialmente singular entre los pueblos que celebráis este tipo de Fiestas. Por todo ello y habiéndote visto que ponías tanto corazón al contármelas, me figuro que ellas presiden, por decirlo de esta manera, la vida caudetana en todas sus facetas. Las esperáis como el sembrador el agua de mayo y, hasta me aventuro a presumir, como solución a toda clase de problemas ya sean sociales, personales, familiares, etc, agarrados como a clavo salvador, a vuestro famoso aforismo: ¡qué mas da... el día 7 tiros! Todo eso está muy bien... pero como tú con ojo avispado has observado lo del árbol, yo te pregunto: ¿cuántos caudetanos conocen las raíces de vuestras Fiestas...? Ya sé que habrá honrosas excepciones, pero no creo que sean legión. Y tú, precisamente tú, tienes la obligación de difundir de modo público y multitudinario, esas raíces que, por lo que pienso deben ser, también, tan robustas y profundas como las de mi árbol.- Dio el último sorbo a su copa, me miró convencido de que su reflexión había hecho mella en mi espíritu y sin más esperas, dimos buena cuenta de nuestra sabrosa comida.
El resto de mi estancia transcurrió entre el trato amabilísimo de sus padres y de su hermana María del Pino, que se llamaba así por ser la advocación de la Virgen de su pueblo y la rutina obligada de visitas: paseo en cabriolé por la hermosa alameda de la ribera del río; la iglesia y su torre plateresca; el Ayuntamiento y el casco viejo al que llamaban como nosotros “La Villa”.
En el mismo cabriolé y al trote de su tordo español que, por cierto, braceaba con la gracia propia de su raza, llegamos a la estación de ferrocarril. Un fuerte abrazo fue la despedida, aderezada con una promesa: buscaría las raíces de nuestras Fiestas.
Pero el hombre propone, Dios dispone y siempre hay alguien o algo que lo descompone. Ya en el tren de regreso, mi promesa de buscar las raíces históricas de nuestras Fiestas se iba difuminando en mi mente, ocupada en los diarios problemas personales, profesionales y familiares. Ya me había casado. La atención a mis cuatros hijos era muy intensa, como el modo de enfrentarme a la situación económica que por los años cincuenta no era muy halagüeña. Sin embargo la idea y el deseo de buscar permanecía muy vivo.
Como una exhalación, pasó el tiempo. Sin apenas percatarme de ello, ya estábamos en 1974; el primer Congreso Nacional de Fiestas de Moros y Cristianos de España en puertas y Caudete invitado especial de Villena. Ya no había escapatoria. Tenía que acudir llevando en mi equipaje mental y escrito, la partida de bautismo de nuestras Fiestas, convencido de que eran las más antiguas de España, convencimiento que fue el mejor acicate para comenzar la tarea más hermosa de mi vida, con la inestimable ayuda del Padre Simón Serrano Montoliu, aquel fraile carmelita siempre tocado con un “sombrerito de paja”.
Y llegado a este punto, debo hacer público, en primer lugar, mi profundo agradecimiento al Padre Simón, por su constante amor y entrega a Caudete, a su Historia y a sus Fiestas de Moros y Cristianos, a las que dedicó un increíble entusiasmo, buscando y encontrando sus orígenes que luego fueron publicados en un breve librito que consta de 30 puntos, por la Caja de Ahorros Provincial de Alicante.
Y este texto será mi soporte de ahora en adelante. Creo que debe ser su voz la que nos ilustre y nos guíe en este camino de conocer lo que tanto nos interesa y anhelamos y por ello, voy a copiar literalmente, buena parte de su contenido.
Punto 18) Las Fiestas de la Virgen de Gracia de Caudete (25 de marzo).- Se celebraban en su ermita el 25 de marzo desde tiempo inmemorial; se supone que desde su edificación poco después de su hallazgo en 1414. Por la relación de las ermitas de Caudete, escrita en 1597, se sabe que entonces aún se celebraban el dicho 25 de marzo. Dice el texto: marzo, el día de la Anunciación de Nuestra Señora, a 25. Hay procesión a la ermita de Nuestra Señora de Gracia y paga el mayordomo a los clérigos.” (Libro II de la mayordomía, folio 56).
“En el medievo, (en la Edad Media) dicha festividad del 25 de marzo se llamaba de la Encarnación del Señor y era tan importante que en ese día comenzaba el año eclesiástico. La celebración de la Virgen de Gracia en esa fecha duró hasta el año 1616, pues del 1617 al 1625 se celebró el 5 de agosto, y desde 1626, se empezó a celebrar el 8 de septiembre, como probaremos más adelante.”
Punto 19) Reglamento de la mayordomía de la Virgen de Gracia (1617).- Se debe el Reglamento al insigne dominico Fr. Andrés Balaguer Salvador, obispo de Orihuela.
Este gran prelado sentía especial predilección por Caudete, en donde se pasaba varios meses todos los veranos (…). En Caudete estaba por entonces muy floreciente la Cofradía del Rosario, y él, como buen dominico, la dirigía personalmente, pues vivía junto a su ermita, cerca de Caudete. Pero también sentía mucho cariño por la Virgen de Gracia, por lo cual procuró organizar su mayordomía. Durante su estancia en Caudete en 1617 dio ciertas normas generales a su rector (el Párroco de Sta. Catalina), don Esteban Galcerán Galí, para que redactara dicho Reglamento que, una vez repasado por su secretario, don Juan Bautista Marco, también él lo examinó y lo aprobó el 23 de agosto de 1617.
Consta el Reglamento de 21 artículos, en los cuales se detallaba cómo debe funcionar dicha mayordomía. Aunque su primera hoja está bastante estropeada, se puede completar por la copia oficial del mismo que se entregó al municipio de Caudete el 16 de agosto de 1872.”
Los artículos más importantes para nosotros, los caudetanos del siglo XX y XXI, son el 19 y el 20 que, en definitiva, resumen la sustancia de las Fiestas. No hay más que leer, aunque sea someramente sus contenidos, para gloriarnos de nuestra multisecular tradición.
En el 19, que es el día de “Nuestra Señora, ha de haber solemne Oficio y Sermón -como ahora-. En la tarde Vísperas y acabadas, se haga en dicha Iglesia (Santa Catalina) la primera parte de la Comedia de la Historia de cómo fueron enterradas las imágenes de Ntra. Sra. de Gracia y de San Blas” y en el 20, que es el día segundo de la Fiesta, se haga lo mismo que en el anterior, representándose la segunda parte de la Comedia, que habla de cómo fueron halladas dichas imágenes, añadiendo que concluida, se volverán las imágenes en procesión a su Ermita. Lo fundamental de nuestro programa actual, se ajusta perfectamente a las de 1617.
Nos quedaba un punto oscuro sobre los motivos de los cambios de fecha en la celebración de nuestras Fiestas de Moros y Cristianos, misterio que nos descubre el propio Padre Simón, fundándose sólidamente en el Libro III, folios 50/52 de la Cofradía del Rosario y en el Libro I, folio 7 vuelto, de Actas de la mayordomía.
Por su curiosidad y por respeto a la verdad, voy a copiarlas literalmente, pero será mejor que escuchen la voz escrita de nuestros antepasados, ya que ellos, como es natural, no nos las pueden explicar personalmente; escriben: desde el hallazgo de la imagen en 1414 hasta el año 1616 se celebraban el 25 de marzo. Pero, a fin de no celebrarlas durante la Cuaresma, don Andrés Balaguer, a petición de las Autoridades de Caudete, el 23 de agosto las cambió para los días 5 y 6 de agosto. Mas esto sólo duró ocho años, porque el mismo señor obispo, el 16 de septiembre de 1625 las volvió a cambiar para los días 8 y 9 de septiembre, como se celebraban desde entonces. (Libro I, folio 3 vto. y 6 de Actas de la Mayordomía).
La causa verdadera de este segundo traslado (de días) no fue la excusa de la recolección de las cosechas, como algunos insinuaron, sino porque al ver el mucho éxito de las fiestas celebradas en agosto, los cofrades del Rosario quisieron también celebrarlas durante esos días en lugar del 8 de septiembre, que era su fecha. Los mayordomos de la Virgen de Gracia no se conformaron con ello, sino que acudieron al Sr. Obispo para que fijara su celebración durante los días 8 y 9 de septiembre, ya que los cofrades del Rosario no las celebraban ya en dichos días. Por lo cual, Don Andrés Balaguer, muy complaciente, así lo decretó el 16 de septiembre de 1625. (Libro III, folios 50/52 de la Cofradía del Rosario y Libro I, folio 7 vuelto de Actas de la Mayordomía). Sin embargo y a pesar del camino recorrido hasta aquí y mencionada la obligada cita documental, aún no hemos llegado a la fuente.
Todo el mundo sabe que los hechos son antes que la literatura. Es decir, que nadie puede escribir la historia de unos hechos que aún no han ocurrido. Y ésto no lo ignoraba Don Juan Bautista Almazán cuando llegó con su familia a Caudete.
En el mismo momento de presentar ante nuestros Jurados, sus credenciales de doctor en Medicina, el Sr. Almazán percibió la noble afabilidad de los caudetanos, quienes con toda lógica lo colmaron de atenciones, comenzando una amistad que antes que después, produciría unos inesperados y beneficiosos frutos, no sólo en la atención médica a sus vecinos, sino sobre todo y muy especialmente, en las Fiestas en honor de la Virgen de Gracia. El médico era también un cultísimo poeta. Y fue esta virtud literaria la que dio un vuelto histórico a nuestras fiestas, conviertiendo con la Comedia Poética salida de su pluma en 1588, unas efemérides transmitidas hasta entonces de boca en boca desde 1414, en una joya digna de figurar en el catálago de las más sublimes obras de la literatura de nuestro Siglo de Oro. Cervantes, Lope de Vega, Vicente Espinel, Calderón de la Barca, Quevedo o Tirso de Molina, también la habrían firmado.
Mi amigo Luis murió hace pocos años, pero si hubiera podido leer lo que llevo escrito, estoy seguro que me hubiera abrazado de corazón y me hubiera dicho: -Gracias a estas raíces, podéis mantener vivo el hermoso árbol de vuestras Fiestas.
Caudete etc. etc. etc.
Andrés Bañón Martínez
Académico Correspondiente de la Real Academia
de Cultura Valenciana.
Miembro Correspondiente de los Institutos
de Estudios Valencianos y de España.
Cronista Oficial de la Villa y de
la Asamblea de Cronistas del
Reino de Valencia.
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