ESTAMPA CAUDETANA.
LA DESNUDEZ DEL CAQUILERO.
El otoño va lentamente ascendiendo por la pendiente del tiempo en busca del invierno. Y se nota. Se nota a pesar de que las temperaturas siguen altas, como altas lo eran ayer por la tarde, sin ir más lejos, pues, cuando la manecilla chica del reloj se encontraba anclada en las veinte horas, y la larga iba buscando el hondón de la esfera, el termómetro digital de la farmacia de la plaza de Nuestra Señora la Virgen del Carmen, pregonaba, a los cuatro vientos, que la temperatura ambiente, a esa hora, se encontraba instalada en los 18° centígrados y, a mí, concretamente, me estaba sobrando ropa.
Y eso, precisamente, es lo que me decía palmariamente el CAQUILERO existente en el corralón del convento de San José (El Carmen).
El árbol había perdido totalmente su vestido de primavera y de verano, para lucir su modelito de invierno, SU DESNUDEZ. Y, así, desnudito del todo presumir, luciendo, exclusivamente, sus beldades, sus frutos, los caquis.
Lo puedes observar en la foto que se encuentra al principio de estas letras.
El CAQUILERO es de los viejos y, al decir de los viejos, estoy diciendo que no ha puesto los pies en ningún laboratorio. De modo y manera que sus frutos son los originarios, no mutados, y que de comerlos sin estar maduros, maduros, de verdad te dejan la lengua y la garganta estragada, que diría Santa Teresa de Jesús, áspera, como una lija.
Al tener tantos frutos colgando de sus ramas, me he visto en la necesidad de aligerarle el peso. Una caja, que ante contuviera mandarinas de la región de Murcia, y muchos de aquellos frutos que estaban más coloreados, con el fin de que el peso de la fruta no desgaje las ramas de las que cuelgan.
Los que no pude retirar fueron aquellos que los emplumados, dotados de una sabiduría ancestral, sabían que estaban maduros y se liaron con ellos a base de bien
Mientras que, a nosotros, para poderlo degustar, nos vemos en la necesidad de "emborracharlos", que dicen por estos pagos, cosa que se hace introduciendo a los caquis en una cazuela, dentro de la cual, situamos una copa de alcohol, de coñac. Y, así, bien ñapaditos, han de pasar siete días para que la fruta haya dejado atrás su aspereza y amargor y se haya alcanzado una situación apta para ser consumida.
Ese fue el fin o la razón por la cual, en la mañana de ayer, rondando el mediodía, descargué al caquilero de un buen peso al retirarle una caja entera de frutos para que el bueno del Padre Ángel los emborrache y, en su caso, los acicale (*) para luego ponerlos en la mesa.
Recibe mi saludo, mis
¡¡¡BUENOS DÍAS!!!
19.11.2024. Martes. (C. 2.066)
P. Alfonso Herrera. Carmelita.
(*) También suele fumigarlos con colonia.