ESTAMPA CAUDETANA.
LA PLAZA DEL CARMEN
LA PLAZA DEL CARMEN
Creo que nunca estuvo la Plaza del Carmen tan chula. Nunca tan animada. Nunca tan llena de vida. Ni por los Bailes del Niño, allá en enero. Ni cuando los carnavales en los primeros días de febrero se enseñorearon de ella con las gentes del pueblo que se escondían debajo de variopintos disfraces. Ni cuando la banda de música en su ir a recoger a los nuevos miembros de la misma, pregonaba su presencia con los sones de viento y percusión que salían disparados de los instrumentos de hacer las músicas y llenaban, con círculos concéntricos imaginarios, todo el ámbito de la plaza, hasta los recovecos más recogidos e impensables, todos los intersticios. Ni si quiera entonces estuvo la plaza así de guapa como lo estuvo ayer mañana muy cerca de las diez y media, cuando una cordada, y no precisamente de galeotes como aquella que viera el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha en sus correrías y que, según el decir de Riquer, el más avezado estudioso del Quijote, «era la quijotada más quijotada de Don Quijote», pues en lugar de salir pitando poniendo en práctica el «pies para qué os quiero», la emprendieron a pedradas con el Caballero andante de manera que quedó, el pobre Don Alonso, mi tocayo, Quijano para el arrastre. No, la reata de ayer mañana no eran condenados a galeras ni tenían necesidad de ser liberados. No, fíjate, no nos tiraban piedras a los quijotes que estábamos en la Plaza del Carmen viendo cómo pasaban asidos a una cuerda en cuyo inicio tenía un artilugio que se sacaba música de comparsa. No, no nos tiraban piedrecillas, de haberlo hecho, como hicieran los galeotes que Cervantes condujera, por entre la páginas de su inmortal novela, camino de puerto de mar para cumplir pena embarcados en galeras, esta cuadrilla nos hubieran tirado claveles. Sí, claveles. Cada galeotito llevaba en su mano libre un clavel.
Su viaje no había comenzado en una cárcel del pueblo, lo había hecho en una guardería del lugar. Los que iban al tanto de la cordada no eran oficiales a servicio de la justicia del Rey, eran los maestros de la institución ludico-formadora. La cordada no estaba formada por facinerosos castigados a galeras, eran los niñitos del jardín de infancia. Conté hasta veintinueve más el abanderado que portaba el estandarte del grupo y dos escoltas.
Pienso que el grupo se libró por los pelos de ser incinerado la noche de San José porque van haciendo patria, pero no de aquí, sino de ahí al lado, de la Font de La Figuera (Valencians, pues se llaman «FALLA ELS PEQUES» de CABDET.
Pregunté a una de las acompañantes y me dijo que iban a regalar un clavel a la Virgen.
Sí, en este pueblo, comienzan desde muy pequeñitos a infectarse con el virus de la y
música y de la fiesta.
Ayer, al son de la música, desfilaron con garbo y salero, a raudales, haciendo las delicias de sus abuelas y de los mayores.
Hoy sí que te va contento mi saludo, mis
«BUENOS DÍAS»
23.3.2018. Viernes P. Alfonso Herrera O. C.
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