ESTAMPA CAUDETANA
UNAS CENIZAS.
UNAS CENIZAS.
Sobre las cinco de la tarde, hora isidril y taurina, de la borrasca Félix se había desprendido un goterón de agua que, al reventar, ha caído, como agua de ducha, sobre todo el pueblo. No fue suficiente.
Por la mañana un montón de caudetanos se dieron cita en el parque de La Virgen de Gracia. Unos para competir en los distintos concursos gastronómicos puestos en marcha a hora temprana, otros para degustar los distintos guisos. Quiénes de pie. Quiénes sentados en bancos y paredes, pero todos con un plato de rica y apetitosa comida en las manos, dando buena cuenta del guiso.
Con el último hueso de pollo o conejo o, en su caso, de cáscaras mariscos, en las bolsas de la basura, las gentes, apretadas por una nube oscura descolgada de la borrasca Félix, les ponía alas en los pies. Los rezagados se vieron sorprendidos por una cortinilla de agua. No pienses que fue un turbión, la Félix daba la sensación de que quería tomar parte de la semana festera y dejó caer una gotica. No te engaño. No fue tanto porque, mira las fotos, todavía humean algunas de las lumbres que habían puesto a tono el arroz de las 41 paelleras que pugnaban por el primer premio. Lo ha tenido difícil el jurado, no tanto por otorgar el premio, cuanto por ver dónde introducían tanto arroz, por poco que cargaran en los tenedores... ¡han sido 41paellas! Como no fui miembro del jurado, no te puedo hablar por experiencia propia.
Cuando llegué ayer tarde al Parque de la Virgen de Gracia dando un paseo ligero, el sol, que había espantado al fleco de la Félix que se había arrastrado, indolente, por esta zona, tenía medio cuerpo escondido detrás de la sierra, valladar que defiende al pueblo de los cierzos que vienen de occidente, y antes de esconderse del todo se metió con sus últimos rayos por entre los árboles del parque. Ahí arriba lo ves.
Desde lo alto de la guapa torre de la parroquia de Santa Catalina, llegaban hasta nosotros, llenando con su agradable sonido, toda la foresta, los toques de sus campanas que, como voces de madre, convocaban a los fieles caudetanos a los actos litúrgico-vespertinos del domingo.
Cuando salí del Santuario de la Virgen de Gracia ya era noche cerrada. El sol se había dejado caer totalmente tras la sierra a occidente del pueblo.
Los que habían estado apagando la fogata con una fumigadora por fin lo habían conseguido y allí estaban todavía echando «la espuela». Lejos de ellos, muy cerca del camino de La Virgen, cinco adolescentes, tres chicas y dos chicos, lo estaban pasando bien. Es lo suyo, son jovencitos y su vida, a esas alturas, es lo que define muy, pero que muy bien, el decir popular desde hace mucho tiempo, «vida cachorrera». También agotaba el día, que ya se había puesto fresco, un papa o un abuelo, no pude hacerme una idea porque la distancia restaba fuerza a las farolas del parque, acompañando a un niño pequeñico que dominaba a las mil maravillas, el equilibrio sobre su pequeñita máquina de dos ruedas.
El día se plegaba al autoritario sol y se sumía en la noche fría. Desde la distancia ya no veía yo elevarse en vertical, no hacía ni pizca de aire, ningún hilillo en espiral de humo. Presumiblemente no quedaba ya rescoldo alguno de aquellas lumbres que cocieron CUARENTA Y UNA PAELLAS. Sólo unos montoncicos de CENIZAS.
Tristillo, porque se fue la semana festera, te llega hoy mi saludo, mis
¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
12.3.2018 Lunes. P. Alfonso Herrera. O. C.
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