ESTAMPA CAUDETANA.
LA PAELLA DE LOS «MOROS».
Ya me había puesto en antecedentes Magachi y, a ella,« una
de sus hijas que pertenece a una comparsa mora. (Magachi es la señora que nos
hace la comida).
A las 21,45 de ayer sonaron los cohetes después de poner
chispitas de color en el cielo por encima de la calle San Vicente, pero que
eran bien visibles desde casa. Anunciaban el fin de la fiesta, el broche de oro
a una fiesta totalmente popular, diríase que de vecindario, surgida como por ensalmo.
Por la mañana, pronto, una comparsa mora ya lo tenía todo
pergeñado:
Habían acotado la parte de la calle en la parte en que ésta
se allana. En ella habían dispuesto tres filas de mesas con sillas donde
habrían de sentarse 350 personas para darle «aire» a una paella. La paellera,
de grandes dimensiones, cuando yo me pasé por allí, ya llevaba un buen rato
haciendo el calducho en el que encontraría sabor y gusto el arroz de la cercana
población murciana de Calasparra. Con unas palas largas daban vueltas a las
verduras y a las tajadas de pollo llamadas a encontrar acomodo en la ingente
cantidad de arroz suficiente para dejar bien satisfechos a 350 comensales.
Dentro de una nave ya estaban sentados a unas mesas un montón de niños
pintando. Participaban en el concurso de pintura programado para ellos.
En otro lugar de la espaciosa nave aguardaban dos futbolines
a que rodaran las bolas entre los jugadores de plomo hábilmente manejados por
los concursantes. Los trofeos esperaban a ser entregados en una mesa bajo una
gran pancarta del patrocinador, Milán.
La música, que llenaba toda la calle, salía por unos grandes
bafles incrustados en unas torres móviles de nueva factura.
En una mesita, dos miembros de la comparsa mora, cobraban
las consumiciones que servían en frente, en un puesto ad hoc. Me puse al final
de la fila y pedí una cerveza. Me tocó pagar el doble porque yo no era miembro
de la comparsa.
Hablé con un «moro» muy mayor que, en su niñez, había
servido de monaguillo en la iglesia del CONVENTO DE SAN JOSÉ DE LOS CARMELITAS.
Quiso saber si me iba a quedar a comer le dije que no, que
venía a hacerme una idea y a tomar una cerveza.
El sol estaba tomando posiciones en la vertical de la calle
y estaba haciendo de las suyas. Por un lado estaba metiendo calor a la
concurrencia y por otro, parecía que se hubiera adelantado a los niños porque,
yo diría, que andaba haciendo puntería con los globos. Uno tras otro iban
explotando y mermaban la gran cantidad de ellos que formaban la globotá con la
que, se pretendía hacer pasar un buen rato a los niños propios, de la comparsa,
y foráneos. ¡Qué puntería, madre, no fallaba
ni uno con sus finos dardos de luz! Todo el suelo del espacio acotado
para colgar los globos estaba sembrado por los jirones de la goma de los globos
que estaban siendo hechos fosfatina.
Cuando estaba dando por terminada mi visita uno de los
«moros», un joven de buena presencia y con una voz acorde con su porte, estaba
dando a conocer la cadencia de los actos programados. Solo me acuerdo de que la
paella se serviría a las 14,30 horas. En aquel preciso momento volcaban en la
inmensa paellera, tan grande como el
albero de una plaza de toros, cuatro botes de cinco kilos de tomate triturado.
Ya olía el calducho de la paella de pollo que alimentaba. Sí, ya estaba
poniendo en pie de guerra a todas las pituitarias del personal que se había
juntado a lo largo de la calle y, hasta las mías, y eso que andaban en plan de
retirada.
Estas fiestas, me dijo un comparsa, se montan para allegar
fondos públicos para atender al desarrollo del grupo moro.
Otro «moro», muy cargado de años, me puso en antecedentes de
que el próximo día 24 de mayo también monta su gremio de jubilados otra gran
paella en la explanada del Santuario de la Virgen de Gracia. El costo con
cervecita y pan 5,50€. Le prometí tomar parte en aquella comida de hermandad.
Ligero va a tu encuentro mi saludo, mis
¡¡¡¡¡¡BUENOS
DÍAS!!!!!!
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