lunes, 25 de junio de 2018

El Nido de los Mirlos


ESTAMPA CONVENTUAL.
EL NIDO DE LOS MIRLOS EN LA HIGUERA GRANDE DEL CORRALÓN DEL CONVENTO DE SAN JOSÉ..

Llevaba unos días la hembra detrás de mí, toda hueca. Regaba yo un cerezo y allí iba ella y se ponía en los bordes del alcorque. Para mí me decía «cómo se nota que se ha instalado de firme el sol por estos pagos, la mirlo tiene calor». No se espantaba el animalito. Si llenaba el alcorque de la higuera, allí iba el animal para refrescarse un poco, pero no se bañaba, solo se ponía a la vera del agua. No di en pensar que estaba clueca y que se iba a echar a engüerar. El macho andaba más nervioso correteando de aquí para allá picoteando pajas, plásticos y cualquier material con el que pudiera levantar el vuelo.
También observaba cómo le tenía declarada una guerra feroz a las tórtolas, tan feroz que, en los ataques siempre dejaban caer las tórtolas algunas plumas que descendían suavemente con movimientos pendulares hasta el suelo y. Hete aquí que los mirlos las echaban, no voy a decir mano porque no las tienen, pero sí, pico y ¡Hale, hale!, se las llevaban para confeccionar el nido. ¡Qué bicharracos, que diría mi padre, mataban «dos pájaros de un tiro»: espantaban a las tórtolas de la cercanía del nido y utilizaban las plumas que les arrancaban en sus ataques para confeccionarle»  Tampoco se espantaba de mí el macho.
Así las cosas, el otro día el compañero Luis nos dijo.: «tened cuidado cuando paséis cerca de la higuera grande porque acaban de hacer su nido un par de pájaros de esos negros (los mirlos), no sea que los vayáis a espantar». Y, sí, allí estaba, a la vista, a la altura de mis ojos. Y yo, con tanto signo  y manifestación, con tal ajetreo y tal trabajo, no había caído en la cuenta. ¿Andaré perdiendo facultades? Yo, que he sido criador de canarios y jilgueros a mansalva que cuando se me escaparon de la habitación en que los tenía en Viérnoles-Torrelavega (Cantabria), tenía censados 127 canarios jilgueros y mestizos criados en aquella habitación de la casa rectoral (*) y, antes, en la casa rectoral del valle de Lamasón. Y antes en Madrid. Y antes en Salamanca. No se me ha olvidado el número y ya han pasado 36 años desde aquel nefasto día en que el aire empujó la puerta mal cerrada. Cinco quedaron. No me quisieron dejar. Los regalé y, desde entonces, aunque me pirrian los animales, cosa genética heredada de mi padre, no he vuelto a compartir con ellos ratos de mi vida. Fue un golpe muy fuerte. Se acabaron las jaulas en las ferreterías del pueblo y, aunque la gente sabía la procedencia de los emplumados de colorines que se les metieron por las ventanas en casa y de ver que no se asustaban de los bípedos, NADIE ME DEVOLVIÓ UN PAJARO, ¡¡¡NI UNO!!!
 Por eso me frustró no caer en la cuenta, no hilar los cabos sueltos que me estaban tendiendo «mis amigos» los mirlos, la hembra a mi lado esperando que se llenara el alcorque de agua para acercarse a ella y, el macho, espantando tórtolas y tras portando material  para hacer el nido.
Ahí te le enseño recién terminado. La salida de la hembra, que todavía no ha comenzado a poner huevos, me dio la oportunidad de sacar la foto para compartir contigo el final del ajetreo (finis coronat opus) que se trae una parejita de mirlos que ha anidado, a la vista de todos, en la higuera grande del corralón del CONVENTO DE SAN JOSÉ.

En vuelo vertiginoso, como el del mirlo macho, sale a buscarte mi saludo, mis

          ¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
25.6.2018. Lunes. P. Alfonso Herrera, Orden Carmelitana



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