martes, 20 de noviembre de 2018

El Último de Filipinas


ESTAMPA CAUDETANA. 
EL ÚLTIMO DE FILIPINAS.

Me hubiera gustado hablar con JOSÉ OLIVARES CONEJERO como superviviente de Baler, acerca de su experiencia vital en aquel oriente español que se tambaleaba, como se tambaleaban todas las colonias españolas esparcidas por el mundo a finales del siglo XIX y que, en tiempos de Felipe II, hizo que se acuñara aquel dicho: "En el imperio español no se pone el sol". Porque, posiblemente, hubiera conocido a un apuesto oficial que habría de radicarse en mi pueblo, él era de El Torrico, un pueblo cercano al sur del río Tajo, tras la vuelta a España, por contraer nupcias con una oropesana de nombre Amalia.
Entre esa treintena de valientes de la fotografía, a su llegada a Barcelona, no se encuentra el ÚLTIMO DE FILIPINAS.
Un tupido velo cayó sobre él. Era oficial. Un día salió con un soldado raso a buscar provisiones y no pudieron volver  al lugar donde se encontraba asentado su batallón que, como  sus compañeros de Luzón, en la capilla de Baler, lo pasaban muy mal. Los soldados tagalos habían cercado el bastión. No sé en qué lugar defendieron Filipinas de los insurrectos (entre tanta desgracia como provocó la maladada guerra civil española, está la pérdida del diario familiar de aquel soldado. Esa es otra HISTORIA que, a lo mejor te cuento otro día) ni qué fue de aquel contingente militar español en que él ostentaba galones, no eran los de Baler. El caso es que él y su subalterno, con la reata de mulas, tuvieron que, introducirse en la selva impenetrable y allí permanecieron en un poblado de aborígenes, que les dieron cobijo durante dos años, tras haberse declarado el armisticio, del que no eran conocedores, por el que España perdía definitivamente sus posesiones allí, por donde el sol nace.
Con motivo de la segunda película que se puso en cinta recientemente tratando de mejorar aquella de los años cuarenta, pretensión fallida a pesar del potencial económico, solo una escueta reseña en un informativo de una de las televisiones: "no fueron los últimos, todavía quedó uno" (no quedó uno, quedaron dos vivos y un montón de españoles abrazados por la tierra que defendían como suelo patrio y que, a la postre, dejó de ser española. Ni un nombre, ni los avatares que tuvieron que pasar hasta que volvieron a casa. Ni cómo concluyó la peripecia. ¡Nada!
¡El anonimato más absoluto!
Nadie se ha preocupado de indagar en los archivos del Ministerio de la guerra. ¡NADIE!
Cuando salió de reconfortarle con los últimos sacramentos el párroco del pueblo, Don Eduardo Martín Gallinar, les dijo a la esposa, Amalia, y a los ocho hijos (el noveno fue asesinado en guerra por el mero hecho de que su hermano mayor era, a la sazón, alcalde del pueblo) que estaban esperando el desenlace final de un momento a otro: "ha sido un cristiano a carta cabal durante toda su vida y, ahora mismo, en sus últimos momentos".
 Ocurrió el óbito tal día como hoy, 20 de noviembre de 1940, emprendiendo el último y más largo de sus viajes, para hacer entrega de su alma al creador,
 EL ÚLTIMO DE FILIPINAS.
(Don Eduardo, el cura, fue un íntimo amigo del caudetano carmelita P. ALBERTO MARCO ALEMÁN, de la familia conocida como "los Monjos", que luego sería martirizado en Paracuellos del Jarama (28.11.1936). Recuerdo que me hablaba muy bien del P. Alberto. Trabaron conocimiento y amistad cuando don Eduardo, párroco de un pueblo no lejano, asistió a unos ejercicios espirituales que dirigió a los curas de la zona, el P. Alberto, por aquel entonces, prior del convento de El Henar (Cuéllar).
DOS AÑOS después de que se les rindieran los honores a los valientes de Baler terminaba su permanencia en la selva.
En los albores del nuevo siglo, el XX, los aborígenes con los que compartían vida y difícil existencia, les avisaron de la presencia de un buque de guerra americano fondeado en el puerto y una noche, a hurtadillas, salieron del escondite y accedieron a la nave de guerra. 
Aquel oficial del ejército español se presentó, en calidad de tal, al Almirante de nave de guerra americana.
Fueron recibidos a bordo y, bajo la protección de Los Estados Unidos, que tanto tuvieron que ver en la debacle española, fueron llevados hasta San Francisco donde les desembarcaron. Atravesaron los USA de Oeste a Este en diligencia y, en Nueva York fueron embarcados con dirección a la Patria.
Al llegar a España fueron llevados ante el Ministro de la Guerra.  El oficial informó pormenorizadamente de todo lo acontecido al batallón y de la peripecia, como emboscados por espacio de dos años, en la selva filipina. Y le solicitó la baja en el ejército.
El Ministro se percató inmediatamente de la valía de aquel oficial y se interesó acerca de su formación y  conocimientos.
Aquel oficial le dijo que era universitario. Que había  cursado estudios de filosofía y teología y, a punto de recibir el Orden Sacerdotal, dio un paso atrás y poco después fue reclutado en unión de un hermano suyo para mandarles a ultramar en defensa de las colonias que atravesaban momentos de dificultad suprema. Su hermano, Antonio (creo que se llamaba así), fue enrolado con las tropas que partieron para Cuba de donde no volvería jamás. Si bien se supo que casó con una cubana y sería el padre del Arzobispo de La Abana, Ilustrísimo y Reverendísimo Sr. Don Antonio Herrera, en los años cincuenta del siglo pasado) y a él lo enviaron a las antípodas, a FILIPINAS.
El Ministro de la Guerra no quería dejarle marchar licenciado pero chocó con la imperturbable decisión de aquel, TAMBIÉN HEROICO MILITAR QUE SIRVIÓ A ESPAÑA HASTA QUE DEJÓ DE SER ESPAÑA EN EL LUGAR DE DESTINO. No obstante, se estableció un acuerdo entre los dos. El militar permanecería al servicio del Ministro hasta tanto le reorganizara el Ministerio que, en aquellos años de lucha y esfuerzo por mantener el imperio que hacía agua por todos los lugares, debería ser un batiburrillo de cuidado.
En el cuaderno de su diario dejó escrito que, trabajando día y noche, tardó tres meses en poner orden en aquella confusión.
El Ministro de la Guerra le licenció con el grado de CAPITÁN del ejército español otorgándole el empleo de CAPATAZ CAMINERO DE LAS CARRETERAS DE TOLEDO.
(Si vas por la carretera de Santa Olalla con dirección a Torrijos, verás unos inmensos pinos albares que él sembró con su segundo hijo que se llamó Ángel, hace más de 100 años)
Te presento al OFICIAL, ÚLTIMO SOLDADO DEL EJÉRCITO ESPAÑOL DE FILIPINAS:
- DON NARCISO HERRERA CORONADO, mi abuelo paterno.
 - Colgando de sus TRES ESTRELLAS DE SEIS PUNTAS o balanceándose de las ramas de los pinos centenarios de la carretera de Santa Olalla a Torrijos en el camino de Toledo que sembró con mi padre, va, todo contento, mi saludo, mis
          ¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
20.11.2018. Martes. P. Alfonso Herrera, O. C.

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