ESTAMPA CAUDETANA.
LOS LLOROS DE UNA CAUDETANICA
LOS LLOROS DE UNA CAUDETANICA
Míra la nena de los pantaloncitos de color rojo. Me hubiera gustado ofrecerte
el primer plano de su carica, ¡todo un poema de desconsuelo! y, a pesar de
ello, guapísima. Pero, desde lejos, sí que saqué la fotografía de la puerta del
colegio EL PARQUE donde ya esperaban dos que le habían tomado la delantera y su
hermanita, la rubita de la mochila.
Ayer por la mañana bajaba haciendo dando un paseo hacia el centro de salud del pueblo porque tenía cita para ver en qué niveles se encontraba la sangre en su torrente, cuando, de un portal de la calle Echegaray, salió aquella niña «como una centella». Su carita me pareció una bandera desplegada por el agradable vientecico de la mañana y, volando, con su mochilica a la espalda, enfiló calle abajo. Iba al colegio. Iba ciega en volandas de la ilusión, quería ser la primera en llegar y, así, situarse encima del número que indicaba la edad de aquellos niños que habían de ir al aula correspondiente.
Cuando la nena bajó de su ensoñación y se encontró con la dura realidad, paró en seco y sus guapos ojicos se convirtieron en fuentes de donde salían lágrimas a chorros (no es la primera personica que llora así. Una vez conocí a otra chica, ésta ya crecida y de cerca de mi pueblo, que, enseguida, «disparaba lágrimas», sí, «disparaba», por la fuerza con que eran impulsadas por sus lagrimales. Ella es así, me decía su marido, cuando alguno de sus sentimientos era pulsado), en el puesto en que ella pretendía colocarse, junto encima del número pintado en el suelo, ya había otra niña que se le había adelantado. El número era el 4. Volvió sobre sus pasos llorando a todo llorar e hipando de tal manera que parecía como si se fuera a volverse del revés, como hacemos con un pantalón antes de meterle el la lavadora.
-«¡Mamá ya no soy la primeraaaa!».
Y la mamá, una mujer joven, muy dueña de la situación la consolaba:
-«No te preocupes, hija, porque eres la segunda y eso ya es muy importante»
¡Qué pedagoga! Le enseñaba a su hija que no todo se puede conseguir en la vida, pero lo que sí se consigue, por la propia industria de uno, es IMPORTANTÍSIMO. En modo alguno le afeó a la niña su ilusión, sino que se la mantuvo para ocasión más propicia y le enseñó a darse cuenta de lo que es verdaderamente importante.
La nena no estaba por la labor. Había pescado un berrinche de los de campeonato y, a pesar de que su mamá la envolvía con todo su cariño, a ella no se le desinflaron los morricos. Tal es así, allí la ves, que no quiso ocupar el segundo lugar de la fila detrás de una compañera, que ya ostentaba el primer lugar y se ocultaba detrás de su mamá.
La otra hermana no daba la impresión de querer competir por llegar la primera. De aquel portal salió al compás de su mamá, tranquila, sin prisas y, sobre todo, sin la congoja y la rabieta que agarró su hermana. Por lo demás, me parecieron gemelas, eso sí, totalmente distintas.
Ayer por la mañana bajaba haciendo dando un paseo hacia el centro de salud del pueblo porque tenía cita para ver en qué niveles se encontraba la sangre en su torrente, cuando, de un portal de la calle Echegaray, salió aquella niña «como una centella». Su carita me pareció una bandera desplegada por el agradable vientecico de la mañana y, volando, con su mochilica a la espalda, enfiló calle abajo. Iba al colegio. Iba ciega en volandas de la ilusión, quería ser la primera en llegar y, así, situarse encima del número que indicaba la edad de aquellos niños que habían de ir al aula correspondiente.
Cuando la nena bajó de su ensoñación y se encontró con la dura realidad, paró en seco y sus guapos ojicos se convirtieron en fuentes de donde salían lágrimas a chorros (no es la primera personica que llora así. Una vez conocí a otra chica, ésta ya crecida y de cerca de mi pueblo, que, enseguida, «disparaba lágrimas», sí, «disparaba», por la fuerza con que eran impulsadas por sus lagrimales. Ella es así, me decía su marido, cuando alguno de sus sentimientos era pulsado), en el puesto en que ella pretendía colocarse, junto encima del número pintado en el suelo, ya había otra niña que se le había adelantado. El número era el 4. Volvió sobre sus pasos llorando a todo llorar e hipando de tal manera que parecía como si se fuera a volverse del revés, como hacemos con un pantalón antes de meterle el la lavadora.
-«¡Mamá ya no soy la primeraaaa!».
Y la mamá, una mujer joven, muy dueña de la situación la consolaba:
-«No te preocupes, hija, porque eres la segunda y eso ya es muy importante»
¡Qué pedagoga! Le enseñaba a su hija que no todo se puede conseguir en la vida, pero lo que sí se consigue, por la propia industria de uno, es IMPORTANTÍSIMO. En modo alguno le afeó a la niña su ilusión, sino que se la mantuvo para ocasión más propicia y le enseñó a darse cuenta de lo que es verdaderamente importante.
La nena no estaba por la labor. Había pescado un berrinche de los de campeonato y, a pesar de que su mamá la envolvía con todo su cariño, a ella no se le desinflaron los morricos. Tal es así, allí la ves, que no quiso ocupar el segundo lugar de la fila detrás de una compañera, que ya ostentaba el primer lugar y se ocultaba detrás de su mamá.
La otra hermana no daba la impresión de querer competir por llegar la primera. De aquel portal salió al compás de su mamá, tranquila, sin prisas y, sobre todo, sin la congoja y la rabieta que agarró su hermana. Por lo demás, me parecieron gemelas, eso sí, totalmente distintas.
Las dos hermanitas de la calle Echegaray te llevan hoy, mi saludo y mis
¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
6.6.2019. Jueves. P. Alfonso Herrera, O. C.
Simpático...tierno...derroche de amor por la situación de las pequeñas, bonita historia ....muy linda.
ResponderEliminarUn genial jueves para ti,Padre.
Muy buenos días P. Alfonso, las lágrimas siempre son enternecedoras, pero con cariño y mucha paciencia, desde pequeños hay que hacerles entender que no siempre se puede llegar a ser el primero y saber aceptarlo.Le deseo que pase buen día.
ResponderEliminar