domingo, 3 de noviembre de 2019

La Crisálida


ESTAMPA CAUDETANA.
LA CRISÁLIDA.
Me di cuenta nada más echar un vistazo al claustro desde la ventana de mi habitación. El acanto tenía más agujeros que el queso suizo que llaman Gruyer.
Antes de irme de vacaciones ya les había dado un repaso y les había retirado las orugas que comenzaban a hacer de las suyas campando a sus anchas en las hermosas hojas del Acanto. Y, ayer, en el primer rato que tuve libre fui a echarles un vistazo. Se me vino el alma a los pies al ver el destrozo que habían causado aquellas que se me escaparon en la revista.
Hoy, hasta una de ellas se había encerrado en su capullo y ya estaba a punto de completar el ciclo milagroso de la transformación con el tremendo peligro que, en este caso, lleva consigo. El año pasado me vi en la necesidad de cortar todos los pedúnculos que enarbolaban sola y exclusivamente algunos nervios leñosos con los que no se atrevieron las poderosas mandíbulas de las orugas.
Estas orugas son del mismo color que el envés de las hojas del acanto y no te creas que es tan fácil descubrirlas a no ser que las pesques en el momento de su traslado como ves en la foto.
Se las descubre mejor cuando observas las bolitas de sus deposiciones.
Son tan voraces que en muy pocos días te ponen las hojas como meros arneros, menos aquella que seleccionan para pegar su capullo donde llevará a efecto su transformación de gusano rectador en guapa mariposilla voladora.
Cuando despegué el capullo oculto bajo una hoja sin agujeros, lo pasé mal me hubiera gustado dejar que la naturaleza siguiera su proceso, pero lo interrumpí. Pensé en la multitud de huevecillos que iba a dejar pegados en las hojas de  los cinco tiestos de acanto.
También retiré seis orugas que se estaban cebando ciegamente.
Se enfadaron. A toda costa trataban de escaparse de mi mano poniendo sus muchas patitas en polvorosa porque, en ella, no encontraban nada que llevarse a sus afiladas mandíbulas programadas para trabajar febril, y sin descanso, durante su corto ciclo vital.
Pienso que en el tiempo de los griegos y, más concretamente en el siglo IV A de C. en el que vieron la luz los órdenes clásicos Dórico, Jónico y Corintio, no existirían estos bichitos porque Calímaco, el arquitecto que puso en pie el orden Corintio, no se hubiera servido de las hojas del acanto para adornar los capiteles que coronaban las columnas y que eran la característica propia de dicho orden arquitectónico. La razón es simple, porque se hubieran comido las hojas de esta planta.  Calímaco se hubiera reído un montón de aquellos críticos posteriores que le quitaron importancia a su invento diciendo que el orden Corintio no era otra cosa que el Orden Jónico evolucionado, al que copiara.
En el siglo XVII cuando se levantó la columnata del claustro del convento de San José (El Carmen) los constructores no tuvieron en cuenta ninguno de los tres órdenes clásicos griegos y, por supuesto, no habría plantas de acanto en los arrabales de la Real Villa de Caudete donde edificaron su convento los PP. CARMELITAS, así que echaron mano del modo de construír de los etruscos que poseían su orden arquitectónico clásico, el ORDEN TOSCANO, que fue difundido luego en occidente por los romanos, sobre todo desde el siglo XV en adelante y como este claustro se edificó en los primeros años del Siglo XVII se optó por el Toscano y no por el Dórico, ni por el Jónico ni por el Corintio.
Las plantas de acanto que lucen tipo en el claustro bajo del convento de San José (El Carmen) se vinieron conmigo desde Madrid donde no había orugas de esas  y, por no haberlas, eran admiradas por los viandantes, en invierno, porque aguantaban muy bien los fríos gélidos que se colaban en Madrid desde el norte y las nevadas y en verano lucían de maravilla sus columnas floridas hasta que, con la llegada de julio, perdían sus hojas  hasta que, en agosto, volvían a resurgir, como el ave Fénix, para hacerse fuerte antes de que llegara el mal tiempo. Y como en Madrid no tenían depredadores,  llamaban la atención.
Aquí, en Caudete, también llaman la atención, pero por lo contrario, porque sí que tienen depredadores.

Recibe mi saludo, mis

          ¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
3.11.2019. Domingo.
P. Alfonso Herrera Serrano, Carmelita.

2 comentarios:

  1. Vaya con las orugas que se han comido sin misericordia el acanto .
    Muy interesante la lección de arte dónde lucían enteras éstas hermosas hojas .
    Gracias por explicar que el estilo del claustro es toscano .
    A ver si dejan las orugas a la planta.
    Un estupendo domingo,Padre .

    ResponderEliminar
  2. Buenos días, que paciencia tiene buscando las orugas de las hojas para que no hagan nido,porque como usted dice se reproducen en multitud,como le gusta cuidar las plantas, una explicacion muy detallada lo del claustro gracias por la informacion feliz domingo,,

    ResponderEliminar