ESTAMPA CAUDETANA.
EL MANÍS DE SAN JUAN.
La cosas se ponen en fila con harta frecuencia, suele decirse entonces que,
"los asuntos, problemas, cosas en general, vienen rodados". Algo así
me aconteció ayer por la tarde. Salí pronto de casa con el fin de llegar a San
Francisco a tiempo para celebrar la Sagrada Eucaristía. Bajé por la calle
de la Nieve hasta pasada la superficie comercial que hay en esa calle para
bordearla y tirar hacia la avenida de San Jaime, atravesando la avenida de
Valencia, y, allí, fue donde contemplé, una vez más, tantas veces le he visto, y,
no obstante, me dio por parar y hacerle una fotografía, la que ves al principio
de este escrito. Me estoy refiriendo al azulejo, al Manís, que nos habla del
joven apóstol Juan, uno de los hijos de Cebedeo, también llamados los Hijos del
Trueno. Santiago, su hermano, será luego el patrón de España.
Siempre me gustó la descripción que hacen de este apóstol del Señor, hombre
joven, hombre con un alma sensible, permeable, a la Palabra del Maestro, los
entendidos. En modo alguno se parecía al resto de sus compañeros, gente sencilla,
gente en la que rebotaban las palabras y el mensaje del Señor como
"granizo sobre albarda". Los evangelios nos muestran esas
características de estos hombres convocados por el Señor para que sobre
ellos descansara la Gran Obra que vino instaurar, de parte de Dios Padre.
Ese manís o azulejo puede que tenga el medio siglo de existencia o, quizá, algo
más. Puede que desde aquel momento en que se edificó la Residencia de Ancianos,
en su fachada oeste, justo encima de la puerta que da acceso a la iglesia.
Se encuentra la imagen, salida de la fábrica valenciana de Gracielo Vidal, S.,
dentro de una hornacina de obra.
Del azulejo y de sus particularidades se habla, pormenorizadamente, en
"Retablos cerámicos de la Villa de Caudete" Albacete 1993 (pg. 170).
Y digo que las cosas "vienen rodadas" porque al proclamar el
Evangelio, tomado de las catequesis del mismo apóstol San Juan, me
encontré con la figura del joven del azulejo.
Hablaba la perícopa evangélica de la tercera aparición de JESÚS RESUCITADO a
sus discípulos, aparición que tuvo lugar a primera hora, a esa hora que no es
noche porque la oscuridad se está despojando poco a poco de las capas de su
pijama y el día no era tal porque no lucía, todavía, la gran profusión de
color y vida que trae el sol son su luz. Era la hora en que volvían a puerto
los abnegados trabajadores de la mar tras una noche de brega en el duro arte de
la pesca.
Todo comenzó unos días antes en Jerusalén, en el día primero de la semana,
cuando tuvo lugar la primera de las apariciones del Maestro a una mujer, a
María Magdalena, a la que encargó llevar a sus discípulos la noticia de
que subieran a Galilea porque allí, volverían a verse.
Salvaron los 120 km que separan Jerusalén del mar de Galilea en poco tiempo y,
allí, estaban a la espera de que el Señor cumpliera su Palabra. Por eso, en la
tarde del día anterior, el bueno de Pedro, que no sabía estar "mano sobre
mano", dijo a sus compañeros:
"me voy a pescar".
Otros se embarcaron con él, entre ellos, Juan, el del azulejo, Juan el
discípulo amado del Maestro. Volvían a tierra cuando apareció en la orilla un
paseante que, como cualquiera otro, se interesó por el éxito de la labor que
habían desarrollado. No hacía falta que le dijeran que venían "con una
mano delante y otra detrás" sin pececico que echarse a la boca, porque eso
ya lo sabía el Maestro. Pero así entablaba conversación con ellos.
No le conocieron y, al decirle que no había tenido éxito su brega, Él les
indico que echaran la red a la derecha de la barca y, al hacerlo, no salieron
de su asombro. 153 peces que, según dicen los entendidos, es el número de todas
las especies que viven en el mar de Galilea y, según los comentaristas
exegéticos, es signo claro de la oferta universal de la salvación que hace Dios
a todos los seres humanos y no solo a unos pocos. No se les rompió la red. Fue,
en aquel momento, cuando el joven discípulo Juan, el del azulejo de la fachada
de la Residencia de Ancianos, cayó en la cuenta de que el desconocido no era
otro que Jesús, su amigo y le dijo a Pedro que se trataba del Maestro. Juan
había sido capaz de percibir, en la pesca milagrosa, el signo del poder del
amigo, estableciendo relación con otra pesca milagrosa que tuvo lugar, en ese
mismo mar, antes de que la furia humana llevara al Señor a una muerte cruel en
la cruz.
Sí, ayer "me vinieron las cosas rodadas".
Recibe mi saludo, mis
¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
10'4.2021. Sábado. (C. 1.226)
P. Alfonso Herrera Serrano, Carmelita.
Muy buenos días, P. Alfonso, usted siempre sabe sacar partido de cualquier manis, plantas o elementos para su saludo mañanero e informarnos , que siempre es de agradecer , como nos lo relata. Que tenga un buen fin de semana.
ResponderEliminar