ESTAMPA CAUDETANA.
LA CRUZ
Ayer fue Sábado Santo. Ayer fue el día de la CRUZ. Y lo fue porque en ella pendió Cristo.
Es el símbolo cristiano por excelencia, nunca por sí misma, sino por el peso que soportó en su corteza. Representa el camino que recorrió Jesucristo, el altar sobre el que fue inmolado y se ofreció a Dios Padre por nuestro bien, para nuestra salvación.
Una de las partes que componen la liturgia del Viernes Santo es, precisamente, la adoración de la cruz, adoración que le es debida, no por ser un travesaño al que cruza otro, sino porque en ella pendió Cristo, en ella agotó todo sufrimiento humano, en ella encontró la puerta para salir de este mundo y volver al Padre. Porque desde ella se dejó caer a lo más profundo del hondón humano, a la muerte, muerte que no tuvo los arreos suficientes para atraparle sino que fue la pista de su despegue hacia la vida en plenitud, cabe Dios Padre, haciéndolo, a su vez, camino para todos nosotros, sus hermanos.
Ayer fue un tiempo de espera transido de dolor pero, al mismo tiempo, de esperanza abierta a un cumplimiento, al cumplimiento de la palabra ofrecida:"destruir este templo y en tres días lo reedificaré". O, como aquella otra con la que invocaba para sí, la experiencia que vivió un profeta, el profeta Jonás, que, tragado por un pez, estuvo en su vientre por espacio de tres días hasta que lo devolvió en las playas cercanas a la gran capital de un imperio, del Ninivita.
No, no pudo con él la muerte. Solo la padeció porque por nada quiso diferenciarse de aquellos con los que vino a compartir naturaleza y hermandad, los seres humanos. Y, de paso, dejar abierto, expedito el camino por el que podamos discurrir nosotros para alcanzar la plenitud de nuestros deseos satisfechos en la presencia de Dios Padre.
Su adoración, desde la celebración litúrgica de su muerte hasta el momento de su resurrección, lleva aparejada la obtención de la indulgencia plenaria, siempre que se cumpla con los requisitos, que son: orar por el Papa, tener un arrepentimiento firme y confesión de los pecados cometidos y comulgar en un espacio de tiempo determinado.
En esta Real Villa de Caudete existe una glorieta que, otrora, fuera ámbito donde se trillaba el cereal. Hasta allí me encaminé yo, como tantas y tantas veces hago, para eso para adorarla no en su descarnada y desnudez pétreas, por ella misma, sino porque en ella murió Jesucristo.
La tarde era desapacible. Un viento recio y muy frío barría calles y avenidas, también el predio circundante de la villa y, por ende, la Avenida de la Virgen de Gracia y la misma Glorieta de la Cruz. Quizá por eso nadie se encontraba en la glorieta y nadie subía o bajaba por la Avenida. Y es que, aunque en Caudete no llueve con generosidad y tampoco nos visita la nieve asiduamente, sí que padece los efectos colaterales de estos elementos atmosféricos habidos en otros lugares de la geografía patria desde los que nos llegan vestigios de los mismos a caballo de estos visitantes no deseados. Casi todo el trayecto tuve que cuidar mucho de que el viento no me arrancara la gorra de la cabeza.
Como no había quien parara en aquel lugar, me conforme con adorar la cruz y seguir mi camino que me llevaría de vuelta a casa para liberarme del frío que se me había metido hasta las entretelas.
Ya repuesto, y próximo a las veintidós horas, salí con dirección a la parroquia de San Francisco con el fin de reunirme con un buen puñado de feligreses del barrio y también de este lado de acá de la carretera a Valencia para celebrar la Pascua del Jesús, el tránsito de la muerte a la vida de Jesús, LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR.
Pasadas las doce de la noche, los que nos habíamos dado cita en aquella parroquia, manifestábamos nuestra alegría y gozo de discípulos del Señor y lo celebrábamos gracias a la generosidad de la directora del grupo musical que, como otros años, nos hizo permanecer en el lugar sagrado participando de otro alegre ágape, el de la Mona de Pascua, muy bien acompañada por mistela de la Cooperativa del Campo, San Isidro, de esta villa.
Recibe mi saludo, MI FELICITACIÓN DE PASCUA, mis
¡¡¡BUENOS DÍAS!!!
31.3.2024. DOMINGO DE RESURRECCIÓN. (C. 1.851)
P. Alfonso Herrera. Carmelita.
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