ESTAMPA CAUDETANA.
PROCESIÓN DEL SILENCIO.
Anoche procesionó Nuestro Padre Jesús de la Gran Misericordia en medio de un impresionante silencio amparado por una oscuridad total allí por donde discurría.
Faltaban pocos minutos para las veintitres horas de la noche cuando se puso en marchar la procesión del GRAN SILENCIO.
Se abrieron las puertas de la parroquia de Santa Catalina y comenzaron a salir los miembros cofrades de las distintas cofradías, y los de las hermandades, dando tiempo a que saliera la imponente imagen de Nuestro Padre Jesús de la Gran Misericordia, único paso que hizo el recorrido por las calles de la Real Villa de Caudete.
El bronce de las campanas había enmudecido al terminar la misa que conmemoraba la institución de la Eucaristía, por parte de Jesús, en aquella tarde memorable del Jueves Santo en el que, reunido con sus discípulos, y en el marco incomparable de la Pascua judía, Jesús instauraba el Sacramento para su permanecer con nosotros, una vez realizada la Pascua querida por Dios Padre para sus hijos los hombres. Si aquella Pascua, la de los judíos, rememoraba y celebraba la liberación de la esclavitud de Egipto por parte del brazo poderoso de Dios, esta Pascua libera a todo el género humano de la esclavitud a la que le tenía sometido el pecado. Si aquella Pascua se caracterizó por la sangre del cordero con la que untaron los dinteles de las puertas de los judíos para que pasara de largo el Ángel exterminador, esta Pascua, la de Cristo, con su sangre, Él mismo nos libró a todos de la muerte eterna.
Mientras salía la comitiva y durante el trayecto por las calles de la parte vieja de la villa La carraca, matraca (*)
la llaman en estos lares, comenzó a lanzar por las ventanas de la sala de campanas de la torre de la parroquia sus quejidos, sus sonidos quejumbrosos, porque, en aquellos momentos, estaba teniendo lugar el prendimiento del Señor que desembocará en la Pasión y muerte del Señor que nosotros celebraremos litúrgicamente en el día de hoy.
El silencio era total, sepulcral, mientras una corriente de lucecitas tintineantes avanzaba por las calles del lugar precediendo al gran paso de Nuestro Padre Jesús de la Gran Misericordia que, en lo alto de una carroza cerraba la procesión.
Sólo la bocina, de cuando en cuando, ponía, con sus susurros audibles, sobre aviso el pronto paso de la procesión.
En la plaza de Nuestra Señora del Carmen el silencio se podía cortar con un papel de fumar cuando hizo su entrada la comitiva y así permaneció hasta que la imagen sagrada de Nuestro Padre Jesús de la Gran Misericordia se perdió calle Santa Bárbara arriba. Sólo rasgaba el silencio las líneas sonoras que trazaban en el pavimento una decena de cruces portadas por otros tantos penitentes. Todo lo demás, era quietud, todo lo demás, era tranquilidad, todo lo demás, era paz. Las gentes expectantes a uno y otro lado de el reguero de lucecitas chispeantes, tenían los ojos fijos en la imagen de Nuestro Padre Jesús de la Gran Misericordia.
Hasta la plaza llegaba el tableteo de una carraca o matraca que, instalada en el balcón de la última planta, en lo más alto de un edificio que abre sus puertas a la calle San Joaquín, dejaba caer, desvaídas, las roncas notas que unos martillicos le sacaban de sus adentros.
Recibe misudo, mis
¡¡¡BUENOS DÍAS)
29.3.2024. VIERNES SANTO. )C. 2.849)
(*) Me cuenta Francisco Cantos Albertos, "el nieto de Bienvenido", que la matraca siempre sonó durante el triduo Sacro a partir de la conclusión de la Eucaristía en la que se celebra, precisamente, la institución de la misma por parte del Señor Jesús antes de padecer la muerte, porque las campanas entraban en un mutismo total hasta el canto del gloria en la misa de la Vigilia Pascual que marca el triunfo de Jesús sobre la muerte.
Un artilugio de madera, como todas las cosas que salen de la industria humana, con el tiempo van perdiendo algo o mucho de sí mismas, por lo que la matraca a la que oímos gritar durante estos días desde lo alto de la torre, fue restaurada el año 1950 por José Gil Hernández, hijo del sacristán de entonces, Manuel Gil. Y lo hizo en la pequeña carpintería que tenía montada en el carnero de la parroquia de Santa Catalina donde atendía, cuando la liturgia lo permitía, las solicitudes que le hacían las gentes del lugar.
En el año 2012 fue necesario acometer una segunda reparación del matracón que fue realizada por Joaquín Agulló Milán, conocido como "El Chato", cofrade de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús de la Gran Misericordia.
En mi pueblo también acontece otro tanto. Yo recuerdo que en mi niñez, en mi casa, mi madre no consentía ninguna música ni permitía que la radio se pusiera en marcha en dos ocasiones a lo largo del año. Una era el Triduo Santo y nos decía:
"en esta casa no hay músicas. Nadie canta y la radio tampoco se enciende porque ha muerto Nuestro Señor Jesucristo".
Y hasta después de la misa de la Vigilia Pascual, con Jesús ya Resucitado, nadie cantaba. En mi casa reinaba el silencio. Nada de músicas. Ella era una mujer muy alegre y cantaba muy bien. Era una gran tonadillera, pero en estas fechas del Triduo Santo no salía una nota musical de su boca.
Y lo mismo implantaba cada dos de noviembre por respeto a los difuntos, principalmente a los de la familia. Eso sí sacaba del baúl las pequeñitas carracas con las que nosotros y los niños del vecindario correteábamos la calle enarbolándolas mientras las damos vueltas, para sacarlas aquellos sonidos de chicharras. Era consciente de que, a los niños, siempre deberían tenerles "una ventana abierta" para que se distrajeran y, en Semana Santa pasaban el rato con el juguetito de marras, con la carraca.
P. Alfonso Herrera. Carmelita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario