sábado, 1 de junio de 2024

Diez Arrobas.

ESTAMPA CAUDETANA. 

DIEZ ARROBAS. 

Por febrero te decía en mis buenos días que abrigaba la esperanza de que el frío del invierno no echar abajo la floración de los albaricoqueros, tenemos tres, uno, borde y dos injertados por uno de los buenos especialistas existentes en esta Real Villa de Caudete al que apodan Paco "el molinero". También te decía que de tener  éxito tendría que vigilar las ramas para que no fueran desgajadas por el peso de las frutas. 

Como el invierno fue muy suave, cosa impensable para esta zona de Castilla La Mancha que presume de un clima continental duro, multitud de flores cuajaron en otras tantas frutas que fueron creciendo a ojos vistas y me obligaron a sujetar algunas ramas a otras con alambres para que el peso de las frutas no las desgajara y perdiera, al mismo tiempo, rama y frutas. 

Desde entonces fui cuidándolos como a las niñas de mis ojos, quizás mejor, porque cada domingo les suministraba dieciséis litros de agua, y en ello sigo, en los que había encontrado la muerte una buena pella de abono, de modo y manera que llegara a ser un manjar exquisito para ellos y también para todos los árboles que crecen en el corralón del convento de San José (El Carmen). Y de esa manera succionaban a través de las raíces adventicias ese abono que, subido a través de los conductos leñosos hasta las hojas, lugar donde realizan la fotosíntesis, con la colaboración de la luz y el calor que le suministran los rayos del sol, y, así, obtener el alimento necesario para desarrollarse ellos y, a su vez, alimentar a sus frutas. 

Entre semana ellos charlaban conmigo. No daban gritos ni voces. Únicamente con sus hojas me decían si estaban agusto o si necesitaban agua y, en este caso, yo satisfacía, con prontitud, su necesidad.

A lo largo de estos meses los he visto crecer, los he visto pintarse de color, los he oído decirme:

"Ya te queda poco para que puedas disfrutar del regalo que te estamos fabricando". 

Y fui dando largas a su oferta hasta que, hace tres días, decidí aceptar su ofrenda y me dirigí a probar alguno de los más maduros. Cuál fue mi sorpresa que, al llegar junto a los albaricoqueros, descubrí que no quedaba ni una sola de sus frutas. Habían desaparecido todas. 

En aquel momento retrocedí calendario, tras calendario, hasta llegar al curso escolar  1955-1956 en que yo hacía mi ingreso para entrar en el bachiller de entonces que se regía por el plan de estudios de 1947. Me encontraba en régimen de internado en el colegio privado Nuestra Señora del Carmen, en Arenas de San Pedro (Àvila), propiedad de Don Emiliano Bermejo, uno de los matemáticos más famosos de entonces y que, por no ser de la cuerda de aquellos que gobernaban, tras el conflicto entre hermanos del treinta y seis, no le autorizaban  a ser su director, por lo que, como tal, solo como tal, ejercía un cuñado suyo, Don Jesús.

Puede que te estés preguntando y esta historia 

-¿a qué cuento viene?  

Pues ni más ni menos que para explicarte la razón por la cual he titulado mis letricas de hoy y la relación que establezco con el hecho acaecido hace tres días en el corralón del convento: DIEZ ARROBAS.

Por aquel entonces vivía una anciana mujer a las afueras del bonito pueblo de Arenas de San Pedro junto a la carretera que conducía hasta otro pueblo, El Arenal ya en la falda de la sierra de Gredos (donde se cultivan y vosechan las judías más ricas del mundo que sin llegar a los cien mil kilos se etiquetaban en cantidades ingentes que superaban el medio millón de kilos. Tan ricas eran y son) Aquella anciana señora tenía un terrenico cerrado por una pared de piedras para evitar el paso de los animales y al lado de la puerta de entrada a la casa tenía un hermoso cerezo del que no le era dado probar ninguna de sus ricas frutas porque "animales de dos patas" saltaban la pared y cosechaban las cerezas de aquel árbol. Y la buena mujer, que, como te digo, nunca probaba las frutas de su cerezo, solo pronunciaba, compungida, al ver a su hermoso árbol desprovisto de toda fruta, lo que parecía una "buena" maldición, estas palabras: "QUE EL LADRÓN O LADRONES ENGORDEN POR CADA UNA DE LAS CEREZAS DIEZ ARROBAS (125 kilos)"

Yo no voy a proferir ninguna "buena" maldición para aquellos que se embolsaron todos los albaricoques, que tampoco eran muchos, de los dos albaricoqueros injertados.

Hice mis indagaciones quejándome de que no me hubieran dejado, a mí, el labrador, el fiel y asiduo cuidador de la foresta del corralón, ni siquiera una fruta, un albaricoque, para que los probara. 

Resulta que un fraile de la comunidad recibió una visita de gentes que le eran afectas, y les abrió la puerta del corralón para que lo vieran y, claro, al encontrarse con los albaricoques gordos y hermosos, bastante más grandes que pelotas de ping pong, ya maduros...

Y, no, no deseé a los visitantes recolectores de los albaricoques lo que "bien" deseara aquella anciana mujer de Arenas de San Pedro, a los que la robaban las cerezas, cada año :"QUE ENGORDEN POR CADA, en este caso, ALBARICOQUE, DIEZ ARROBAS".

Para el año que viene colgaré de las ramas un cartel que diga:

-"deja uno, por lo menos, para que los cate".

Recibe mi saludo, mis


¡¡¡BUENOS DÍAS!!!

1.5.2024. Sábado.(C 1.911)

P. Alfonso Herrera. Carmelita.

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