lunes, 7 de abril de 2025

No merecía el vencejo encontrarse en aquel lugar.

ESTAMPA CAUDETANA.

NO MERECÍA EL VENCEJO ENCONTRARSE EN AQUEL LUGAR.

Ya llevamos unos días observando que las moscas han despertado del sopor invernal y andan a lo suyo, que no es otro que molestar intra muros y por fuera, también, y multitud de insectos van de un lado a otro por los cielos de nuestra Real Villa de Caudete.

Y, ese hecho, es lo que trae consigo  la llegada a estos pagos de las aves insectívoras que por octubre y noviembre nos habían dejado, para irse a lugares calientes donde no les iba a faltar pitanza.    

Unas de las aves insectívoras que, ya, hacen verdaderas cabriolas por los altos, pues a los bajos, al suelo, no suelen hacerlo, salvo para proveerse de barro con que hacer sus nidos bajo los aleros de los edificios, son los VENCEJOS.

Yo no sé cuál habrá sido la causa de que nuestro PROTAGONISTA haya venido a caer al duro alquitrán de la Calle Dos de Mayo donde lo descubrí en la tarde de ayer, cuando caminaba hacia el monasterio de las Madres Carmelitas de clausura para cerrar el Manifiesto del Señor Sacramentado.

El volátil estaba yerto, tieso, muy tiesecico, muertecico. Su aspecto exterior era bueno. Estaba bien alimentado, pesaba, su cuerpecito perfectamente emplumado. Sus garras limpias pulidas, aptas para ser usadas. Y, no obstante dejó de volar, dejó de surcar los cielos, dejó de perforar las corrientes de aire y, cayó, cayó, al duro suelo de la calle Dos de Mayo chocando contra el negro alquitrán. 

Seguro que el esfuerzo de recorrer volando sus seis o siete mil kilómetros desde el África central, en donde pasaría el invierno del septentrión, le pasó factura y, un ataque a su corazón de pájaro, lo mató y, en picado, cayó su cuerpo para buscar reposo, el reposo definitivo, porque su alma de pájaro se quedó allí arriba volando.

Y allí quedó. Todavía las ruedas  de los vehículos que transitan por esa calle no le habían aplastado, a él, que nadie lo podía echar mano cuando, suelto, volaba por lo alto o cuando quieto, sostenido por corrientes templadas de aire, dormía a dos kilómetros de altura, a él, que permanecía quieto con los ojitos y el pico abiertos, como si estuviera vivo, pero, no, porque estaba muerto.

Me dió lástima y bajé de la acera, lo prendí de la punta de una de sus alas y, como se hace con las personas muertas, le procuré sepultura. 

Aquel "enterrar a los muertos, como obra de misericordia por hacerlo con los cadáveres de los seres humanos, hice yo con los despojos del VENCEJO muerto.

No , NO MERECÍA EL VENCEJO ENCONTRARSE EN AQUEL LUGAR.

Recibe mi saludo, mis


¡¡¡BUENOS DÍAS!!!

7.4.2025. Lunes. (C. 2.197).

P. Alfonso Herrera. Carmelita.

No hay comentarios:

Publicar un comentario