jueves, 22 de febrero de 2018

ESTAMPA CAUDETANA. El Quijote de la Mancha




ESTAMPA CAUDETANA.
EL QUIJOTE DE GARDENIA.

Iba haciendo mi paseo normal, paseo que empleo para darle caña a las articulaciones con el fin de que no se me anquilosen y, de paso, para ver si aligera algo del tejido adiposo que se  instala por debajo de mi epidermis forrando mazas de músculos y, lo que es peor, de órganos. Me las veo y me las deseo porque, una vez instalado, se comporta como los ocupas ciudadanos, no sale ni a tiros ni diciéndole ¡Os! ¡Os! ¡Os!

A la altura del 43 de la calle dedicada a aquel gran atleta del pueblo, Antonio Amorós, me encontré a la dueña de la floristería Gardenia distribuyendo motivos, ordenando y adornando, colocando los distintos elementos ornamentales en su escaparate. Todo con inspirado gusto. Aunque, para mí (...), le veo un poco saturado, muy lleno. Claro que, comprendo, que en el ánimo de la florista, esté el llamar la atención de aquellos que caminan por la calle. Pensará  que, si no es un motivo, puede que sea otro el que centre la atención y nos sintamos atraídos por la oferta que nos hace desde el otro lado del cristal del escaparate, desde dentro. Me detuve para ver el arte y la maña que se daba. Sí, es una artista.
 No debí parar, no debí hacerlo porque un paseo con parada no inquieta a la grasa almacenada (vaya, hasta con pareado). Pero como la buena señora estaba en esos jaleos me detuve para darme el gustazo viendo como disponía y ordenaba su escaparate. Se cruzaron nuestras miradas y, sin importarle lo más mínimo, siguió a lo suyo. Seguía haciendo sus cosas, seguía disponiendo los distintos elementos, que son muchos, aquí allá arriba, abajo, a un lado y  al otro de su escaparate. Entre todos ellos, uno me llamó poderosamente la atención. Era la hirsuta figura de Don Quijote de la Mancha y, junto a él, la rechoncha pero agradable figura del que fuera su escudero, el bueno de Sancho Panza. Estaban caminando, haciendo su último, por ahora, viaje, no a lomos del lastimoso Rocinante y del lustroso Rucio, sino llevados en volandas por la  mano de la florista en busca de una peana para mostrarse y ofrecerse, a un posible comprador. ¡Pobre Hidalgo Don Alonso y pobre escudero Sancho! Les han quitado de ir de un lado a otro, incluso más allá de La Mancha, hasta Barcelona, para que sirvan de adorno en cualquier estantería cubriéndose de polvo y no, precisamente, de los caminos manchegos. ¡Pobres! Les han encerrado en armaduras de chapa y, al hacerlo, les han cercenando la libertad. Castilla y su Mancha “ya no son anchas”
Fue verles viajar firmemente agarrados por la prensil mano de la florista y emprender yo el viaje de retorno a mis tiempos jóvenes, a los de mi adolescencia y verme en el pupitre de aquella aula con los ojos puestos en un grueso tocho (que decíamos), volumen que la profesora tenía pinado encima de su mesa, con la portada mirando a los casi cincuenta chicos en la que leíamos lo que ella decía de palabra:  «El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha» novela escrita por Don Miguel de Cervantes y Saavedra.
En seguida aparecieron en aquel paño de mi vida de estudiante un montón de las noticias que nos fue diciendo la profesora sobre el autor de la novela: Su participación en la batalla naval en Lepanto a las órdenes del bastado del Rey, Don Juan de Austria. La pérdida de su brazo, sus prisiones, primero en la morería y luego en Argamasilla de Alba, (en la cueva de Medrano), en los inicios del siglo XVII donde permaneció 4 larguísimos meses, y otra vez más en Sevilla....
Yo veía a la florista con las figuras protagonistas de la NOVELA  MÁS GRANDE Y HERMOSA DE TODOS LOS TIEMPOS, en la mano camino de un nuevo lugar para el reposo y dentro de mi cabeza veía yo a Cervantes en aquel «lugar del que no quería acordarse» víctima, vete a saber, si de sus malas artes al quedarse con algo de lo que allegaba como alcabalero de su Majestad o por las malas artes del Marqués Don Rodrigo de Pacheco que, según exvoto que cuelga en la iglesia del pueblo, parece que estaba privado de sus facultades mentales, de las que curó milagrosamente.
Sí, al parecer, estaba privado de sus facultades, (tenía los sesos licuados, que decían entonces), vamos, que estaba loco. Gentes sesudas, decía mi antigua profesora,  han dado en afirmar que fue encerrado en la cueva de Medrano, buen amigo del Marqués, por orden de éste, porque tenía una hermosa sobrina a la que Cervantes, sin miramiento alguno, echaba los tejos. Es decir que estaba coladísimo por ella.
¿Vas cayendo en la cuenta? ¿Vas uniendo cabos? La profesora fue tirando de los hilos y nos hizo ver que Cervantes ya tenía singularizados a los principales personajes de su obra. En la cueva, encarcelado, fue sacándolos a la existencia:
D.Quijote, el hombre espiritual, la parte interior del ser humano=el Marqués loco que al final de sus correrías se vuelve cuerdo. 
Sancho el hombre material, el de las viandas dentro del morral, en el fondo de la Albarda, el de las bodas de Camacho... Sancho, el bueno de Sancho, algún carretero o arriero que tuviera a sus órdenes para transportar las sacas de doblones y maravedíes para el erario público.
Dulcinea del Toboso, la sobrina del Marqués, la imagen vívida en la “loca de la casa”, en la mente de Cervantes... que siempre acompañará al Ingenioso Hidalgo en sus correrías.
El cura, el licenciado, el barbero... posibles personajes que compartieron la cueva de Medrano o famosos del momento...
Las correrías, las ventas... posibles experiencias, llevadas al ámbito del disloque, vividas en el ejercicio de su quehacer de alcabalero de su Majestad....)
De modo que al salir de la cárcel, de la cueva de MEDRANO,  en 1605 ya tenía la primera parte pergeñada y lista para imprimirse cosa que llevó a efecto ese año.
Y la segunda parte o segundo volumen, nos contaba, enseñando, la profesora* de entonces, que la compuso en otro tiempo de «vacación» en otra instalación estatal, esta vez  en Sevilla. Parece ser que fue denunciado ante el fisco porque en el desempeño de su oficio de alcabalero de su Majestad, se habría quedado entre los dedos con  algunos doblones y estuvo encerrado en la cárcel sevillana que existía entre la calle Sierpes y otra calle de la que no me acuerdo el nombre (mira, como Cervantes con Argamasilla de Alba) hasta que se demostró que el desfase o fallo no era debido a la sustracción fraudulenta (¿te suena de algo tal fechoría?) del alcabalero, sino a la equivocación en las sumas que corrían a cargo de los escribidores o anotadores que tenía a su servicio. Concluida la permanencia en esta cárcel y puesto en libertad, salió de ella, no  a cuerpo gentil, sino,  con la segunda parte de su inmortal novela, Don Quijote de la Mancha. Esto ocurría el en 1615, diez años después de que pusiera en el mundo, para uso y disfrute de aquellos privilegiados que tuvieron la suerte de tener en sus manos esta grandísima, hermosísima y estupendísima obra, la mejor del mundo, según mi parecer, porque trata del hombre en su totalidad, en sus vertientes espiritual y material  y, de paso, de todas las circunstancias, historias, aconteceres y avatares, que lleva consigo la vida del ser humano sobre la tierra.

Para cuando yo terminaba mi viaje al pasado, la dueña de la floristería ya había hecho descansar a Don Quijote y su fiel Sancho de su último viaje, esta vez a mano, sin el huesudo Rocinante y sin el rollizo Rucio.
Y, yo, cerrando también esa página de mi historia, aprovecho para mandarte mi saludo, mis 

          ¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
22.2.2018 Jueves. P. Alfonso Herrera. Carmelita

Ni que decir tiene que, aquella buena señora, mi profesora de Lengua y Literatura, de nombre Mercedes Hernández, nos mandó leer, ENTERITA, la HERMOSA NOVELA que arrumbó el género de caballería andante tan boyante por aquel entonces.


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