ESTAMPA CAUDETANA.
VOLVIÓ A FLORECER.
Ya hace algún tiempo "charrando" un día con unos lugareños me dieron a conocer que, ellos junto con otros, fueron los que inauguraron, el colegio que levantaron en los primeros años de la década de los 60 del siglo pasado, los Padres Carmelitas en el terreno de la huerta del convento de San José (El Carmen). Aquel colegio abría sus puertas al paseo Luis golf.
Además de disponer del paseo, habían acondicionado, los frailes carmelitas, la huerta para campo de deporte, para que se desfogaran y gastaran sinovia, los chavales.
Y, en aquel campo, me dijeron mis comunicantes, respetaron los frailes un árbol, un melocotonero que daba muy buenos frutos, tan buenos eran que ocupaban un buen recuerdo en la memoria de aquellos dos caudetanos con los que me paré a charlar un ratito, en aquella ocasión.
Uno de ellos era Chimo y me decía. Tan ricos eran los melocotones que no llegaban al cesto de la fruta de los frailes porque, entre gol y gol, echábamos mano a las sugerente y apetitosas frutas del melocotonero.
Eso sí, el fraile, creo recordar que me dijeron se llama a Fr. Dionisio, se encargaba de la vigilancia en el recreo, y no perdía de vista al melocotonero y algunos varascazos nos daba allí donde debía doler, pero que no dolía porque el bueno de él, más que dar, enseña el palito que tenía en la mano. Era buena gente aquel fraile y daba por bueno que los melocotones no subieran al cesto de la fruta en el refectorío de la comunidad y, sí, que satisfaciera la "pillería" de los críos.
Pues, bien
Aquel melocotonero vino a menos SESENTA AÑOS DESPUÉS. Es sabido que este árbol frutal, en concreto, se ensucia mucho. Los parásitos lo veneran y hay que tener un cuidado extremo para llevarle adelante. Pero era viejo, tan viejo, que ya, ni fuerza tenía para poder agradecer los mimos y cuidados que le dispensábamos y, un buen día de hace tres años, nos dijo adiós.
Pero, las raíces se armaron de valor y dijeron:
"¡Aquí estamos nosotras!"
Y empezaron a levantar, desde sí mismas, un par de varetas que crecieron como por ensalmo. Claro, tenían a toda la red de raíces a su disposición, y, tan guapas se pusieron, que al perro que se enseñorea en el corralón, le dio un ataque de envidia cochina y a mordisco limpio echó abajo las dos varetas del melocotonero.
Pero con la naturaleza nadie puede, ni el dichoso perro. Y la naturaleza, sin liarse a tortas con el perro, "a la chita cayando", volvió por sus fueros y de uno de los muñones que quedó del año anterior volvió a mostrarse lozana y pujante, cosa que me llevó a mí a defender al pimpollo con los medios a mi alcance.
Y, este año, con un invierno más que loco, porque no decir borracho, pues sería decir demasiado, se ha despedido con borrasca tras borrasca, aunque, todo sea dicho, por esta Villa dejaron poca agua, y, sobre todo, se ha despedido cuajando de flores al melocotonero que, así:
¡¡¡VOLVIÓ A FLORECER!!!
Y para que veas que no es pura rechifla lo que te cuento, te lo muestro. Fíjate en la foto que está a la cabecera de mi escrito.
Mientras, el tocón del viejo melocotonero que traté de incinerar a su debido tiempo para que no fuera criadero de bacterias nocivas para el resto de la foresta que disfruta de buena vida en el corralón, está favoreciendo en sí mismo y en sus cenizas, la vida.
Y, sí, el pobre tocón, que lo fuera de tan buena gente, ahí lo tienes cubriéndose de vida , el y la tierra aledaña, porque en él encontraron acomodo unas setas que, por no entender yo nada de micología y por no contar en el cajón del comedor con un cubierto de plata, por si acaso..., ahí se van a quedar.
Recibe mi saludo, mis
¡¡¡BUENOS DÍAS!!!
12.3.2025. Miércoles (C. 2.173).
P. Alfonso Herrera. Carmelita.
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