viernes, 19 de enero de 2018

ESTAMPA CAUDETANA. La Plaza de la Iglesia



ESTAMPA CAUDETANA
LA PLAZA DE LA IGLESIA

¡Mírala!
Sola, pero no triste.
Todavía está impregnada de la alegría y, toda luminosa, luce en la quietud que se adelanta al murmullo ¿hecho oración? de las gentes que acompañan al cadáver del hermano que se nos fue ayer y que, en breves momentos, aparecerá por aquella calle que da entrada a la plaza. Y en la puerta de la casa de todos se detendrá el cortejo. Entrará en la iglesia para dar y recibir la despedida en la FIESTA EUCARÍSTICA, antes de emprender el viaje hasta la última morada donde se desnudará de sí mismo para  vestirse, cuando Dios lo decida, con el traje luminoso de la inmortalidad.

Faltan unos minutos para la hora señalada. En la plaza, ni un alma. El silencio lo llena todo. Hoy me tocó celebrar LA FIESTA DE LA VIDA, LA EUCARISTÍA en la  que nos dirá el hermano fenecido su última palabra:

—«Todo lo que acontece de tejas abajo...
NO DURA. Viví con vosotros 97 años. Pero solo hasta ahí, ni un año más, ni un mes, ni un día, ni un segundo más. Un soplo, una pincelada en el bastidor del mural de la GRAN HISTORIA DE LA VIDA DEL HOMBRE SOBRE LA TIERRA»

—«Todo lo que ambicioné y que no cabía en el amplio campo de la imaginación se me muestra ahora diáfano y, maravilla de maravillas, lo veo asequible y real, a mi disposición».

—«El párroco me preparó para el viaje. Me puso de limpio por dentro y por fuera con la Santa Unción».

—«Trabajé por y para vosotros, me desmelené haciéndolo, mientras pude, y ahora os entrego el testigo. Es vuestro tiempo. Seguid el quehacer, el viaje. Yo me bajo en mi estación de destino».

Y, nosotros, asomados a las ventanas del tren enarbolamos  el pañuelo del adiós: la oración confiada y esperanzada, al Buen Padre Dios, por el hermano que se apeó, que nos dejó.

Concluido el oficio, a mi modo de ver mal llamado fúnebre, invocado el auxilio de la Madre de todo caudetano, a la VIRGEN DE GRACIA, el sacerdote, yo, con la última bendición, entrego los despojos al hijo, nuera, nietos y familiares del extinto para que con ellos obren misericordiosamente.

Parte el cortejo y, allí donde el difunto bailara tantas veces los BAILES DEL NIÑO, la Plaza de la Iglesia, hoy le honra sin músicas solo pasa, eso sí, muy despacito llevado por el furgón fúnebre. La banda oficial del pueblo no toca. Ninguna bailadora le requiere a este lado. Sí, al otro lado de la vida donde ya le está esperando la compañera de aquellos BAILES de este lado de la vida, de aquella vida llena de azares, trabajos, amores, que compartieron juntos.

Ya salió el cortejo por los arcos de la Plaza calle de La Abadía arriba para llegarse al lugar de su reposo, al cementerio, en castellano, al dormitorio. ¡Descansa en paz, hermano!

Son casi las dieciocho horas, faltan solo cinco minutos. La plaza de la Iglesia ya, sin las luces de colores de las pasadas fiestas de la Navidad del Señor, comienza a prepararse para el descanso, ya está sacando de sus armarios  los crespones negros. Ya está cayendo sobre ella, como  lo ha hecho para el hermano muerto, la noche.

Eso fue antes de ayer. Hoy, yo, te mando mi saludo, mis
                      ¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
19.1.2018 Viernes. P. Alfonso Herrera. O. C.

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