miércoles, 18 de abril de 2018

Las Margaritas, Alegría de los ancianos


ESTAMPA CAUDETANA.
LAS MARGARITAS, ALEGRÍA DE LOS ANCIANOS.

Subía el otro día carretera de Villena arriba, cuando, al traspasar la calle de El Molino, regulada por el único semáforo que existe en el pueblo, me dio por mirar dentro del jardín de la residencia de ancianos San Juan evangelista,  sita  en el número 113  de la calle que acababa de dejar atrás, de El Molino.  Allí, casi al alcance de la mano, contemplé ese macizo de margaritas que te ofrezco hoy como estampa del lugar.
¡Menos mal! De no haberlo hecho, me hubiera perdido (y tú, también) una estampa preciosa. Venía a paso ligero completando el camino programado, proyectado para llegarme hasta la parroquia de San Francisco donde, a las 18:30, tenía cita para celebrar, con puntualidad, la Eucaristía, con el puñado de fieles que se reúne en torno de el altar, cada tarde. Por ello me encontraba un tanto cansado. Pero fue ver el macizo de margaritas con ese color pintado por el sol que todavía andaba por todo lo alto de un cielo  despejado y limpio, como lo era el de aquel día  y pasárseme todas las penurias del camino, todo cansancio. Todo desapareció de mi cabeza y de los alrededores, pues entré en un diálogo directo, cercano, gratificante, profundo, de tú a tú, con aquel macizo de margaritas  pintadas de modo magistral por el pintor bohemio que va de aquí para allá y por todo lo alto. Atrás quedaron los casi 3 kilómetros y medio de andadura, atrás quedó el cansancio acumulado durante el trayecto al tirar con ganas y fuerza de mi pesada (por peso) humanidad, atrás quedó el sudor que empapaba mi ropa y atrás quedaba todo aquello que me había acompañado en la andadura. Ya solo existía aquel macizo de margaritas azules con pétalos color rosita, ¿o son fucsia? con el que se los había pintado el brillante sol que tenía por fondo, aquel día, un firmamento vestido con una capa de color azul profundo.
Tuve suerte. SÍ, tuve suerte aquella tarde porque, a través de el macizo de hermosas margaritas, entré a compartir  la paz y el sosiego  de que gozan  nuestros hermanos mayores cuando pasean por el jardín o, simplemente, están sentados en su carro de ruedas o en uno de los bancos en los que, estratégicamente dispuestos por el jardín,  toman el sol, mientras contemplan el despertar del jardín al escuchar la suave llamada de la primavera.
Sí, me alegró el paseo. Se me esfumó el cansancio. Para mí, como para los ancianos, ¡ya era primavera!

Todo florido y primaveral sale pitando en tu busca, mi saludo, mis

          ¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
18.4.2018 Miercoles. P. Alfonso Herrera. O. C.

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