jueves, 19 de abril de 2018

El Gato del Chalet de Las Jornetas


ESTAMPA CAUDETANA
EL GATO DEL CHALET DE LAS JORNETAS.


Aquel día, a las cinco  de la tarde, despedí a un hermano que emprendía viaje hacia las moradas del Padre, hacia aquellas de las que Jesús hablaba a sus discípulos que les iba a preparar cuando Él volviera a la situación que tuvo con el Padre antes de  asumir nuestra condición humana: «en la casa de mi Padre hay muchas estancias y voy a prepararos sitio» (Jn 14,2).

Como contaba con tiempo suficiente hasta la Eucaristía de las 19,30 me fui a dar un paseo por la calle que llaman Las Jornetas. Esta calle está jalonada por chalets a cual más chulo y vistoso y, en uno de ellos, allí estaba...

Aquella tarde estaba bago, el gato. A grupas de su naricilla se veía, a todas luces, que no había pasado por el cuarto de baño. Tenía salpicada la nariz por manchas que no echó abajo el frotar de sus patitas humedecidas por los lengüetazos. Pero él estaba «a la suya, a la suya ¡Hale! ¡Hale!»,  que diría mi compañero el P. Ángel. Ni se inmutaba. Para nada. Tampoco andaban muy limpios, que digamos, los lagrimales. Se nota que el gato se levantó cansado de una siesta con estrambote, es decir, prolongada.
No, ¡qué va! No daba la impresión de que hubiera estado de caza.
Además la correita que llevaba al cuello indicaba que el gato no tenía necesidad de estar al acecho de los pájaros o de los ratones que pululan siempre por jardines y entre setos o en los aledaños del chalet donde vivía. Era tal la quietud en la que se encontraba el animalito, que daba a entender lo placentera que era su vida, sin ninguna preocupación, sin ninguna presión provocada por estrés alguno, nada le inquietaba, ni siquiera la proximidad, casi tocándole los bigotes, de mi
telefonillo. ¡Nada!
Se le veía rollizo, guapo, bien atendido, lo que se dice una verdadera, querida y cuidada mascota.
¡Pobre gato!
Dónde estarán sus instintos, dónde habrán quedado esos instintos que, a cualquiera de su especie, sacan del paroxismo y le lanzan, a la velocidad del rayo, a la caza de cualquier volátil que entre en el campo de su visión o en el seguimiento de la pista del olor que ha dejado un ratoncico.
Dónde  está esa tensión felina que constantemente le hace estar ojo avizor.
Dónde está ese instinto criminal que le viene desde aquellos tiempos en que empezó a ser. ¿En qué ha quedado aquella fiera?
Dónde ha quedado su razón de ser de felino fino. Incomprensible. No me cabe en la cabeza ver a tan bella y guapa criatura en el estado en que ha venido a quedar su condición de fiera  salvaje.
¡Mírala! ha venido ese animal, que fuera fiero, a quedar difuminado en una situación indolente, adaptado y acomodado a una vida, que no es vida para un felino, a la sombra  y cuidado,  al amparo del ser humano. 
Se ha dejado domesticar. Ha cambiado su razón de ser animal libre y salvaje por una vida muelle y confortable en la vivienda del humano.
¡Qué pena!
Ha dejado guardados bajo llave, en la casa del humano, su singular oído, su finísimo olfato y la capacidad de sus bigotes para seguir el rastro, calcular la distancia, descubrir, saltar y cazar la presa.
No, con tener tan bonita estampa y la forma de un gato, ¡no lo es! ¡Ya no es felino!
Ya el sigilo no le acompaña por que, los que le han domesticado, le han colocado al cuello, un cascabel al felino, al gato. Ya encontró respuesta aquella pregunta que se hacían los ratones del cuento «¿quién le pondrá un cascabel al gato?» Ya es cualquier cosa.
¡Pero no un gato!

Ligero, más que el gato de Las Jornetas, corre a tu encuentro, mi saludo, mis

          ¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
P. Alfonso Herrera. O. C.

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