ESTAMPA CONVENTUAL.
LA CRÍA DE VENCEJO.
LA CRÍA DE VENCEJO.
Tuvo suerte, una suerte loca. Acababa yo de aparcar el coche en el garaje del convento y me dio por salir al corralón para echar un vistazo y ya tenía una gallina detrás de él para darle el picotazo de gracia. Espanté a la gallina y me hice con el jovencito Apus apus. No me supuso trabajo hacerme con él. Estaba ya sin fuerzas y muy asustado. No era para menos. Acababa de empezar a vivir por sí mismo tras pasar casi dos meses en el nido a expensas de sus padres y, debido a esa dedicación, podría estar unos gramos más gordito que ellos para poder afrontar con éxito el salto desde el nido a un cielo donde jamás encontrará dónde pasarse para hacer un descansillo, y eso le animó a dar el salto al vacío. Pero este joven Apus o pesaba demasiado para su sistema de sustentación, que es lo último que alcanza su madurez en el desarrollo de esta clase de pájaros, o, acaso, no se atuvo a los imperativos de la naturaleza y, por que sí, se lanzó desde el nido, al que no volverá jamás, y, en lugar de dejarse alzar por las corrientes de aire caliente, cayó en picado y aterrizó muy malamente contra el duro suelo de tierra pisada del corralón del CONVENTO DE SAN JOSÉ.
¡Qué contrariedad!¡Qué disgustazo! Y qué miedo cuando vio acercarse a toda velocidad a un emplumado grande que dejaba ver sus, muy malas, intenciones.
Sí, tuvo una suerte loca. El hecho aconteció hace diez días.
Cuando le recogí del suelo sin que me diera el más mínimo trabajo. El pobre Apus apus, vencejo para el común de los mortales que de ornitología no saben ni en qué consiste, encontró acomodo en el hueco de mi mano. El corazón que, con sus latidos, me tocaba en la palma de la mano con una frecuencia vertiginosa, con el paso del tiempo y la reiterada caricia en su cabecita, fue perdiendo velocidad hasta que se hizo imperceptible. Es que percibiría el peligro que representaba la gallina que no le perdía ojo al tiempo que soltaba, por lo bajo, un reclocleo anunciador de un cercano festín. El pajarito no me veía como enemigo. Estaba tranquilito y no hacía ademán de escaparse. Daba la sensación de que se encontraba bien y seguro.
La gallina se quedó con las ganas de desplumarlo, desmembrarlo y zampárselo. Esta vez no ocurrió como otras veces. Esta vez el pollito de la familia Apodidae no le sirvió de aperitivo. No pasó a integrarse en la proteína de las gallináceas.
Le subí al claustro alto. Abrigaba la esperanza de que echara a volar para alejarse de los lugares bajos que tanto peligro entrañaban y subiera y subiera hasta los dos mil metros que es donde esos pájaros se encuentran a gusto porque es allí donde duermen sin dejar de volar.
Abrí una de las ventanas que dan a la calle El Molino (el corralón estaba descartado) y abrí la mano para que se fuera. No se movió. Me miraba y no se movía. Estaba seguro. Le acaricié la cabecera con mi dedo índice y seguía sin moverse. ¡Se había hecho mi amigo!
Le solté en la jardinera debajo de un geranio esperando que se fuera. No se fue. Se había tirado al hueco existente entre la jardinera y el cristal de la ventana. Al día siguiente fui a verle. Le di de beber. Los días pasaban y el jovencito Apus apus allí estaba. Ni se había ido ni se había muerto. En el lateral izquierdo de la jardinera vi que había bastantes excrementos y deduje que los padres bajaban a darle de comer. Ayer, al medio día, cuando fui a darle agua ya no estaba. Quiero pensar, y pienso, que está volando por encima del CONVENTO DE SAN JOSÉ liberándonos de moscas, mosquitos e insectos voladores (entre 350 y 2300 por hora) como si quisiera devolverme el favor que le hice cuando le salvé del inmisericorde pico de una de las cinco gallinas que le había visto desplomarse en el corralón del convento, diez días atrás.
¡Buen vuelo!, ¡buen viaje!, amigo vencejo.
A rebufo del vencejo vuela a tu encuentro mi saludo, mis
¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
13.7.2018. Viernes 7° día de la novena en honor de la Virgen del Carmen
P. Alfonso Herrera, O. C. alfonsoherr@gmail.com
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