ESTAMPA CONVENTUAL.
EL VIEJO MELOCOTONERO.
EL VIEJO MELOCOTONERO.
Creo que te hablé una vez del melocotonero que va tirando en el corralón del
CONVENTO DE SAN JOSÉ. Hoy vuelvo a hacerlo.
Resulta que hace unos días me paró un paisano por la calle y se interesó por él.
En los años sesenta ya teníamos concluida la obra del colegio construido en terrenos del CORRALÓN con entrada por el Paseo Luis Golf que, en la actualidad viene a ser el lugar de esparcimiento de las gentes de este pueblo.
El P. Luis Torres, que es cura pilón, saca a colación, cuando viene al caso, que durante su noviciado, ya va creciendo el hombre, tuvo mucho que ver con las obras de cimentación que iban a sustentar el centro escolar que los PADRES CARMELITAS iban a poner a disposición de la chiquillería de Caudete. Tanto trabajaron aquellos novicios que, a punto estuvieron de repetir el año de noviciado porque más que ponerse a tono con las exigencias de lo necesario para ser buen fraile, estuvieron progresando en el conocimiento de instrumentos laborales como el pico y la pala. Eso sí, mientras ponían a trabajar los riñones uno de ellos leía, desde lo alto y fuera de la zanja, un libro de cosas espirituales.
El melocotonero, por el que me preguntaba el paisano, no crecía en el lugar destinado a lugar de enseñanza y se salvó. Pero de lo que no se salvó fue de la labor depredadora de los alumnos. Él era uno de ellos.
- En los recreos, cuando los frailes perdían de vista el árbol, se encaramaba uno de ellos y, cual mono que echa abajo los cocos de la alta palmera, echaba aquel escalador los rubios y olorosos frutos del melocotonero, a los coleguillas que estaban a la espera bajo el árbol. Y tanta pericia habían adquirido que, ni uno, ni los chicos gateadores, ni los melocotones, caía al suelo del corralón del CONVENTO DE SAN JOSÉ. Los frailes veían mermar las frutas del árbol pero, por más atención que ponían en la vigilancia del frutal, no consiguieron pescar a los ladronzuelos. O, acaso, lo que les preocupaba era que no dieran los chicos con la nariz en el suelo.
Fíjate lo que son las cosas. Al hablar con el paisano de los melocotones que les "birlaban", él y los coleguillas, a los frailes, vinieron a hacerse realidad mis recuerdos de jovencito (10 a 13 años) estudiante interno en el colegio Ntra. Sra. del Carmen de Arenas de San Pedro (Ávila). A esa edad el crío es como "la lumbre y todo lo que le dan consume". Y, amigo, el Director y dueño, Don Emiliano Bermejo (q.d.p.), abuelo del que fuera ministro de Justicia con Zapatero y, antes, entonces, compañero mío, tenía un campo llenito de frutales que según las estaciones aportaban material a la "lumbre" que éramos aquellos muchachitos, siempre con hambre. Tratábamos de jugársela, nunca dijo nada a pesar de que los árboles perdían fruta a ojos vistas. Yo, reflexionando sobre el hecho, he dado en pensar que desde los ventanales del velador, que hacía de comedor de los internos, vigilaba por si acaso nos caíamos para ir volando a echarnos una mano, pero ¡nunca!, ¡nunca!, ni una queja, ni una palabra más alta que otra, ni una riña. Aunque sacudía unas tortas en sus clases de matemáticas ("las letras con sangre entran") que se oían en el Santuario de San Pedro de Alcántara, guardo un fantástico recuerdo de aquel hombre y de su mujer que era un ÁNGEL.
"Pues, sí. Sí que sigue viviendo el melocotonero, le decía a mi comunicante el otro día, muy maltrecho, pero viviendo, el viejo melocotonero al que aligerábais de su rico peso, vosotros, los niños escolares de aquel entonces caudetano".
Me dio la sensación de que mi comunicante se alegró de tener noticias sobre aquel melocotonero del que guardaba el recuerdo de tan buenos ratos como los que les hizo pasar en aquella niñez de los años sesenta del siglo pasado.
Surgiendo como una ninfa de los estratos del recuerdo vuela hasta ti mi saludo, mis
¡¡¡BUENOS DÍAS!!!
12.8.2018. Domingo. P. Alfonso Herrera, O. C.
Resulta que hace unos días me paró un paisano por la calle y se interesó por él.
En los años sesenta ya teníamos concluida la obra del colegio construido en terrenos del CORRALÓN con entrada por el Paseo Luis Golf que, en la actualidad viene a ser el lugar de esparcimiento de las gentes de este pueblo.
El P. Luis Torres, que es cura pilón, saca a colación, cuando viene al caso, que durante su noviciado, ya va creciendo el hombre, tuvo mucho que ver con las obras de cimentación que iban a sustentar el centro escolar que los PADRES CARMELITAS iban a poner a disposición de la chiquillería de Caudete. Tanto trabajaron aquellos novicios que, a punto estuvieron de repetir el año de noviciado porque más que ponerse a tono con las exigencias de lo necesario para ser buen fraile, estuvieron progresando en el conocimiento de instrumentos laborales como el pico y la pala. Eso sí, mientras ponían a trabajar los riñones uno de ellos leía, desde lo alto y fuera de la zanja, un libro de cosas espirituales.
El melocotonero, por el que me preguntaba el paisano, no crecía en el lugar destinado a lugar de enseñanza y se salvó. Pero de lo que no se salvó fue de la labor depredadora de los alumnos. Él era uno de ellos.
- En los recreos, cuando los frailes perdían de vista el árbol, se encaramaba uno de ellos y, cual mono que echa abajo los cocos de la alta palmera, echaba aquel escalador los rubios y olorosos frutos del melocotonero, a los coleguillas que estaban a la espera bajo el árbol. Y tanta pericia habían adquirido que, ni uno, ni los chicos gateadores, ni los melocotones, caía al suelo del corralón del CONVENTO DE SAN JOSÉ. Los frailes veían mermar las frutas del árbol pero, por más atención que ponían en la vigilancia del frutal, no consiguieron pescar a los ladronzuelos. O, acaso, lo que les preocupaba era que no dieran los chicos con la nariz en el suelo.
Fíjate lo que son las cosas. Al hablar con el paisano de los melocotones que les "birlaban", él y los coleguillas, a los frailes, vinieron a hacerse realidad mis recuerdos de jovencito (10 a 13 años) estudiante interno en el colegio Ntra. Sra. del Carmen de Arenas de San Pedro (Ávila). A esa edad el crío es como "la lumbre y todo lo que le dan consume". Y, amigo, el Director y dueño, Don Emiliano Bermejo (q.d.p.), abuelo del que fuera ministro de Justicia con Zapatero y, antes, entonces, compañero mío, tenía un campo llenito de frutales que según las estaciones aportaban material a la "lumbre" que éramos aquellos muchachitos, siempre con hambre. Tratábamos de jugársela, nunca dijo nada a pesar de que los árboles perdían fruta a ojos vistas. Yo, reflexionando sobre el hecho, he dado en pensar que desde los ventanales del velador, que hacía de comedor de los internos, vigilaba por si acaso nos caíamos para ir volando a echarnos una mano, pero ¡nunca!, ¡nunca!, ni una queja, ni una palabra más alta que otra, ni una riña. Aunque sacudía unas tortas en sus clases de matemáticas ("las letras con sangre entran") que se oían en el Santuario de San Pedro de Alcántara, guardo un fantástico recuerdo de aquel hombre y de su mujer que era un ÁNGEL.
"Pues, sí. Sí que sigue viviendo el melocotonero, le decía a mi comunicante el otro día, muy maltrecho, pero viviendo, el viejo melocotonero al que aligerábais de su rico peso, vosotros, los niños escolares de aquel entonces caudetano".
Me dio la sensación de que mi comunicante se alegró de tener noticias sobre aquel melocotonero del que guardaba el recuerdo de tan buenos ratos como los que les hizo pasar en aquella niñez de los años sesenta del siglo pasado.
Surgiendo como una ninfa de los estratos del recuerdo vuela hasta ti mi saludo, mis
¡¡¡BUENOS DÍAS!!!
12.8.2018. Domingo. P. Alfonso Herrera, O. C.
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