ESTAMPA CAUDETANA.
FELIPE EL ESPARTERO.
FELIPE EL ESPARTERO.
Es Felipe. Felipe nos mira desde lo alto de sus muchos años cuando no tiene
esparto entre sus dedos porque, entonces, solo tiene oídos, ya que los ojos
andan entretenidos en ver por dónde andan los dedos trabajando el esparto. Ya
va coleccionando unos pocos años y pocos le faltan para juntar noventa.
Tú sabes aquel refrán que dice "la cabra tira al monte" pues eso mismo le pasa a Felipe sin que le rebaje a eso de ser cabra. No puede estar quieto a pesar de que las piernas las tiene muy trabajadas por esos bancales de Dios donde le crecen las olivas y los almendros y cuando éstos los tiene atendidos no creas que se echa a la bartola debajo de alguno de esos árboles, que va, tira para el monte abierto para cortar y traerse un buen haz de esparto porque en casa, mientras la mujer anda trasteando en la cocina o de paseo porque, la verdad, alguna que otra vez la veo con su hermana "tomando la medicina", es decir, paseando porque y que dice que la médico le ha mandado pasear una o dos horas pero "como medicina", no como deporte. A Felipe el médico le tiene metido un poco el miedo por eso del corazón. "Felipe cuida la máquina que ya va renqueando", le dice de vez en vez. Pero Felipe tiene metido dentro, dándole la lata, sus tierras con los olivos y los almendros y, ¡cómo no!, el monte donde crece a su aire el esparto. Algo le queda en el garaje de casa, que es su "oficina" y con él anda haciendo espuertas y esteras de esas que tienden bajo las olivas para recoger las aceitunas y un montón de otras cosas.
Desde que murió Antonio este invierno pasado, el de la Avenida de San Jaime, que yo sepa, se ha quedado solo en el oficio. Y, ¡cómo le tira!
A veces me le encuentro por ahí cuando viene a misa o está de cháchara con Don Antonio, pues son muy amigos. De Don Antonio ya te he hablado alguna vez, es un cura que ha conseguido juntar, en sí mismo, la friolera de 100 años y anda ahora, todo contento, por el capicúa, por el 101. Digo yo que a lo mejor le pregunta por el camino que debe seguir para llegar a donde ha llegado él. Es verme y enseguida se echa a reír porque intuye que le voy a preguntar por el esparto. Y me mira y me enseña sus dedos mientras se ríe, con esa risa franca que no esconde doblez alguna, sino gozo por haberle trabajado sin miramientos y con la esperanza intacta de seguir haciéndolo, claro que el saco de años que lleva a la espalda y lo "lejos" que está quedando ya el monte, me da a mí que va admitiendo que, con resignación y, a lo mejor, con un poco de tristeza, tendrá que darle descanso a los dedos.
Cuando veo a Felipe me retrotraigo a mi infancia ¡qué lo voy a hacer! Entonces, ya me voy separando mucho de aquel día en que nací, no había mucho transporte rodado, (la autovía de ahora que une Madrid con Lisboa y que pasa a solo unos trescientos metros de lo que fue mi casa, ni en sueños aparecía), solo carros tirados por caballerías.
En mi pueblo solo mi padre tenía un camión y su hermano Emilio, que se dedicaba a hacer carbón y picón, otro. Luego, años después, un tal Tomillo compró otro. Taxis había dos el de Silera y el de Natalio y Gorito que bajaba y subía el correo. Así que el transporte de las cosechas, los cántaros de agua y cosas, en general, se hacía con acémilas y éstas llevaban las albardas y los serones y las seras en sus lomos. Y ¿quién hacía esos contenedores?, pues el tío Espartero. Recuerdo que suspendidos de escarpias clavadas en la pared de su casa, tenía el muestrario que renovaba constantemente porque sus productos tenían muy buena salida.
A la puerta o, si pegaba el sol, porque entonces cuando aparecía el sol por Oropesa en verano, lo hacía a base de bien, entonces se metía en el soportal donde el aire, si no se había echado el viento solano, corría desde la puerta de la calle a la del corral, le hacía más llevaderas las largas horas de trabajo. Daba gusto verle trajinar el esparto que también abunda por El Campo Arañuelo. A Felipe solo le he visto hacer pequeños rollos de esparto recién traído del monte, ahí le tienes en la foto, para tenerlo a mano cuando vaya a hacer cualquier cachivache.
No te lo he dicho, pero Felipe es padre de mi predecesor en el cargo aquí en EL CONVENTO DE SAN JOSÉ. A su hijo, los jefes, le trasladaron a Onda (Castellón) y a mí me sacaron billete para Caudete. Así somos los frailes, "carretera y manta". No es que seamos gente de "mal asiento" es que somos así y ¡ya está!
Pero no creas que pasa mucho tiempo sin que aparezca por el pueblo para echar un vistazo a los viejucos. Mientras le vivan los padres yo no veo mal que venga a visitarlos.
Pitando y, no precisamente en el serón, a lomos de un burro, te va mi saludo, mis
¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
11.8.2018. Sábado. P. Alfonso Herrera, Orden Carmelitana
Tú sabes aquel refrán que dice "la cabra tira al monte" pues eso mismo le pasa a Felipe sin que le rebaje a eso de ser cabra. No puede estar quieto a pesar de que las piernas las tiene muy trabajadas por esos bancales de Dios donde le crecen las olivas y los almendros y cuando éstos los tiene atendidos no creas que se echa a la bartola debajo de alguno de esos árboles, que va, tira para el monte abierto para cortar y traerse un buen haz de esparto porque en casa, mientras la mujer anda trasteando en la cocina o de paseo porque, la verdad, alguna que otra vez la veo con su hermana "tomando la medicina", es decir, paseando porque y que dice que la médico le ha mandado pasear una o dos horas pero "como medicina", no como deporte. A Felipe el médico le tiene metido un poco el miedo por eso del corazón. "Felipe cuida la máquina que ya va renqueando", le dice de vez en vez. Pero Felipe tiene metido dentro, dándole la lata, sus tierras con los olivos y los almendros y, ¡cómo no!, el monte donde crece a su aire el esparto. Algo le queda en el garaje de casa, que es su "oficina" y con él anda haciendo espuertas y esteras de esas que tienden bajo las olivas para recoger las aceitunas y un montón de otras cosas.
Desde que murió Antonio este invierno pasado, el de la Avenida de San Jaime, que yo sepa, se ha quedado solo en el oficio. Y, ¡cómo le tira!
A veces me le encuentro por ahí cuando viene a misa o está de cháchara con Don Antonio, pues son muy amigos. De Don Antonio ya te he hablado alguna vez, es un cura que ha conseguido juntar, en sí mismo, la friolera de 100 años y anda ahora, todo contento, por el capicúa, por el 101. Digo yo que a lo mejor le pregunta por el camino que debe seguir para llegar a donde ha llegado él. Es verme y enseguida se echa a reír porque intuye que le voy a preguntar por el esparto. Y me mira y me enseña sus dedos mientras se ríe, con esa risa franca que no esconde doblez alguna, sino gozo por haberle trabajado sin miramientos y con la esperanza intacta de seguir haciéndolo, claro que el saco de años que lleva a la espalda y lo "lejos" que está quedando ya el monte, me da a mí que va admitiendo que, con resignación y, a lo mejor, con un poco de tristeza, tendrá que darle descanso a los dedos.
Cuando veo a Felipe me retrotraigo a mi infancia ¡qué lo voy a hacer! Entonces, ya me voy separando mucho de aquel día en que nací, no había mucho transporte rodado, (la autovía de ahora que une Madrid con Lisboa y que pasa a solo unos trescientos metros de lo que fue mi casa, ni en sueños aparecía), solo carros tirados por caballerías.
En mi pueblo solo mi padre tenía un camión y su hermano Emilio, que se dedicaba a hacer carbón y picón, otro. Luego, años después, un tal Tomillo compró otro. Taxis había dos el de Silera y el de Natalio y Gorito que bajaba y subía el correo. Así que el transporte de las cosechas, los cántaros de agua y cosas, en general, se hacía con acémilas y éstas llevaban las albardas y los serones y las seras en sus lomos. Y ¿quién hacía esos contenedores?, pues el tío Espartero. Recuerdo que suspendidos de escarpias clavadas en la pared de su casa, tenía el muestrario que renovaba constantemente porque sus productos tenían muy buena salida.
A la puerta o, si pegaba el sol, porque entonces cuando aparecía el sol por Oropesa en verano, lo hacía a base de bien, entonces se metía en el soportal donde el aire, si no se había echado el viento solano, corría desde la puerta de la calle a la del corral, le hacía más llevaderas las largas horas de trabajo. Daba gusto verle trajinar el esparto que también abunda por El Campo Arañuelo. A Felipe solo le he visto hacer pequeños rollos de esparto recién traído del monte, ahí le tienes en la foto, para tenerlo a mano cuando vaya a hacer cualquier cachivache.
No te lo he dicho, pero Felipe es padre de mi predecesor en el cargo aquí en EL CONVENTO DE SAN JOSÉ. A su hijo, los jefes, le trasladaron a Onda (Castellón) y a mí me sacaron billete para Caudete. Así somos los frailes, "carretera y manta". No es que seamos gente de "mal asiento" es que somos así y ¡ya está!
Pero no creas que pasa mucho tiempo sin que aparezca por el pueblo para echar un vistazo a los viejucos. Mientras le vivan los padres yo no veo mal que venga a visitarlos.
Pitando y, no precisamente en el serón, a lomos de un burro, te va mi saludo, mis
¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
11.8.2018. Sábado. P. Alfonso Herrera, Orden Carmelitana
No hay comentarios:
Publicar un comentario