ESTAMPA CAUDETANA.
EN LA CIUDAD DEL SILENCIO.
Cuando llegué, las campanas doblaban a difuntos. Coincidí en la puerta del
recinto con una mujer y su hijo, que es militar. Iban, como yo, a rezar. Es lo
que nos queda tras la marcha de nuestros seres queridos. Sabemos que los brazos
de Dios son acogedores, mucho más que lo son los nuestros. Sabemos que la
fuerza del AMOR, con mayúsculas de Dios es tan grande, tan grande que el
nuestro más parece una sombrica de la de ÉL, pero, a pesar de ello, tratamos de
disputárselo porque nos ha dejado un huequecico por el que se nos cuela el frío
de la ausencia y es que somos unos egoístas y, por nada del mundo, quisiéramos
que se nos fueran. Pero ellos tienen que hacerlo. En el taleguico de
días, que un día estuvo repleto, ya no le quedaba ni uno más. Y, nosotros, en
nuestra cerrazón, tratamos de que no se vayan, de que se queden. Pero no puede
ser y, silenciosamente, se van, suelen hacerlo con los ojos abiertos para
vernos mientras salen del encierro en que estuvieron presos aquí, a este lado
de la vida, a la inmensidad donde ya no tendrán cortapisa alguna para ser
felices porque van a LA FELICIDAD PLENA, TOTAL, aquella que, sin tomar forma,
se hacía presente, constantemente, mientras callejeaban por la ciudad
bulliciosa, aquella que se levanta al otro lado de la torrentera, de la rambla
que salva un puente que nos habla de que, en sus cercanías, apareció, hará
medio siglo, una dama, LA DAMA DE CAUDETE que luce su primor en el vecino
pueblo alicantino de Villena porque, un listo, engatusó al Muñequero que fue quien
la encontró. Sí, la ciudad que dicen de los vivos aunque hay ocasiones en que
no parece que lo sean tanto, cuando, la verdad, la ciudad, que yo llamo del
SILENCIO, es mucho más viva y despierta, en su silencio, que ésta.
- Aquella madre y su hijo militar se perdieron por las calles de LA CIUDAD DEL
SILENCIO. Una vez que pasaron cerca de donde yo me encontraba, la oí decir a
ella, el ámbito guardaba un silencio sepulcral, nunca mejor dicho, pues, en el
lugar, sólo estábamos, además de ellos, otras dos personas más junto a los
lugares sagrados para ellas porque allí reposaban los restos de sus deudos
queridos y yo mismo, "vamos a visitar la tumba de los abuelos". Y se
llevó al hijo militar detrás de ella, como si, ella, fuera el general al mando
y es que una madre tiene usía, siempre con los galones pulidos y relucientes.
- Sí, a aquella hora, las trece horas de ahora, el sol pegaba de lo lindo,
tanto, tanto, que yo, aún necesitando vitamina D que la regala el sol, me vi
obligado a ponerme a la sombra de un bloque de nichos porque no le aguantaba
las ínfulas que ponía en el lanzamiento de sus rayos.
- Ni que decir tiene que, yo, había subido toda la varga, que es la Avenida de
LA CIUDAD DEL SILENCIO, para visitar a los hermanos, frailes carmelitas, que
compartieron azares con las gentes de la Real Villa de Caudete y, concluía su
égida, se establecieron, juntos a tanto caudetano, en ese lugar exento de
luchas, de desencuentros, de prisas..., en ese lugar donde el tiempo no es
tiempo y se llama esperanza porque se está a la espera de gozar en cuerpo y
alma, y esa esperanza, amigo, no defrauda porque es Palabra Revelada.
"Cuando Dios haga salir a los difuntos de sus sepulcros para la vida en
plenitud" (1 Tes 3,14).
- Allí estaba yo, de cara a la preciosa imagen de la Virgen del Carmen, que
esculpiera el caudetano M. BAÑÓN antes del conflicto guerrero entre hermanos de
1936-1939 y que, por estar donde estaba, no fue objeto de aquella ley de
la República sobre "Instituciones y símbolos religiosos".
- Y entre ella y yo la tierra santa donde descansan aquellos frailes carmelitas que, una vez, poblaron el convento de San José (El Carmen) y del que, en este momento, ostento el oficio de servidor de mis hermanos. Allí recé con ELLA por mis hermanos, por sus hijos ante el HIJO que sostenía junto a su corazón y que no perdía detalle de lo que hacíamos NUESTRA MADRE y yo.
- ¡Descansen en Paz!
Cuando salíamos de LA CIUDAD DEL SILENCIO Jaime, el
encargado y yo, ya no quedaba nadie en todo su ámbito. Sólo el silencio quedaba
detrás de nosotros y el sol seguía poniendo su calor en todo el recinto y
lugares aledaños.
"¡¡¡Dios mío, Qué solos
se quedan los muertos!!!"
(Rima LXXIII. G. A. Bécquer)
Recibe mi saludo, mis
¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
3.11.2020. Martes. (C. 1070)
P. Alfonso Herrera Serrano, Carmelita.
Muy buenos días, P. Alfonso, ¡ Guapa , Guapa!! Esa imagen de Nuestra Señora del Carmen , que usted nos presenta sobre la tumba de los Carmelitas. El día de ayer aunque no visitamos el Campo Santo estuvieron presente todos nuestros seres queridos y por medio de las oraciones.Que tenga un buen día.
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