ESTAMPA CAUDETANA.
EL ÑACO.
Era media mañana de ayer cuando una joven mamá y su niño chiquitín entraron en
el convento. Posiblemente la curiosidad les llevó a hacerlo, no sé, si por
deseo expreso de la mamá o porque el ñaco, tan chiquitín, al ver la puerta
abierta, empujado por tendencia innata de los infantes de curiosear todo, le
llevó a entrar ya que la puerta se encontraba abierta porque anda Luis, el
pintor, lavándole la cara a las paredes del claustro bajo, a esa guapa obra
arquitectónica con la que cuenta el convento de San José construida según el
arte barroco-toscano a caballo de los siglos XVI Y XVII.
Me levanté de la mesa, y así di un breve descanso a los ojos apartándolos de la
pantalla del ordenador, y me entretuve contemplando al chavalín en su ir y
venir a lo largo y ancho del claustro hasta que se quedó parado, quieto, muy
quietecito, apuntando con su dedito índice al brocal del pozo (*) mientras
miraba de soslayo a su madre como diciéndole a su mamá que le explicara qué era
aquello. Su madre, tras mirar por encima de los tiestecicos que adornan el
borde del pozo, sabiendo que enseña más la propia experiencia que las palabras,
intentó subirle a lo alto del brocal para que él lo viera, mientras le decía
que “era un pozo”. Pero el niño se negó rotundamente ¡qué carácter! y no
consintió que lo aupara a lo alto a pesar de que ella le decía:
«Pero hijo si no te va a pasar nada, porque hay una rejilla». El crío
salió pitando para seguir viendo las plantas del lado contrario, eso sí,
poniendo especial cuidado en tocar, únicamente, aquellas que no tenían espinas.
Después de haber dejado atrás la fuente volvió sobre sus pasos y se quedó
quieto ante la fuentecilla existente a un lado del claustro. También preguntó a
su madre con los ojos acerca de lo que fuera aquello y la madre, siguiendo esa
pedagogía de la experiencia, apretó el botón que permite salir el agua por un
tubico y le dijo;
«Hijo, es una fuente»
Y el niño se puso a jugar con el chorrito de agua.
Desde la ventana de mi habitación me dirigí a él y le pregunté cómo se llamaba.
El niño me miró, sus ojos me indicaban preocupación, me miraba un tanto
cohibidico, como si se hubiera asustado o sintiera vergüenza. Pero no se
arredró y me contestó diciéndome su nombre pero lo hacía con una voz tan
bajita, tan bajita, tan contraria a como lo hacía anteriormente, a grito
«pelao», manifestando el gozo y la alegría que sentía al ir de un lado a otro
por el claustro contemplando las plantas ya que, la columnata, la joya
arquitectónica, no le importaba lo más mínimo, le traía sin cuidado, que no
llegué a oírlo con claridad, ni siquiera cuando me lo volvió a decir.
Sí, ayer, el vetusto claustro barroco-toscano del convento de San José, de esta
Villa Real de Caudete, disfrutó a lo grande con la visita de un ñaco vivaracho
que le dejó impregnado de su alegría desbordante.
Recibe mi saludo, mis
¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
17.9.2022. Sábado. (C. 1.567)
(*) El pozo no es tal pozo, es un respiradero de la cueva
existente en el subsuelo del convento que, en la actualidad, por decisión, para
mí discutible, de un prior de años pasados, clausuró con obra de
albañilería.
P. Alfonso Herrera. Carmelita.
El ñaco ya conoce de primera mano una de la joyas de su pueblo. Y cómo lo ha disfrutado.
ResponderEliminar