LA SOMBRILLA DE EL CAMPELLO
El día de ayer se levantó, como tiene por costumbre en estos
lugares, al alimón con un sol retozón y vigoroso que auguraba un día estupendo.
Pero, hete aquí que, cuando iba mediado en su caminar le dio por hurgar en el
cuarto trastero y sacó de él una SOMBRILLA.
La verdad, no me lo explico, porque los días en la ribera
del Mediterráneo son lindos, apacibles, bonitos, para disfrutarlos hasta el
último momento en que, apagado el sol, se encienden los faroles.
Pues, sí, el día de ayer, empecinado, rebuscó y rebuscó en
el cuarto trastero hasta que encontró una SOMBRILLA y se la puso por montera.
Era el medio día.
Y, la verdad, no sé por qué razón, el tiempo, que da entidad
a los días, se enfurruñó y, con los medios a su alcance, no consintió que el
sol cumpliera con su oficio de pintor porque, es sabido que, con sus pinceles,
dota a cada elemento del color que le es propio a su ser.
El sol que, cual Lozano infante, se había levantado de entre
las entretelas de la noche todo luminoso, todo contento, todo guapo,
repartiendo dádivas a aquellos que iban de marcha o simplemente se tumbaban, a
la vera de las aguas, en las finas arenas de la playa o, incluso, se metían en
el mar para darse un chapuzón porque el agua conserva, todavía los calores
veraniegos, vio cómo le corrían los visillos.
Ello no impidió a las gentes que habitan en el lugar de modo
continuado o simplemente como visitantes, como es mi caso, que hicieran del
paseo de la playa sendero por donde caminar, de un lado a otro, moviendo
piernas, acomodando los órganos internos y potenciando sus funciones, acopiando
vitamina D, y segregando melanina para alcanzar un color tostado envidiable
porque, es sabido, que las nubes no impiden el paso de los rayos ultravioletas
del sol.
Pero la cosa no paró ahí. El día, cual señora organizando
sus armarios con vistas a la llegada del otoño, largamente esperado, fue
sacando crespones, uno tras otro, a cuál más negro, y se los fue poniendo por
montera, como hacen las señoras cuando se cubren la cabeza con un velo, a todo
lo largo de la tarde. Como si quisiera decirnos que un dolor grande le
atenazaba el alma dejándole al borde del llanto. Pero no, no derramó ni una
lágrima ya que, como vinieron las nubes, se fueron. Eso sí en espantada
provocada por la fuerza de un sol que, antes de marcharse a dormir, dio
muestras de poder iluminando y dando calor al predio campellano.
Recibe mi saludo, mis
¡¡¡BUENOS DÍAS!!!
20.10.2023. Viernes. (1703)
P. Alfonso Herrera. Carmelita.
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