LA GARZA
Decidí introducirme en la zona inundable. Nunca lo había
hecho en todos los años en que llevo disfrutando de la benevolencia de mis
primos.
En esta ocasión me dije: vamos a ello y entré como lo hacen
tantas y tantas gentes.
Allí donde finaliza su curso el río Monnegre, conocido
también como el Río Seco, a ambos lados de su cauce, existe una zona que es
inundable y así lo avisan los carteles.
Suele ocurrir que un río permanece inactivo, su cauce seco o
casi seco pero, en alguna ocasión, debido a las ingentes cantidades de agua
caídas en lo alto de los terrenos que forman su cuenca, el cauce se llena de
agua e inunda los márgenes de la corriente fluvial causando daños, a veces,
irreparables y de los que, con alguna frecuencia, se nos da cuenta en los
informativos de los distintos medios de comunicación, como aconteciera,
precisamente, con este río Monnegre o Río Seco. Pues tengo oído, que hace unos
años, fue tan grande la avenida, la rambla, que se llevó por delante el largo
puente que une la antigua villa de El Campello con las urbanizaciones nuevas
surgidas a lo largo de la Avenida de Jaime I el Conquistador, frente al mar.
Por la zona inundable serpentean distintos caminos que no
son de fábrica si no la consecuencia del constante entrar de gente para contemplar
la serie de plantas hidrófilas que crecen en el cauce del río y, también, la
vegetación marina protegida que existe en esta zona tan singular.
Además, toda aquella zona se denomina playa Punta del Riu y
está reservada para el baño de los canes.
Cuando entré a pasear por la zona, era en torno a las 13
horas, ningún perro se encontraba chapoteando en las templadas aguas de la mar.
Quizá por ello tuve la suerte de encontrarme con un espécimen volátil que yo
había visto ya sobrevolar el paisaje, en alguna ocasión, cuando pasaba, de un
lado a otro, del río por el puente.
Sobre una piedra, allí donde llegaba el agua en su suave
acercarse a la costa se encontraba LA GARZA.
El lugar era Pintiparado para establecer un puesto de caza
porque el ave, totalmente parda, pasaba desapercibida para los incautos
pececitos que venían con cada una de las olas que traía la marea en su subida
y, en su caso, también se alimentaba de los pequeños crustáceos o cangrejitos
negros como el azabache, que pululaban de piedra en piedra, justo debajo de
donde ella, LA GARZA, tenía establecido su puesto de vigilancia.
Me atreví a acercarme hacia el lugar donde se encontraba el
volátil subida en lo alto de sus largas patas. Lo hice despacito, con sumo
cuidado, sin hacer aspavientos, para no asustar al animal emplumado.
Como nadie me esperaba a comer, sino que debía yo prepararme
la comida por mi propia industria, emplee bastante tiempo en recorrer la
distancia que me separaba del volátil, hasta que llegue a estar, calculo yo,
que a no más de 10 metros. Yo bajaba con el telefonillo en las manos y presto a
sacar una fotografía del animal desde muy cerca.
LA GARZA no me perdía ojo como yo tampoco se lo perdía a
ella y consintió que me acercara hasta aquella distancia en que juzgó, en su
fuero interno, que era el momento de extender las alas y volar a otro lugar más
seguro. Y así lo hizo se agachó sobre sus garras, cogió impulso, abrió sus
alas, dio tres aletazos
y volvió a posarse
unos metros más allá. Yo aproveché la ocasión para "cazarla" en vuelo
con mi telefonillo.
Permanecí quieto durante un ratito más y luego volví sobre
mis pasos al camino en la zona inundable dejando al animal en su nuevo lugar,
también estupendo para llevar a cabo la caza de los pobres pececillos que,
incautos, ignorando el peligro que se cernía sobre ellos, iban a constituir la
ingesta de la esbelta ave.
Cuando me encontraba ya, en una de las tantas sendas que
serpentean por la zona inundable de la desembocadura del río Monnegre, vino a
mi memoria aquella conversación que mantuve con un vaquero en los lejanos
tiempos en que serví en los valles de los Picos de Europa (1975 - 1980) cuando
una GARZA pasaba no muy lejos de nosotros:
"Mire usted, me dijo aquel vaquero, una vez cacé un
pájaro como ese que va por ahí hacia la parte alta del río Tanea, hacia
Peñasagra, donde, al parecer, tendría su cazadero de truchas, anguilas y
cangrejos que abundan en las pozas de este río que, pacientemente y a lo largo
de los siglos, fue excavando todo el valle de Lamasón. Y resultó que, cuando lo
tuve en mis manos constaté que sólo eran plumas y patas y cuello y un pico
largo y duro. Así que, en lugar de cortarle la cabeza y desplumarlo, para
meterlo en el puchero, lo dejé en libertad y, el animal, como si no hubiera
pasado nada, voló río arriba.
Aunque LA GARZA es un animal muy esquivo, de ella me sirvo
para enviarte mi saludo, mis.
¡¡¡BUENOS DÍAS!!!
21.10.2023. Sábado. (1.704)
P. Alfonso Herrera. Carmelita.
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