ESTAMPA CAUDETANA.
LA AVENIDA DE LA PAZ.
Cuando faltaban unos minuticos para las 10,00 horas de la mañana, el bueno del sacristán salió a la puerta de la capilla mientras me revestía con los ornamentos sagrados, para tocar la esquina y, así, llamar a las gentes que se encontraban visitando la sepultura donde reposan los restos de sus seres queridos. Por uno u otro lado fueron afluyendo hasta la capilla para iniciar la oración por excelencia por sus deudos y, también, por todos los que duermen en el cementerio, ciudad del silencio, a la espera del despertar en la resurrección.
El día acompañó y, aunque se movía una brisita suave en todo lo alto del teso donde se asienta el cementerio, se estaba muy bien, estupendamente. Por el suelo de las distintas calles que jalonan los bloques de nichos, no había ningún tiestecico, ninguna rama verde o de plástico, de esas que se emplean para adornar los nichos, ni siquiera una hoja. Nada. Todo estaba limpio. Y no es que se debiera a la labor primorosa que llevan a cabo los oficiales encargados del recinto público, que también, sino porque el aire que suele moverse a sus anchas por todo lo alto de la loma, en la mañana de ayer, no apareció.
El sol, que andaba subiendo en busca de su cenit, lucía sin impedimento alguno en un cielo azul clarito, libre de nubes. Ciertamente, a quienes subieron en la mañana de ayer a visitar a sus deudos difuntos se encontraron muy bien. Su oración cercana y afectiva a Dios que lo es de vivos y, también, de muertos, muertos a esta vida neurovegetativa, pero bien vivos en la cercanía, en la presencia de Dios, no se vio molestada por ningún elemento atmosférico, sino todo lo contrario.
Mira qué guapa, qué linda, qué lustrosa, qué acogedora, qué iluminada, qué soleada, se encontraba LA AVENIDA DE LA PAZ de la ciudad del silencio a la finalización de la Sagrada Eucaristía, así bautizada por mí, que no por los encargados de la nomenclatura de la villa, porque es la vía por donde entran nuestros hermanos difuntos al ámbito donde aguardarán a que Dios mande a sus ángeles para sacarles del sopor de la muerte, al despertar definitivo.
Recibe mi saludo, mis
¡¡¡BUENOS DÍAS!!!
22.2.2024. Jueves. C. 1.813)
P. Alfonso Herrera. Carmelita.
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