domingo, 15 de julio de 2018

La Abubilla


ESTAMPA CONVENTUAL.
LA ABUBILLA.



Había amanecido un día claro que presagiaba calor a mansalva. Eso no arredró a nuestra protagonista de hoy, por ayer.
Es un poco tarde para buscarse un lugar para anidar pero ¿Quién sabe? Claro que el animal venía solo. Ningún congénere le acompañaba y, lo que es peor, ninguno contestaba a su canto, quizá porque ya no lo tenía porque una taimada red le privara de libertad, quizá porque un malandrín cazador le diera un escopetazo o, a lo mejor otra ave, ésta rapaz, hubiera acabado con él. Sí, muy probablemente la abubilla que estuvo a sus anchas andorreando, que no volando, por todo el claustro cantaba con su canto monótono, ayer mañana, una elegía a la soledad o, vete a saber, al compañero muerto, o no, que la había dejado en la estacada.
Ella sí que estuvo aquí en el claustro y, durante el tiempo que la observé, no dejaba de ir de un sitio a otro, de un tiesto a otro, pienso yo, que como si estuviera buscando acomodo en la soledad poblada de plantas en tiestos (ninguno de nosotros le estropeó su inspección del lugar). Porque estos animales, ya lo sabes, son muy celosos de su soledad quiero pensar que debido, no tanto a que nos tengan miedo, yo creo que no, sino a que expelen ellos tal olor que no quieren que lo pasemos nosotros mal a su costa.
No te rías, no. No te estoy contando un chiste y mucho menos, te estoy tomando el pelo. No me lo perdonaría. Por eso no me lo permito.
En el certificado de defunción de mi madre, que gloria tiene, se especificaba que el óbito había tenido lugar a causa de esclerosis múltiple. Hasta allí la había llevado un alzheimer a lo largo de siete años. Yo, todavía no tengo esa enfermedad nominada con el nombre del alemán que la describió. Por lo tanto me acuerdo de cosas. Una de ellas tuvo lugar cuando todavía mis padres no me habían llevado a colegio interno, lo harían nada más cumplir los diez añitos. Y lo hicieron ¡Vaya si lo hicieron!
Por aquel entonces no había vallas ni paredes que nos impidieran el paso. Los trigales estaban altos y se ofrecían ya a la hoz del segador. Nosotros, los chicos del barrio, que emulábamos a los estorninos (tordos), íbamos en bandada, en cuadrilla, buscando nidos o corriendo tras los perdigones en aquella explanada por la que corría un poco más allá, por Piejeros, un arroyo que daba humedad a las huertas acotadas en sus orillas , y algo más lejos, Ventas de San Julián, donde cuecen con leña de encina del lugar, a la antigua usanza, un pan, que se come solo, pero si le das como compañía unas lonchas de jamón, también del lugar de la mejor raza ibérica o de queso de oveja, igualmente de la zona, o alguna perdiz escabechada que correteara por los encinares aledaños o un conejo que vivió a sus anchas por las dehesas de al lado, donde tenía sus huras, rehogado y luego, cocido en pisto hecho con el  tomate de Miramontes (¿lo borrarán del mapa?  porque Franco hizo algo allí en tiempos árduos) con sabor a tomillo y a jara,  puedo garantizarte que experimentarás «un placer de dioses», ¡Ah! y no le han dado ninguna Estrella Michelín. Es una población chiquita que atiende espiritualmente el cura de Calzada de Oropesa, unos kilómetros más allá, todavía lejos, del pico del Moro Almanzor, el más alto de las alturas del Sistema Central. Nos percatamos, en una de aquellas racias,  de que unas abubillas iban y venían junto a una pared de una caseta puesta en mitad del campo y, al parecer, olvidada porque las abubillas anidaron allí mismo. Pues bien. Nos acercamos a inspeccionar. Levantamos una piedra y contemplamos el milagro de la vida, cuatro pajarillos por  emplumar, eran rollitos de plumón. Ver aquella maravilla, no por repetida, dejaba de ser lo, y llevarnos los dedos a la nariz fue todo uno. ¡Qué hedor desprendían! Nos portamos bien después de todo. No hicimos ninguna «barrabasada». Fui yo, dejé caer suavemente la piedra que los tapaba sin dejar de pinzarme las narices, y «pusimos los pies en polvorosa», «tomando las de Villadiego» con el ánimo de llenar el rato hasta la hora de la cena. Siempre lo conseguíamos.
Eran aquellos tiempos en que ningún artilugio, que se inventarán más tarde, robaba a los niños su tiempo y, con él, la inventiva, la ilusión, el juego, los amigos, su vida cachorrera.
Otros quehaceres me reclamaban y allí, a sus anchas, en el claustro, dejé a la abubilla al lado de la fuente mientras un mirlo, a lo lejos, se encargaba de sacar la tierra de uno de los tiestos buscando alguna lombriz.

Despacito, para no espantar a la abubilla sale del convento en tu busca, mi saludo, mis

          ¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
15.7.2018. ,9° día de la novena en honor de la Virgen d Carmen.
P. Alfonso Herrera, O. C. alfonsoherr@gmail.com

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