lunes, 10 de diciembre de 2018

Alcalá del Jucar


ESTAMPA FORÁNEA.
ALCALÁ DEL JUCAR.



A la vuelta habíamos atravesado el precioso puente romano sobre el Júcar, que une las dos partes del pueblo. Y, sin esperar a hoy, le espeté a Luis Torres:
-"Puede que venga muchas veces a este pueblo pero te garantizo que este mendas no vuelve a atravesar el puente por muy romano que sea"
 Anda que si llego a esperar a hoy... Hoy, es el día en que las agujetas me tienen hecho cisco, anquilosado, sin poder bajar ni subir las escaleras; arrodillarme, misión imposible; caminar al paso del reloj, una quimera... Hoy no sé que le hubiera dicho si es que me hubiera dado por ello.
¡Qué paliza tengo encima! Más parezco un pc cortocircuitado que otra cosa.
Habíamos terminado de rezar los Laudes, ya sabes, la oración que hacemos los frailes por la mañanita con la Iglesia por el mundo, el día de la Constitución, el día 6 próximo pasado y Luis Torres lanzó la pregunta:
-¿A dónde vamos?
Tenemos aprobado en el proyecto comunitario salir
 la comunidad un día al mes (en todo un año no habíamos cumplido con el establecido)
-¿A dónde?, dije yo.
- Por ahí, a la Toconera, a Alcalá del Júcar...
Pusimos rumbo a Alcalá del Júcar.
Me encontré una Mancha distinta, llena de árboles entre los que predominaba el pino. Y me encontré con otra Mancha horadada en labor callada, durante milenios, por corrientes de agua como el Júcar que han ido lamiendo la piedra caliza y, allí, en el fondo, ALCALÁ DEL JÚCAR al que llegamos tras bajar cuatro kilómetros de sinuosa carretera cuándo por el margen derecho de arroyos, cuándo por su margen izquierdo.
Ya en la bajada aparecía a la vista el pueblo que, situado en un meandro del río, se levantaba "gateando, gateando" por la escarpadura hasta lo alto de la peña donde levantaron los moros allá por el s. XI una torre cuadrada que les fue arrebatada, siglo y medio después, por los reyes españoles en la reconquista. El tiempo la arrumbó pero se ha reconstruido, no hace mucho tiempo, y se enseña previo el pago de 2,00€ y, fuera de unos paneles informativos sobre su historia no tiene nada que ver (para ver castillos hay que ir a mi pueblo, a Oropesa).
Pero para llegar hasta donde las águilas instalan sus nidos hay que callejear, siempre en subida por unas calles estrechitas pero muy bien pavimentadas con piedra caliza, como la de la peña donde se "hincan" las casas practicando cuevas. No habíamos llegado a la mitad de la ascensión y nos dimos de bruces con la primera gran cueva que abre puertas y ventanas a ambos lados de la peña, era LA CUEVA DEL DIABLO que ostenta, muy generosamente, el título de museo, cuando, la verdad, es un refrito de cosicas relacionadas, generalmente, con el dueño, autodenominado "el diablo", un individuo muy original con unos mostachos nicotinados y que para acicalarles, por lo descomunales, pareciera necesitar ayuda. Salvo una serie de máquinas de coser muy viejas, unas cántaras de latón donde se almacenaba la miel, unos barreños de loza como los que tenía mi madre en casa para usos domésticos, unas vertederas y poco más el resto, fotos del dueño con gentes del famoseo que han atinado a pasar por allí. Te cobraba 3,00€ con derecho a una consumición al fondo de la cueva y a entrar al museo del cine que, también es un totum revolutum.
Antes de llegar a la puerta de la cueva ya habíamos dejado muy atrás la iglesia Parroquial cuyo titular es San Andrés, hermano de San Pedro, donde un señor estaba montando el Misterio de la Navidad, el nacimiento, delante de un mural en el que aparecía silueteado  el pueblo escalando la peña. Las piernas agradecieron el ratito que pasamos en el llano de la nave, porque hasta llegar a ella, nos tocó ascender por una calle que era "un cuestu pindio" que dirían los aborígenes de Peñarrubia y Lamasón en Picos de Europa.
Hay un refrán que dice:"para las cuestas arriba busco mi burro. Para las cuestas abajo, yo me las subo". También hay otro, lo dijo uno de los valientes que subió también hasta lo alto.

Pero no te le escribo porque suena mal y huele peor)
pues, la verdad de la buena, yo también me hubiera buscado un burro para bajar y, al no hacerlo, vino lo que vino, que a media bajada se pusieron a protestar desconsideradamente las masas cárnicas de los muslos, los músculos, porque al tener que sujetar, para que no rodara pendiente abajo, todo el peso que se les venía encima, se esforzaron tanto que el estirón los dejó chafaditos. Y en frío, tres días después, ni te cuento.
Pero, a pesar de todo, el pueblo es bonito entre los pueblos chulos de Albacete. Tiene una plaza de toros con un aforo de 2.000 personas cuyos asientos están esculpidos en la roca, igualito que los teatros romanos de los que hay tantos por ahí. Y tiene tan fuerte tirón turístico que por sus calles y cuevas, menos en el castillo, transitaba más gente que por la Gran Vía madrileña.
Con certeza el pueblo, de unos 700 habitantes, vive del turismo principalmente de la cercana región valenciana (lo digo porque al oírles hablar me vinieron a la memoria mis tiempos de estudiante de filosofía en esa región en que entré en contacto con los hijos de Lo Rat Penat).  Todos los restaurantes estaban saturados y la gente que quería comer se veía forzada a esperar que alguna mesa quedara libre.
Nada más comer volvimos sobre nuestros pasos porque San Francisco y Santa Catalina nos reclamaban desde lo alto de sus campanarios. Pasamos por Ayora, majo pueblo valenciano y mejor valle que se extiende al otro lado del Mugrón de Almansa, del que ya te hablé una vez tras contemplarle desde los ventanales del Hospital, testigo que fuera de la batalla que recibe su nombre de la población, acontecida poco después de haber entrado en el 1700 y en la que los Borbones les dieron para el pelo a Austrias y Tradicionalistas entre los que se encontraba un batallón de gentes de Cataluña identificados por guiones amarillos ¡Qué cosas!.

Sin calambres se escapa a buscarte, mi saludo, mis

          ¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
10.12.2018. Lunes. P. Alfonso Herrera, O. C.

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