ESTAMPA CAUDETANA.
SOLEMNIDAD DE SAN ELÍAS.
Hoy en el convento de San José estamos de fiesta grande porque celebramos
la solemnidad del inspirador de la NORMA DE VIDA DEL CARMELO, EL PROFETA ELÍAS,
el Tesbita, llamado así por el lugar del que era originario, la ciudad de
Tesbi.
Este hombre fue llamado por Dios para que mantuviera la FE del pueblo qué,
ofuscado por las nuevas ideas y prácticas religiosas implantadas en el Reino de
Israel por la forastera reina Jezabel.
El rey Acab de Israel, su marido, que, al parecer era un
"pasmao" la dejó hacer de todo.
Jezabel había acabado con todos los lugares santos lugares donde el pueblo
judío tributaba culto a Yhave, para dedicarlo a los Baales, dioses falsos
importados de su país pagano. Quiso, con estas medidas, la reina
forastera acabar, de un plumazo, con la FE acendrada del pueblo
israelita.
Y es, en ese momento (850 a.d.C.) de confusión suma, cuando Dios suscita
a este hombre de Tesbi, de nombre Elías, para que, en su nombre, proclame la
Palabra, llame la atención, salga en defensa de la fe y promueva el culto al
Dios verdadero. Se le conocerá como el «Sagita IGNEA» es decir, como
«ESPADA DE FUEGO».
Su lema de vida y de compromiso con Yhave, con Dios, no será otro que aquel de
que:«ME CONSUME EL CELO POR EL DIOS DE LOS EJÉRCITOS».
Tuvo tanto éxito este hombre que la impía reina se propuso acabar con él y
llego aventurar que no habrían de pasar 24 horas antes de que su cabeza rodara
por el suelo. Ante esta amenaza tan rotunda que llegó a los oídos del profeta,
"puso éste los pies en polvorosa" no sin antes predecir cómo habría
de terminar sus días la reina, defenestrada y comida por los perros. Se
adentró ELÍAS en el desierto y, durante su trayecto, el hombre, ante tan feroz
persecución, se deseó la muerte. Pero los planes de Dios era otros. Un cuervo
le proveía de alimento y bebida y, así, camino hasta el monte Oreb dónde se le
manifestó, en medio de una suave brisa, el mismo Dios.
Elías era un hombre de oración y, al decir que era un hombre de oración, quiero
decir que vivía constantemente en la presencia de Dios, realidad que no excluía
el encontrarse en medio de sus gentes con las que compartía penurias desde las
que oraba con insistencia a Dios para que no dejara de bendecir al pueblo
necesitado el auxilio y de la protección del Señor, no solo contra aquellos que
atacaban duramente la fe en su raíz, sino que se preocupaba de aquellos que
padecían la necesidad en el cuerpo. Tres años y medio fueron los que, por
aquel entonces, estuvieron las nubes ausentes de la geografía israelita, tres
largos años sin que callera, sobre aquel secarral, una sola gota de agua. Tres
años en que la tierra no verdeo, no floreció y no dio fruto lo que desencadenó
una hambruna tremenda que diezmó la población del Oriente Medio. (Hechos
semejantes y parecidos a otros que nos trae el correr del tiempo pues, no
hace muchos años, todavía están en ello, en que la sequía azotó a la región
subsahariana, una sequía semejante y una hambruna de tal calibre que se ha
llevado por delante a millones de personas y de animales por falta de
nutrientes que no emergian de esas tierras cuarteadas por la falta de la
humedad que llega del cielo con las gotas de lluvia que dejan caer las
nubes a su paso por la zona). Pero el profeta rogó a Dios: «mira como perecen
tus hijos atiende mi suplica, riega esos campos, dales el agua de la salvación.
Nos cuenta la Biblia que el profeta mandó subir hasta siete veces a su siervo a
lo alto de la cumbre del Carmelo para ver si divisaba alguna nube que subiera
desde la superficie del mar Mediterráneo a la séptima vez bajo, todo corriendo,
y, contento, y le comunicó al profeta:«he visto subir una nubecilla como la
palma de la mano que se eleva sobre el mar». Era la señal de que Dios había
escuchado la oración del profeta (es el momento que recoge la pintura, en el
mural al fresco) que realizó Remigio Soler en la nave de la izquierda de la
iglesia del convento de San José en 1950) y éste le dijo a su siervo: «Vete a dónde se encuentra el rey y dile que enjaece su caballería,
engarce su carro, monte en él y salga pitando, a toda pastilla, a su palacio
para que no le arrastre el agua.
Aquellos vapores que subían desde la superficie
del mar se convirtieron en grandes y poderosas nubes que, empujadas por la
brisa marina, vinieron a cubrir, con su sombra la superficie de las tierras de
Israel, dejando caer sobre ellas tal cantidad de agua, que las llenó de humedad
preñándolas de vida.
Tres años y medio había durado aquella sequía
sin igual que, como pandemia del covid-19, se llevó, por delante, a cientos de
miles de personas, salvo a una pobre viuda de la ciudad de Sarepta con la que
se topó el profeta al salir del desierto y solicitarle, por caridad, que le
diera de para comer un poquito de pan con aceite.
«Mira, hombre de Dios, le dijo aquella mujer, he
salido al campo a recoger unos palos con el fin de hacer un fuego y cocer una
torta con la última harina que me queda en la orza y el poquito de aceite que
me resta en la alcuza, luego, mi hijito y yo, nos dejaremos morir»
- «No te ocurrirá eso, le dijo el hombre de
Dios, porque te digo en nombre de mi Dios que, durante el tiempo que dure
la sequía, no se agotará la harina en tu orza ni el aceite en tu Alcuza. Pero
anda ve a casa y haz como tenías pensado. Pero prepara primero para mí una
tortica de pan»
Así lo hizo aquella mujer viuda de la ciudad de
Sarepta de un país extranjero (hoy Líbano). Y, según nos relata la
Biblia, a lo largo de la sequía no se agoto, nunca, la harina de la orza ni el
aceite de la alcuza.
Estas son unas breves pinceladas del personaje
que celebramos los carmelitas en el día de hoy.
El profeta Elías fue un hombre llamado por Dios.
Un hombre que escuchó a Dios. Un hombre que se plegó a la voluntad divina. Un
hombre que hablaba en nombre de Dios no solo con palabras, sino con hechos. Un
hombre de oración. Un hombre de encuentro con sus hermanos, los hombres. Un
hombre comprometido con la lucha en defensa de sus hermanos. Un hombre que no
consintió que una pobre viuda y su hijito murieran de hambre a causa de una
hambruna que tuvo lugar una vez en la tierra Israel y naciones vecinas.
Ese hombre privilegiado fue el profeta Elías al que un puñado de soldados
cruzados europeos finalizando el siglo XII decidieron permanecer como
eremitas en lo alto del monte Carmelo para, envueltos en el espíritu de Elías,
vivir una consagración a la Madre del Salvador, la VIRGEN INMACULADA a la que,
en estos días de atrás, hemos celebrado en su advocación del MONTE CARMELO.
Recibe mi saludó, mis
20.7.2021. Martes. (C.1.305)
P. Alfonso Herrera Serrano. Carmelita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario