sábado, 14 de agosto de 2021

Por los Suelos

ESTAMPA CAUDETANA.

POR LOS SUELOS.

Cuando aquella señora gallega muy cargadita de años, que vivía en el ático del número 44 de la calle Castelló de Madrid, decidió quemar las naves, que la habían traído de jovencita recién casada a Madrid, en el mar proceloso de la capital del estado y largarse a su tranquilo pueblo gallego para vivir placenteramente los días que el Señor tuviera bien seguir concediéndole, solo tenía un dolor en el corazón y, éste, no era otro que abandonar sus plantas en aquella terraza donde el sol, sin impedimento alguno, sacudía en los estíos madrileños sin miramiento,  así como el gélido frío lo hacía, por su parte, durante los inviernos de la capital. Y fue en aquel momento cuando se cruzaron nuestros caminos con gran placer para mí porque, aquella buena señora, de la que nunca supe su nombre, me hizo un gran obsequio: cuarenta y tantos tiestos, la mayor parte de ellos cactus porque es la planta que aguanta el calor madrileño, que no es flojo cuando atiza. Entre ellos había uno, un tronco mocho que no medía ni siquiera cuarta y media con un aspecto de fallecido que no hacía abrigar muchas esperanzas de superación, nuestro protagonista de hoy.  

Este cactus, el EUPHORBIA TRIGONA VENENOSA, ya te lo decía hace mucho tiempo, es originario del sureste africano, más concretamente de Rio Graboon. Allí se le conoce con el nombre del ÁRBOL DE LA LECHE porque su sabia (látex) es tan blanca que parece leche. Cuando alcanza envergadura y sus ramas crecen lo suficiente, son empleadas para la construcción. Los aborígenes se sirven de esas ramas para hacer sus casas.

Permaneció un par de años en mi bosquecillo madrileño sito en el nº 9 de la calle Pintor Ribera y allí empezó a echar rebrotines. Pero la exuberancia que ha llegado a alcanzar la ha alcanzado aquí, en la Real Villa de Caudete, en el claustro barroco toscano del convento de San José (El Carmen) porque cuando recibí orden de traslado él se vino conmigo y le trasplante a una de las jardinera que otrora contuviera una pita en una de las esquinas donde el sol llegaba a visitarlo cuando, todo guapetón alcanzaba, con sus mejores galas, al cénit de su carrera celeste y, desde allí, bien que le daba con sus certeros rayos ígneos hasta que, bajando a occidente en busca de su horizonte la torre de la iglesia del convento de San José, se lo quitaba de la vista.

En ese lugar, al sureste del claustro creció, creció, creció, y se puso muy guapo, tan es así que, los visitantes, principalmente aquellos que venían algún acto cultural se permitía el lujo, sin contar con permiso alguno, de llevarse esquejicos tantos, que llegué a contar la veintena de sustracciones.

Eso lleva consigo la cultura, el trasplantar algo que llama la atención, en este caso un esqueje de cactus, a otro lugar para que, bien cuidado, emulen a la madre de la cual fue desgajado.

Este cactus aguantó bien aquí, en el claustro, los fríos invernales durante los dos primeros años pero el invierno pasado aquellas heladas previas a la Fiesta de la Navidad del Señor, aquellas que se llevaron tantas flores del nisperero del corralón, también se llevaron de él los tiernos rebrotines del año. Lo dejaron hundido en la miseria, triste, quejumbroso, feo pero, aún así, a mí me gustaba y por eso no lo quité. Pero ayer tarde, él, “de por motu proprio” se vino abajo se VINO POR LOS SUELOS. Yo pensé que fue debido a los daños producidos en sus brotes y en sus ramas porque de los muñones que habían dejado las heladas prenavideñas no habían rebrotado nuevos hijuelos y por eso se dejó morir.

Me encontraba yo regando ayer por la tarde, tras la celebración de la Eucaristía, antes de cenar y, estando a punto de terminar de regar la gran cantidad de tiestos que quitan la dureza pétrea de las columnas barroco toscanas del claustro del convento de San José, cuando, en la esquina opuesta de donde me encontraba, se oyó un ruido. Miré y, pobre de él, le encontré de la guisa en que le ves al principio de estas letricas, tirado por el suelo. ¡pobre! cuando me acerqué hasta la jardinera donde había estado, todo esbelto, estos últimos 4 años me di cuenta de que no era debido tanto a la tristeza que sentía por el azote invernal de los hielos prenavideños, cuanto por la ausencia de raíces.

Me quedé de una pieza. Un árbol, este DE LA LECHE se sostenía a medio hundir en un equilibrio que para sí lo quisieran los funambulistas sobre una cuerda.
Llegué a la conclusión de que si se había derrumbado y caído hasta el duro suelo del claustro se había debido, principalmente, al gran riego que le había suministrado diez minutos antes y que al reblandecer la tierra  y no encontrar un sujeción, las raicillas del hermoso árbol no contaban con el agarre suficiente para mantener erguido a esta preciosidad de cactus.

Hoy le dedicaré toda mi atención a lo largo de la mañana para tratar de volver a situarle allí donde ha venido estando pero sujetándole al canalón que baja por el ángulo de la esquina hasta el suelo, tras retirarle los destrozos que todavía se ven en él causados por las antes mencionadas temperatura frías, que tuvimos en los días previos a las Navidades pasadas.

Hoy no va alegre mi saludo porque siento como si me lo hubiera dado yo, el golpazo que se ha pegado el cactus contra el duro suelo del claustro del convento de San José. Pero, no obstante, «haciendo de tripas corazón», te mando mi saludo y mis

      ¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
14.8.2021. Sábado. (C. 1.338)

P. Alfonso Herrera Serrano. Carmelita.

1 comentario:

  1. Muy buenas tardes , P. Alfonso, si da pena ver como algunas plantas se muere , sobretodo cuando tienen tantos años , pero como todo en la vida tiene su final . Que termine bien el día de tanto calor.

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