ESTAMPA CAUDETANA.
EN EL RECUERDO.
(Fotografía de Don Antonio tomada de Caudete Digital)
Antes de ayer te daba noticia acerca de que habíamos
retomado la costumbre, ya antigua, de celebrar la Eucaristía los terceros
miércoles de cada mes en el cementerio de esta Real Villa de Caudete.
El camposanto de la villa es un lugar de paz, más de una vez
lo he llamado en mis escritos la Ciudad del Silencio. Cuenta con unos oficiales
que lo tienen limpio, impoluto, pues nada llama la atención en las calles dónde
se levantan bloques y más bloques de nichos en los que reposan los restos de
los que, cansados de escribir la historia de la Villa, permanecen, según nos
enseña la doctrina cristiana, a la espera de la resurrección para un encuentro
total, cuerpo y alma glorificados, con su Creador.
El pasado miércoles permanecí allí por espacio de 2 horas.
Todo en el lugar era quietud, silencioso, nadie deambulaba por sus calles, solo
un oficial con cepillo y recogedor en mano para retirar alguna hoja o flor
secas caídas desde el alféizar de los nichos, se cruzó conmigo. El cementerio
es lugar abierto a la trascendencia, lugar situado en alto para poder
lanzarse uno al gran estanque de la grandiosidad dónde se hunden aquellos que
llamados con amor a la existencia pasaron ya por el amargo trago de padecer la
tiranía de la contingencia, que, en modo alguno quiere decir, fin,
desaparición, sino todo lo contrario, porque aquellos que a este punto llegan
lo hacen subiéndose a la catapulta que los lanza al encuentro de la felicidad
completa junto a su Creador donde ya no habrá ni dolor mi muerte, sino sólo
vida.
Sin entrar en el cementerio ya se ve, elevándose muchos
metros por encima de las tapias, un gran monumento funerario circular
donde reposan los restos de aquellos que, en este mundo, pertenecieron a
la familia Pascual de Teresa. Sólo por ver ese monumento merece la pena
"padecer" la empinada Avenida de la Ciudad del Silencio que es el
camino que une, como cordón umbilical, las dos ciudades, la ajetreada, la que
está en constante construcción y progreso, la de aquí abajo, con aquella
otra que reposa en la altura del teso envuelta en quietud, en silencio.
En la capilla de ese imponente mausoleo reposan, junto a los
restos de sus familiares, los de don Antonio Pascual de Teresa.
Pronto se cumplirán los 3 años de su muerte, hecho que
aconteció el 17 de julio de 2019 en el momento en que la procesión con la
Virgen Nuestra Madre del Carmen pasaba por delante de su casa, de su casa aquí
en la tierra, y que fue el momento para emprender el viaje en compañía de Ella,
de la Madre del Carmelo, hacia la casa definitiva, hacia la casa del Padre.
Pero si hoy lo traigo a mis buenos días no es para conmemorar el tercero de los
aniversarios desde el momento de su óbito, no, hoy lo traigo porque, si
hubiera seguido viviendo en este mundo, habría llegado a cumplir la friolera de
104 años.
En los últimos años de su vida, cuando sus hermanas fueron
por él al hospital donde se recuperaba de un infarto, para traerle a casa y
cuidarle con esmero, frecuentemente le veíamos pasear por la acera de su casa,
a sombra para evitar el sol tórrido, con el breviario en las manos rezando a
Dios la liturgia de las horas por medio de las cuales, él, sin duda alguna,
elevaba en sus oraciones al altísimo a sus paisanos y, ahora,
allí en el cielo donde el sol no molesta porque el sol es Dios y de él
dimana la luz, seguirá implorando de Él bendiciones y asistencia divinas para
esta Villa donde él vio su primera luz y cerró los ojos para despertar,
envuelto en la luminiscencia adivina, en la casa del Padre.
Descanse en paz el bueno de don Antonio Pascual de Teresa
del que, en el día de hoy, hacemos memoria.
Recibe mi saludo, mis
¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
17.6.2022. VIÉRNES. (C. 1.528)
P. Alfonso Herrera Serrano. Carmelita.
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