EL PARAPENTE
En mi paseo vespertino con dirección al pueblo para hacer
unas compras de suministros observé, cuando transitaba por el paseo que
discurre entre la orilla del mar y el parquecico existente en el coqueto Musell
de la villa, a un PARAPENTE en lo alto del cielo no muy adentro del mar. En un
primer momento volaba alto mientras se encontraba cercano a la orilla. Al
navegante se lo veía volando bajo la Umbrella del artilugio. Pero cuando fue
alejándose me daba a mí la impresión de que no tardaría en caer en las
tranquilas aguas del mar Mediterráneo produciéndose un accidente de tristes
consecuencias.
Además, di en pensar que, el impulsor que llevaba al hombre
pájaro a un final incierto, era la brisa que, proveniente de tierra adentro,
llenaba la bóveda de su artilugio y le empujaba más y más, hacia altamar, hacia
la línea del horizonte.
Sin más, continué mi andadura mientras iba pasando las
cuentas del Santo Rosario hacia el final del Paseo de Pescadores desde el que
volvía a escuchar al subastador del pescado obtenido por los avezados
pescadores del lugar, pero manteniendo latente en mi interior el temor de lo
que pudiere acontecerle al hombre volador al que suponía vigilado por las
asistencias que se encontrarían al acecho de la actividad lúdico deportiva de
un irresponsable.
No llevaba mucho tiempo salvando el kilómetro, más o menos,
que mide dicho paseo cuando, a mí altura, apareció el hombre pájaro bien
sujeto, con correas, al artilugio que le permitía otear el horizonte desde todo
lo alto. Por lo que mis temores, esos sí, cayeron por los suelos porque aquel
parapente y el hombre que llevaba colgando de sus arneses, y que había dejado
casi desapareciendo engullido por el mar a todo lo lejos, mientras iba por el
paseo del parquecico del Musell, había llegado a mi altura. Y fue entonces
cuando todo se aclaró. El parapente y su piloto no eran movidos por la brisa de
tierra mar a dentro, ¡ni mucho menos! Y tampoco estuvo nunca a punto de ser
engullido por las aguas de la mar, pues era arrastrado por una potente
embarcación de recreo que ya me había tomado la delantera para ir a fondear
dentro del puerto deportivo de la villa marinera.
No asistí al descenso del viajero porque lo hizo detrás del
edificio desde donde me llegaba la voz del subastador, amplificada por los
altavoces, ofreciendo a un público ansioso de pescado fresco, aquel que habían
conseguido capturar los pescadores que ya iban llegando en sus barcos tras otra
jornada de pesca.
Recibe mi saludo, mis
¡¡¡BUENOS DÍAS!!!
5.10.2023. Jueves. (1.690)
P. Alfonso Herrera. Carmelita.
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