sábado, 17 de febrero de 2024

Nada fue igual.

ESTAMPA CAUDETANA.

NADA FUE IGUAL.

Ayer por la tarde, NADA FUE IGUAL a lo acontecido el día anterior. Nada, salvo que, en el espacio reservado al monumento, a la Cruz y a la imagencica de la Virgen de Gracia, ellas, sí que estaban. En todo lo demás, ausencias y silencio.

A lo lejos, por el Paseo de la Virgen de Gracia, subían dos mujeres que, por la indumentaría, no cabía duda, eran mujeres árabes que empujaban sendos cochecitos de bebés.

Abrigaba yo la  esperanza de que, en el recoleto ámbito de la Glorieta de la Cruz, volvieran a estar aquellas niñas que yo viera el día anterior hablando, sin palabras audibles, en silencio, con Ella, con la Virgen, con la Madre y Patrona del lugar, con Aquella que estaba representada en piedra delante de sus limpios ojicos, con la Virgen de Gracia.

Pero, no. Allí no estaban. Allí estaba el banco vacío porque las lindas criaturicas que estuvieran sentadas, en él, el día anterior, no habían bajado acompañadas por sus papás. 

La tarde estaba metida en un ambiente que no era bueno, como lo fuera la tarde del día anterior, pero, en modo alguno, podíamos decir que era malo, porque el vientecillo frío con que se levantó el día y se entretuvo molestando, un tanto, a las gentes que bajaron hasta el mercadillo porque, al ser viernes, ya sabes: 

"viernes en Caudete, mercadillo", 

había detenido su ir de un lado a otro llevando el frío que se le le había pegado por lugares con algo de nieve y, aunque, como te digo, no era como antes de ayer por la tarde, se podía estar.  

También abrigaba la esperanza de volver a disfrutar contemplando la ESTAMPA del día anterior porque, al ser hoy sábado y no tener que ir a la escuela, bien hubieran podido aprovechar la tarde de ayer para volver a la Glorieta de La a Cruz. Pero, no. No fueron.

Dejé los recuerdos del día anterior en la Glorieta y seguí mi camino, a paso ligero, Avenida de la Libertad adelante en busca de la Avenida de las Jornetas, no porque temiera que algunas nubes negras que aparecían aquí, allá y acullá en el cielo caudetano, me empaparan, sino porque no quería que las campanas me gritaran con su voz de bronce, como lo hicieran el día anterior, que era esperado en Santa Catalina.  Y, así, llegué cinco minutos antes de que las campanas de la torre empezaran con su soniquete  a anunciar que daba comienzo el rezo del Santo Rosario.

Recibe mi saludo, mis


¡¡¡BUENOS DÍAS!!!

17.2.2024. Sábado. (C. 1.808)

P. Alfonso Herrera. Carmelita.

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