ESTAMPA CAUDETANA.
AYER FUE SAN ROQUE.
La fiesta de San Roque me trae gratos recuerdos de mis tiempos como responsable de la pastoral en uno de los valles, el de Peñarubia, que, en su vertiente occidental ya es pared de los Picos de Europa.
En uno de los núcleos de población, que salpican el valle desde lo más alto, donde asienta sus reales el pueblo de Tresviso, hasta la collada de Hoz que separa este valle del de Lamasón, que también tenía a mi cargo, se celebraba, por todo lo alto, a San Roque, justo al día siguiente de haber celebrado la gran romería en honor de la Virgen María del Valle cuya ermita se encuentra situada en otro de sus pueblo, el de Navedo.
San Roque tomaba el testigo y, en LINARES, se celebraba, en mis tiempos, a este santo.
Pero el motivo de que saque a colación a este hombre dotado por el Espíritu de Dios de un poder taumatórgico de primera clase no se debe a aquella fiesta de aquel pueblo cantabro donde yo sirviera en mis tiempos jóvenes, sino a que en el día de ayer día de su fiesta, aunque la liturgia no nos le proponía como objeto de fiesta ni siquiera de memoria, yo quise celebrarlo con todo boato en el monasterio de las Madres Carmelitas de clausura por la incidencia clara y manifiesta que tuvo este santo para con las gentes de la Real Villa de Caudete, según información que nos ha venido siendo transmitida de generación en generación en una de sus familias.
Corría el año 1885. Reinaba en España Alfonso XII. En dicho año, se abatió sobre Europa y, por ende, sobre España, la peste del cólera.
En esta villa adquirió gran virulencia. Los difuntos se contaban por centenares.
Cuenta "el libro personalizado del acontecer de esta Real Villa, que tiene por nombre Francisco Javier Cantos Albertos, conocido como "Paco el Molinero" que su tatarabuelo, PEDRO MARCO, fue contratado por el alcalde de entonces, LUIS PASCUAL PERIS, para transportar, en su viejo carro, los cadáveres de los apestados desde sus domicilios respectivos hasta la fosa común excavada en el cementerio, a espaldas de la ermita de Santa Ana, acordando como pago por el servicio la entrega de un carro nuevo.
El tatarabuelo de mi comunicante llevó a cabo la ímproba labor de transportar los más de 500 muertos provocados por la peste del cólera en la villa.
Visto el sesgo que tomaba la peste del cólera, las gentes del lugar elevaron súplicas encendidas a San Roque para que les alcanzara de Dios el verse libres del castigo que les estaba infligiendo el cólera. E hicieron voto de sacar la sagrada imagen del Santo Roque en procesión junto a las de los copatrones, la Virgen de Gracia y San Blas.
La oración de todo un pueblo impulsada por la fe acendrada de sus gentes, obtuvo de Dios la gracia que, para ellos, impetrara el bueno de San Roque, consistente en verse libres del azote de la peste del cólera.
Por lo que, en cumplimiento de aquel voto, desde entonces, la sagrada imagen de San Roque abre cada año la procesión de los patrones.
(La procesión al llegar a la Glorieta de la Cruz)
Cuando desapareció la peste sin dejar rastro pero, sí, mucho dolor en todas las familias porque muchos habían sido los fallecidos a causa del cólera, el carretero, transportista de los cadáveres, el tatarabuelo de Paco 'el Molinero", Pedro Marco, reclamó al alcalde, Luis Pascual Peris, el carro nuevo que le había sido ofrecido como contraprestación a su quehacer funerario.
-"Lo ha cobrado usted", me dijo Paco el molinero.
- Pues mi tatarabuelo, tampoco lo cobró.
Aparcó el carro a la puerta del cementerio, sigue diciéndome el tataranieto, como manifestación visible del disgusto por la falta del cumplimiento de lo acordado por el edil del Ayuntamiento de entonces con mi tatarabuelo hasta que "se le inflaron las narices" y prendió fuego al carro reduciéndolo a cenizas.
Pedro Marco , su mujer María Gracia Sánchez y su hija Ana María Marco Sánchez no percibieron ni una sola peseta por el ingente trabajo realizado transportando a los extintos a la fosa común de su reposo.
Pero, me sigue diciendo Paco "el Molinero" que aquella obra grandiosa de caridad para con los difuntos llevando a cabo la última de las obras de misericordia:
"dar sepultura a los difuntos", no la cobraron en especie pero, sí, en SALUD porque San Roque les alcanzó, al matrimonio y a la hija de ambos, el no ser víctimas de la peste del cólera a pesar de que el jefe de familia se desmelenaba, cada día, sacando a los difuntos de los lugares donde habían fallecido para transportarlos en su viejo carro hasta la fosa común del cementerio sito, entonces, a espaldas de la ermita de Santa Ana.
Y, sí, yo, ayer celebré con boato a San Roque, en acción de gracias a Dios, por el favor concedido a esta Villa en momentos de tanto sufrimiento y dolor. Y, de paso, para pedirle al buenazo del Santo que siga intercediendo por las gentes de esta Villa y por aquellos que tanbién le celebran en la parroquia de San Andrés de Linares de Peñarubia
Recibe mi saludo, mis
¡¡¡ BUENOS DÍAS!!!
17.8.2024. Sábado. ( C. 1.984)
P. Alfonso Herrera. Carmelita.
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