martes, 6 de agosto de 2024

¡Viven!

ESTAMPA CAUDETANA.

¡VIVEN!

Los sentí cerca de mí, a mi lado. Las palabras no querían salir,  se quedaban atrancadas en la garganta porque, algo, las impedía salir cuando hablaba de ellos en la homilía que iba pronunciando en la Eucaristía de ayer tarde, celebrada en la parroquia de San Francisco, hasta donde había llegado un buen plantel de gentes del lugar para celebrar el paso de este mundo a la gloria del Padre de aquellos frailes que componían la comunidad de PP. Agustinos de El Palacio:

"Gabino, José, Víctor, Ángel, Cipriano, Emilio, Felipe, Anastasio, Ubaldo, Luciano, Luis".

Los celebra la Iglesia cada seis de noviembre junto a todos aquellos que dieron su vida en España por Dios y por su fe en aquella guerra sin sentido que tuvo lugar en el primer tercio del siglo pasado. Pero a mí me gusta recordarles el día en que fueron martirizados, el día en que partieron de este mundo para llegarse al cielo al ámbito de lo divino. 

Habían sido sacados de su convento el 23 de julio del año 1936 y llevados al convento de los Padres Carmelitas que había sido convertido en  cárcel de la Villa donde permanecieron 14 días, hasta que un grupo de escopeteros que iban de viaje a Madrid se detuvieron en el pueblo para ver si existían personas que fueran objeto de ser pasados por las armas. No consiguieron nada en el Sindicato Católico de Labradores, pero se las apañaron para sacar de la cárcel a toda la comunidad de frailes agustinos a los que montaron en la camioneta en la que ellos iban de viaje y llevarlos hasta el término de Fuente de la Higuera donde, en la loma de las tierras de un terrateniente de aquel lugar, fueron vilmente acribillados por el grupo de facinerosos. Allí dejaron los despojos mientras ellos seguían su viaje hacia la capital de España.

Hasta nosotros ha llegado la noticia del hecho relatada por un testigo, aparcero del dueño de la finca donde fueron martirizados, cuyo testimonio  está recogido en el libro:

"DOLOR AGUSTINIANO"

Autor. Atilano Sanz Pascual.

Madrid 1947. (Pgs.91-104) (*).

Pensé que en ellos se cumplía la palabra de Dios revelada y  recogida en el libro de la Sabiduría 3, 1-6.9:"Las almas de los justos están en las manos de Dios y no los alcanzará ningún tormento. Los insensatos pensaban que los justos habían muerto, que su salida de este mundo era una desgracia y su salida de entre nosotros, una completa destrucción. Pero los justos están en paz. La gente pensaba que sus sufrimientos eran un castigo, pero ellos esperaban confiadamente la inmortalidad. Después de breves sufrimientos recibirá una abundante recompensa, pues Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí. Los probó como oro en el crisol y los aceptó como un holocausto agradable. Los que confían en el Señor comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque Dios ama a sus elegidos y cuida de ellos".  

Y así los celebrabamos ayer intercediendo, cabe Dios, constantemente, por nosotros y, al decir constantemente, lo digo con todo mi pronunciamiento porque al otro lado de la vida no existe reloj que marque el tiempo. A este lado, sí. Y mientras nosotros celebrábamos, en el día de ayer, el 88 aniversario de su martirio, ellos, en la presencia de Dios Todopoderoso, constantemente interceden por nosotros, miran por nosotros, como miraron por las gentes que con ellos compartieron aquellos tiempos de grandes dificultades a los que satisfacieron en sus necesidades más perentorias porque, según se me ha comunicado por algún familiar de testigos directos de aquellos prolegómenos del martirio. La Comunidad de Padres Agustinos, residentes en el Palacio que, por entonces no era otra cosa que una enfermería donde se recuperaban de las enfermedades contraídas mientras ejercieron de misioneros en el extremo Oriente, sacaban cada día una gran olla de la que servían de comer a aquellos que no disponían de medios. Y, ellos, siempre los últimos, cuántas veces se quedaban en ayunas, pero contentos por haber satisfecho las necesidades de sus hermanos, las gentes menesterosas o venidas a menos, de la Real Villa de Caudete de entonces. 

Dios no los abandonó porque, en los días que estuvieron encarcelados no les faltó nunca la comida: desayuno, comida y cena que les era servida por un par de valientes, uno de los cuales era el lechero que dio cobijo, en su casa, a algunos frailes donde fueron encontrados. Tampoco les faltó el pan porque la mujer del panadero, a la que tuve la oportunidad de conocer, ya muy ancianita, pero perfectamente en sus cabales, me habló personalmente acerca de  ello un día que fui a llevarla la Sagrada Comunión.  

Me dijo ella: 

"cada día les acercaba el pan recién horneado por mi marido y me contó que el padre Gabino de Olaso, el superior de la Comunidad de frailes, le expresó su agradecimiento y un día le dijo:

- mañana no traiga usted el pan porque seguramente nos habrán sacado, al amanecer, para darnos "el paseo". No obstante, seguía diciéndome aquella mujer, fui con el pan al día siguiente y allí estaban. Era el 5 de agosto de 1936. Y no se marró el P. Gabino en su predicción porque,  poco después, en torno al mediodía de aquel 5 de Agosto de 1936, fueron sacados del convento de los Padres Carmelitas y llevados al lugar del martirio".

Ayer los celebramos triunfantes en el ámbito de lo divino y, por medio de ellos, solicitamos, del Buen Dios, asistencia y cuidado, su providencia para las gentes que habitamos esta tierra que ellos regaron con su sangre de mártires. 

Soy del parecer de que no se olvidan de nosotros y bueno será que nosotros los recordemos, si quiera sea dos veces al año, hoy, día de su martirio, y el seis de noviembre, el día de la gran fiesta de los mártires españoles del siglo XX. 

Recibe mi saludo, mis


¡¡¡BUENOS DÍAS!!!

6.8.2024. Martes. (C. 1.975)

P. Alfonso Herrera. Carmelita.


(*) Los Padres Agustinos fueron asesinados en una heredad de Don Manuel Soles, a tres kilómetros del pueblo de Fuente la Higuera. 

Un empleado de la finca, testigo presencial del crimen nos relata: "a eso del mediodía del día cinco de agosto sentí el ruido de un camión por la carretera de Valencia, el cual paró junto al camino de carros del servicio de las tierras. Vi que bajaban del camión once personas de ropa de seglar, todas ellas desconocidas para mí. Les dijeron que subieran por el camino y uno tras otro fueron subiendo cosa de doscientos metros, hasta la primera curva, donde se forma un ribazo de un metro de altura sobre el nivel de la tierra. Los colocaron en semicírculo y uno de los asesinos se llegó a mí para decirme que me retirara, porque iban a ejercitarse en el tiro al blanco, no fuera que alguna bala perdida... Obedecí prontamente, pero me quedé al acecho tras unos árboles próximos. No se me ocultó, pues, nada de lo que sucedió. Oí entonces que uno de los religiosos, no sé quien, dijo esto, poco más o menos: 

¡ánimo, padres y hermanos!  morimos por Dios y por ser religiosos. ¡Viva Cristo Rey! Sonó de pronto una descarga cerrada y vi rodar a los once. Todavía dijo uno; quizá el mismo: "bendigamos esta tierra que se riega con sangre de mártires". 

¿Aún habla?  

-dijo uno de los escopeteros-, y dándole un tiro en la cabeza le saltó el cráneo en pedazos, alguno de los cuales llegó hasta mí, por encima del camino ". 

Nota: también se recoge el martirio de la comunidad de Padres Agustinos en el libro que publicó don José Deogracias Carrión y Íñiguez 

titulado " Persecución religiosa en la provincia de Albacete durante la guerra civil (1936-1939).

Publicado por el instituto de estudios albacetenses "Don Juan Manuel" de la Excelentísima Diputación de Albacete.

Albacete 2004.

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