ESTAMPA CAUDETANA.
TRISTE PORVENIR.
No te acordarás, pero el 17.4. 2024 te llevaron mis "buenos días" los árboles que jalonan a un lado y a otro la Avenida de las Jornetas, los Castaños de Indias.
Y, en aquel entonces, te decía que, contemplando desde el cruce de esta Avenida con la de la Libertad, toda ella coronada al final por la cúpula de la parroquia de Santa Catalina, aparecía ante mí como una senda flanqueada por árboles de la misma especie y familia que acababan de vestirse con sus mejores galas para lucirlas a lo largo de la primavera. Y, sobre tan hermosos vestidos, aparecían, salpicando sus copas, también, hermosos racimos columnares de flores blancas impolutas que anunciaban hermosos frutos, simientes, llamados a germinar dando a luz nuevos ejemplares.
Pero visto en este momento,
vana fue aquella esperanza porque lo que se les auguraba era, en verdad, UN TRISTE PORVENIR.
Pasó la primavera y, con la fotosíntesis de la mano, el verano hizo de las suyas y cuajaron muy bien e ingentemente toda aquella cantidad de flores que habían salpicado de blanco todo el verdor de los árboles que se levantan firmes, como formación de tropa de soldados, desde los alcorques donde hunden sus raíces.
Pero...,
"siempre hay un pero",
que dice el saber popular, toda aquella abundancia de frutos, semillas, que maduraron en las copas de los árboles no encontraron tierra buena, suelo apto para hundirse ofreciéndose así mismos para, al fenecer, hacer posible el vivir a un nuevo ejemplar de la familia.
En la tarde del domingo pasado, después de cerrar el manifiesto en la iglesia del monasterio de las Madres Carmelitas de clausura, decidí volver por mis fueros y bajé Avenida de la Virgen de Gracia abajo hasta la Glorieta de la Cruz desde la que tiré por la Avenida de la Libertad, para llegarme hasta la Avenida de las Jornetas y, por ella, dirigir mis pasos hacia la parroquia de Santa Catalina donde se me esperaba y se me avisaba a golpe de bronce, de campana, para cumplir con mi encomienda de presidir la Eucaristía de las 19,30 horas.
Y las vi. Vi como aquellas simientes de los Castaños de Indias aparecían ante mí. Las más, fuera de su carcasa donde se habían formado! muy poquitas todavía allí encerradas y multitud de ellas aplastadas, reventadas, explotadas por las ruedas de los vehículos que transitan calle arriba y calle abajo. Sí permanecían en el duro alquitrán con el que se ha asfaltado la Avenida o, en su caso, sobre las aceras que serpentean pegadas a las paredes de los chalés con puertas a la Avenida.
Sí, aquel futuro halagüeño en el que "pensaban" los Castaños de Indias que jalonan la Avenida de las Jornetas, en mitad de la primavera, ha quedado reducido a una MUY TRISTE REALIDAD.
Llamadas a tener un porvenir de vida, han quedado convertidas en tristes despojos que, para nada sirven, si no es para que las gentes, y los vehículos, las pisen constituyendo un ejemplo palmario de aquel dicho de Jesús que nos trae el evangelista Mateo 5,13-16
—"Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente".
Pues, para eso han quedado los hermosos frutos, simientes, de la pléyade de Castaños de Indias que forman dos hermosas hileras verdes que delimitan la Avenida de las Jornetas y que, contempladas desde donde se cruzan las Avenidas de la Libertad y de las Jornetas, aparecen coronadas por la cúpula de la parroquia de Santa Catalina.
Recibe mi saludo, mis
¡¡¡BUENOS DÍAS!!!
11.10.2024. Viernes. (C. 2.038)
P. Alfonso Herrera. Carmelita.
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