ESTAMPA CAUDETANA.
LA ALEGORÍA DE LA PAZ.
Nunca, como en la tarde de ayer, la Ciudad del Silencio de esta Real Villa de Caudete fue una ALEGORÍA PERFECTA DE LA PAZ.
Subí hasta lo alto del teso donde se encuentra ubicada. Lo hice para visitar a mis deudos, que son todos, entre los que se encuentran aquellos que reposan en la tumba presidida por la Virgen María del Monte Carmelo, en su frontis, y, a su espalda la impresionante figura del inspirador del Carmelo, el profeta Elías.
Ambas maravillas esculpidas por el escultor autóctono Miguel Bañón Díaz en el año 1923 y que, no me cabe la menor duda, fue preservada de su destrucción, no tanto por la belleza, hermosura y grandiosidad de la obra, cuanto por la intervención de Aquellos que en ella estaban representados y que daban, así mismo, amparo a todos y cada uno de los monumentos funerarios de aquellos que allí reposaban, en aquella época de conflicto entre hermanos que conocemos con el nombre de Guerra Civil. Los escopeteros solo hollaron con sus pies la capilla donde destrozaron los signos religiosos que en ella había. Pero no tocaron ninguno de aquellos otros monumentos que guardaban el sueño de las gentes que habían contribuido a hacer, día a día, gota de sudor a gota de sudor, la historia de la Villa de abajo, la del tráfago.
La tarde de ayer, ciertamente, era una ALEGORÍA PERFECTA, ENVOLVENTE, TOTAL, DE LA PAZ.
Llegué tarde, faltaban pocos minutos para que, los oficiales del Ayuntamiento encargados del cementerio, echaran la llave a las puertas del mismo. En el aparcamiento solo dos coches. Al llegar a la Avenida de la Paz que no es otra que la calle que conduce, entre dos hileras de esbeltos cipreses
desde la puerta hasta la capilla del cementerio, como me gusta llamarla a mí, apareció ante mí, en lontananza, la capilla abierta de par en par, toda ella un fogonazo de luz,
luz generada por multitud de velones prendidos a un lado y a otro de la hermosa imagen de Nuestra Madre y Patrona a la Virgen de Gracia que preside ese lugar donde acuden a reposar, a la espera de la resurrección, sus hijos de Caudete. Silencio total, silencio absoluto. Hasta la brisa que se movía, sin cortapisas, por entre las calles de la Villa bulliciosa, allí, se había parado. Ni una flor ni una rama se hacía notar movida por aire alguno.
El sol, ya hacía algún tiempo que se había hundido en el más allá de mi pueblo de Oropesa, por el occidente. Solo la luminiscencia que dejaba detrás de sí daba claridad a las calles, quietas, por las que no caminaba ya nadie, de esta Ciudad del Silencio, todas ellas engalanadas con flores, flores para honrar la memoria de los seres queridos que habían marchado dejando los caminos expeditos para las siguientes generaciones.
Delante de la sepultura de mis hermanos carmelitas, sobre la que daban guardia dos hermosos CRISANTEMOS DE FLORES BLANCAS y bajo la Sagrada Imagen de la Virgen unas flores de artificio, obsequio de algún familiar cercano de alguno de los frailes allí inhumados, teniendo delante a la guapísima imagen de la Virgen María del Monte Carmelo, y, a mi izquierda, los nichos que albergan a las Hermanas de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo,
que se vaciaron de vida neurovegetativa, la de aquí abajo, sirviendo a los más necesitados, los ancianos de la Villa, a pie enjuto, hice salir, desde mi mismidad, una oración al Buen Padre Dios para que por los méritos que nos alcanzó su Hijo Jesucristo con su donación de ser humano y divino, otorgara la felicidad, el contento, la plenitud a todos aquellos que duermen su sueño en esta Ciudad del Silencio, a la espera del despertar en la resurrección cuando Él lo tenga así establecido, entre los que se encuentran mis hermanos Carmelitas, ellos y ellas, como unos de tantos a la espera de escuchar la voz que los despierte y a los que fui a visitar.
Hasta mí, favorecido por la quietud reinante, llegó el leve susurro de una conversación proveniente del lugar donde reposan, en sepulturas, abrazados por la tierra de la que procedían, dos mujeres rezaban o hablaban de historias compartidas con aquellos seres queridos que se les adelantaron en irse al encuentro con su Creador.
Sí, ayer por la tarde, a punto de que los oficiales de el cementerio echaran el cerrojo a las puertas del mismo, ese lugar al que yo llamo Ciudad del Silencio ERA UNA PERFECTA ALEGORÍA DE LA PAZ.
Mi pensamiento voló a otros cementerios donde igualmente están a la espera de ser despertados, de resucitar, mis seres queridos, aquellos a los que Dios me unió con lazos de consanguinidad, de amor.
¡¡¡DESCANSEN EN PAZ, EN LA PAZ QUE SOLO DIOS PUEDE OTORGAR!!!
Recibe mi saludo, mis
¡¡¡BUENOS DÍAS!!!
3.11.2024. Domingo. (C. 2.051)
P. Alfonso Herrera. Carmelita.
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