ESTAMPA CAUDETANA
LOS PEQUES PONÍAN LA ALEGRÍA.
Eran las 18,34 de ayer. El sol, todavía nos miraba a través de sus gruesas gafas de oro, mientras nos decía adiós saludando con su pañuelo luminoso.
Acaba yo de llegar a la Glorieta de la Cruz, camino de Santa Catalina, y una alegre algarabía lo llenaba todo y, al decir todo, me refiero a la placita donde se levanta el monumento y al espacio reservado para el divertimento de la gente menudita, en la zona destinada a los juegos de los pequeñicos.
No disfrutaban solo los nenes, aunque ellos lo hacían ruidosamente, allí, a aquella hora, disfrutában los papás y algunos abuelos. Y es que hacía una tarde fuera de serie para el tiempo en que nos encontramos. Ya te lo insinuaba al principio, al darte a conocer que a aquellas horas, el sol, se estaba portando y portando muy bien. Por eso los huesos de los abuelos no se resentían, porque nada de frío estaba acongojándolos y lo estaban pasando y disfrutando a base de bien, sentadicos en los bancos, viendo cómo se divertían sus nietecicos bajando por los toboganes con sus bracitos por todo lo alto mientras gritaban y gritaban de alegría.
Sí, ayer hizo bueno, de primavera alta, con un sol muy puesto en su papel que, diríase, le costaba un montón dejarse caer más allá de los castillos de mi pueblo de Oropesa en el occidente de la Autonomía Castellano Manchega. Y, en la Glorieta de la Cruz, se estaba... ¡Uff! ¡Cómo se estaba!
Aunque no lo deseaba en modo alguno, tuve que dejar atrás a la Glorieta de la Cruz, para reemprender la marcha porque estaban a punto de darme gritos, llamándome, las campanas de la torre de Santa Catalina.
Recibe mi saludo, mis
.¡¡¡BUENOS DÍAS!!!
25.2.2035. Martes. (C 2.159).
P. Alfonso Herrera. Carmelita.
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