ESTAMPA CAUDETANA.
SANTA CATALINA.
Así de solitaria estaba ayer la Avenida de las Jornetas, toda ella diáfana, flanqueada por dos hileras de castaños de Indias que, según observé, comenzaban a "mover". Sus yemitas abultadas así me lo hacían ver y, no han de pasar muchos días, antes de que se abran y muestren sus tiernas hojitas para que el sol las pinte de color.
De esa guisa se encontraban los plataneros que jalonan las aceras de la Avenida de la Libertad por las que, recientemente, han pasado los maestros podadores y que, al contemplar las ramitas que dejaron olvidadas por los suelos, pude observar que también estaban moviendo estos árboles, pues las yemas, ya abiertas, dejaban ver las hojitas que luego serán grandes, grandes, como abanicos.
Sí, así estaba la Avenida de las Jornetas en una tarde fresca por lo que el sol no se andaba ayer con arrumacos, como sí lo hiciera el día anterior, sino que, decidido, se dejó caer abruptamente, más allá de mi pueblo de Oropesa, más allá de donde termina, por occidente, la Autonomía Castellano-Manchega, para perderse en las extensas dehesas extremeñas. Y, por eso, descuella, allá, en lontananza, en lo alto de la cuesta, la cúpula de la parroquia de SANTA CATALINA, desde la que me llegarían, porque no iban a tardarían en dejarse oir, los sonoros tañidos de la campana grande, de la "Santa Catalina" de su torre porque, las 19,00 horas no iban a tardar en llegar y, a esa hora, Juan Doménech, el sacristán, tira de la cuerda del badajo que golpea, inmisericorde, el bronce de la campana grande, de "la Santa Catalina".
Antes de que su sonido quejumbroso interrumpa la paz reinante en el lugar, aprovecho yo para mandarte mi saludo, mis
¡¡¡BUENOS DÍAS!!!
26.2.2025. Miércoles. (C. 2.160).
P. Alfonso Herrera. Carmelita.
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