martes, 15 de julio de 2025

Último día de la Novena en honor de la Virgen Maria del Monte Carmelo.

ESTAMPA CAUDETANA.

ÚLTIMO DÍA DE LA NOVENA EN HONOR DE LA VIRGEN MARÍA DEL MONTE CARMELO.


En la tarde de ayer el padre predicador escogió para ámbito de su homilía aquel parágrafo evangélico en el que se cuenta cómo la Virgen María, Madre de Jesús, y sus parientes fueron a buscarle para charlar con Él, ya que les habían llegado noticias alarmantes sobre Jesús que no acababan de comprender y querían cerciorarse, por sí mismos, si Jesús, vamos a decirlo en Román paladino, estaba en sus cabales o no.

Era mucho el gentío  que rodeaba al Señor, allí donde se dirigía a las gentes, ávidos de escucharle y, era tan así, que al ser tan abigarrada no podían entrar hasta donde él se encontraba. Pero le hicieron llegar, transmitido de boca en boca,  la noticia de que lo esperaban fuera su Madre y sus parientes. 

Y, Jesús que no desaprovecha ocasión, levantando la voz inquirió:

 "¿Quien es mi Madre y quiénes son mis hermanos?

Y sin esperar respuesta se contestó a sí mismo, eso sí, echando un piropazo su madre:

Extendiendo su mano sobre los presentes dijo:

"Estos son mis Madre y mis hermanos, los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen".

No lo dijo Él, pero se cae por su propio peso, el ser humano que ha estado más a la escucha , más atenta de la Palabra de Dios y la ha llevado a la práctica haciéndola vida en su vida, fue, precisamente, ELLA, SU MADRE  y la prueba más fehaciente la tenían todos delante de sí, ÉL MISMO.

Lo que precede no lo dijo el P. Predicador pero lo empleó para abrir el gran tema del Origen de la ORDEN DEL CARMEN.

Pues es terreno común el hecho de que, en toda novena dedicada al honrar la memoria de la Virgen María en su vocación del Monte Carmelo, uno de sus días tiene que llevar a los oyentes, precisamente, al origen de la orden. Y, en esta novena de 2025, el padre predicador, prior del convento, esperó hasta el día octavo vísperas del fin de la misma. 

Y así llevó a la auditorio, a los fieles, que vienen honrando a la Madre del Señor y Madre nuestra en su advocación del Monte Carmelo, en la iglesia del convento de San José (El Carmen) hasta los años que cabalgan entre los siglos doce y trece (1190 - 1210) en que unos cuantos aguerridos soldados que habían participado en la tercera de las Cruzadas montada por los reyes europeos para liberar los Lugares Santos del dominio del Islam decidieron no volver a sus tierras francesas, alemanas, inglesas, italianas y permanecieron en Israel, más concretamente, en el altozano del Monte Carmelo, Carmelo palabra hebrea que, en castellano, se traduce por Jardín Florido. Allí en un wadi, en una planicie excavada por un riachuelo que baja desde lo alto del monte, fijaron su residencia en las cuevas del entorno edificando, en el centro de las oquedades donde se guarecían, una capilla dedicada a la Virgen María INMACULADA, advocación mariana, ochocientos años antes de que fuera sancionada como verdad revelada por la Iglesia.

Allí decidieron vivir una consagración en obsequio de Jesucristo bajo los auspicios de Ella, de la Madre del Señor, a la que adoptaron de modo firme, decidido y exquisito como Madre  y ejemplo de quien está a la escucha de la Palabra de Dios. 

Necesitaban una normativa, norma de vida que suele darla a toda institución religiosa, aquel que, llamado por el Espíritu Santo a ser fundador, otorga a sus seguidores.  Pero, aquí surgió el conflicto, ellos no tenían, como acontece en las otras órdenes religiosas: dominicos, franciscanos..., un fundador, puesto que el amparo de su vida de consagrados residía bajo el espíritu de Elías, profeta que, en el altozano de ese monte Carmelo, defendiera, a capa y espada, la fe en Yahvé, en contra de la fe traída del extranjero por Jezabel, la mujer del rey Acab. Pero, no obstante, pidieron al Patriarca de Jerusalén, San Alberto de Jerusalén y, éste, les dió la norma de vida que sigue vigente al día de hoy.

Pocos años después los árabes, al mando de un tal Saladino, volvieron a las andadas en la reconquista de los lugares santos entre los que se encontraba, precisamente, la cueva del profeta Elías muy venerado por ellos, cercana al lugar donde aquellos cruzados habían establecido su lar (una vez estuve yo en esa cueva y allí ardía continuamente una lamparilla alimentada con el aceite extraído de las olivas de aquella tierra y que ofrendaban los árabes al profeta de la espada llameante). Y, claro, Saladino y sus huestes pusieron a los moradores del Monte Carmelo "con los pies en polvorosa". Se embarcaron en San Juan de Acre y volvieron a su tierra donde pretendieron establecerse fundando distintos conventos. Pero chocaron frontalmente con la prohibición rotunda de la erección de nuevas órdenes religiosas,  para evitar la proliferación del iluminismo.

Así que aquel que velaba entonces por la unidad de los distintos conventos, San Simón Stock, inglés, un hombre devotísimo de la Virgen Inmaculada, le pedía continuamente que velara por la Orden que le estaba consagrada y que no encontraba lugar dentro de la Iglesia, por aquel entonces. Constantemente le rezaban la oración que siempre desde entonces ha sido el emblema de la Orden y que dice así: 

"Flor del Carmelo, viña Florida, esplendor del cielo, Virgen fecunda, de modo singular

¡Oh Madre Tierra! intacta de hombre, a los carmelitas proteja tu nombre. Estrella del Mar".

Y aconteció que el 16 de julio del año 1251 tuvo la Virgen María, a bien, aparecerse a San Simón stock y hacerle entrega de la enseña del Carmelo, el Santo Escapulario. Un sacramental que es vehículo de comunicación directa con Ella, de devoción afectivo-filial con Ella y arma importantísima a la hora de pasar de este mundo al encuentro con Dios nuestro Padre y que es objeto de una promesa que hizo Ella, al tiempo que le certificaba a San Simón Stock que velaría por la orden, consistente en que

"Todo fiel devoto que muriera con la enseña del Santo Escapulario sería sacado del purgatori, lugar de espera y purificación para encontrarse con Dios, al sábado siguiente de su óbito. 

La promesa de la Virgen María s San Simón Stock se cumplió rápidamente, dado que el Papa reinante en aquel tiempo era Honorio III concedió los permisos pertinentes para que la Orden del Carmen pudiera tener vigencia y presencia en el seno de la Iglesia lo que llevaba aparejado consigo el poder extenderse y llevar a la práctica el carisma que conducía a esta Orden cuál es la contemplación de Dios y fruto de esa contemplación lanzarse al encuentro con los hermanos, primero, con aquellos que constituían la comunidad y, después, cada uno y todos con aquellos en medio de los cuales desarrollaren su vida de compromiso. 

El padre predicador contó luego algunas anécdotas que por no ser mucho más prolijo no reseño. 

Recibe mi saludo, mis


¡¡¡BUENOS DÍAS!!! 

15.7.2025. Martes. (C. 2.286)

P. Alfonso Carmelita.

No hay comentarios:

Publicar un comentario