martes, 20 de julio de 2021

Solemnidad de San Elías.

ESTAMPA CAUDETANA.

SOLEMNIDAD DE SAN ELÍAS.

Hoy en el convento de San José estamos de fiesta grande porque celebramos la solemnidad del inspirador de la NORMA DE VIDA DEL CARMELO, EL PROFETA ELÍAS, el Tesbita, llamado así por el lugar del que era originario, la ciudad de Tesbi.
Este hombre fue llamado por Dios para que mantuviera la FE del pueblo qué, ofuscado por las nuevas ideas y prácticas religiosas implantadas en el Reino de Israel por la forastera reina Jezabel.
El rey Acab de Israel, su marido, que, al parecer era un "pasmao"  la dejó hacer de todo.
Jezabel había acabado con todos los lugares santos lugares donde el pueblo judío tributaba culto a Yhave, para dedicarlo a los Baales, dioses falsos importados de su país pagano. Quiso, con estas medidas, la reina forastera  acabar, de un plumazo, con la FE acendrada del pueblo israelita.
Y es,  en ese momento (850 a.d.C.) de confusión suma, cuando Dios suscita a este hombre de Tesbi, de nombre Elías, para que, en su nombre, proclame la Palabra, llame la atención, salga en defensa de la fe y promueva el culto al Dios verdadero. Se le conocerá como el «Sagita IGNEA» es decir, como  «ESPADA DE FUEGO».
Su lema de vida y de compromiso con Yhave, con Dios, no será otro que aquel de que:«ME CONSUME EL CELO POR EL DIOS DE LOS EJÉRCITOS».
Tuvo tanto éxito este hombre que la impía reina se propuso acabar con él y llego aventurar que no habrían de pasar 24 horas antes de que su cabeza rodara por el suelo. Ante esta amenaza tan rotunda que llegó a los oídos del profeta, "puso éste los pies en polvorosa" no sin antes predecir cómo habría de terminar sus días la reina, defenestrada y comida por los perros.  Se adentró ELÍAS en el desierto y, durante su trayecto, el hombre, ante tan feroz persecución, se deseó la muerte. Pero los planes de Dios era otros. Un cuervo le proveía de alimento y bebida y, así, camino hasta el monte Oreb dónde se le manifestó, en medio de una suave brisa, el mismo Dios.
Elías era un hombre de oración y, al decir que era un hombre de oración, quiero decir que vivía constantemente en la presencia de Dios, realidad que no excluía el encontrarse en medio de sus gentes con las que compartía penurias desde las que oraba con insistencia a Dios para que no dejara de bendecir al pueblo necesitado el auxilio y de la protección del Señor, no solo contra aquellos que atacaban duramente la fe en su raíz, sino que se preocupaba de aquellos que padecían la necesidad en el cuerpo. Tres  años y medio fueron los que, por aquel entonces, estuvieron las nubes ausentes de la geografía israelita, tres largos años sin que callera, sobre aquel secarral, una sola gota de agua. Tres años en que la tierra no verdeo, no floreció y no dio fruto lo que desencadenó una hambruna tremenda que diezmó la población del Oriente Medio. (Hechos semejantes y parecidos a otros que nos  trae el correr del tiempo pues, no hace muchos años, todavía están en ello, en que la sequía azotó a la región subsahariana, una sequía semejante y una hambruna de tal calibre que se ha llevado por delante a millones de personas y de animales por falta de nutrientes que no emergian de esas tierras cuarteadas por la falta de la humedad que llega del cielo  con las gotas de lluvia que dejan caer las nubes a su paso por la zona). Pero el profeta rogó a Dios: «mira como perecen tus hijos atiende mi suplica, riega esos campos, dales el agua de la salvación.
Nos cuenta la Biblia que el profeta mandó subir hasta siete veces a su siervo a lo alto de la cumbre del Carmelo para ver si divisaba alguna nube que subiera desde la superficie del mar Mediterráneo a la séptima vez bajo, todo corriendo, y, contento, y le comunicó al profeta:«he visto subir una nubecilla como la palma de la mano que se eleva sobre el mar». Era la señal de que Dios había escuchado la oración del profeta (es el momento que recoge la pintura, en el mural al fresco) que realizó Remigio Soler en la nave de la izquierda de la iglesia del convento de San José en 1950)  y éste le dijo a su siervo: «Vete a dónde se encuentra el rey y dile que enjaece  su caballería, engarce su carro, monte en él y salga pitando, a toda pastilla, a su palacio para que no le arrastre el agua.
Aquellos vapores que subían desde la superficie del mar se convirtieron en grandes y poderosas nubes que, empujadas por la brisa marina, vinieron a cubrir, con su sombra la superficie de las tierras de Israel, dejando caer sobre ellas tal cantidad de agua, que las llenó de humedad preñándolas de vida.
Tres años y medio había durado aquella sequía sin igual que, como pandemia del covid-19, se llevó, por delante, a cientos de miles de personas, salvo a una pobre viuda de la ciudad de Sarepta con la que se topó el profeta al salir del desierto y solicitarle, por caridad, que le diera de para comer  un poquito de pan con aceite.
«Mira, hombre de Dios, le dijo aquella mujer, he salido al campo a recoger unos palos con el fin de hacer un fuego y cocer una torta con la última harina que me queda en la orza y el poquito de aceite que me resta en la alcuza, luego, mi hijito y yo, nos dejaremos morir»
- «No te ocurrirá eso, le dijo el hombre de Dios, porque te digo  en nombre de mi Dios que, durante el tiempo que dure la sequía, no se agotará la harina en tu orza ni el aceite en tu Alcuza. Pero anda ve a casa y haz como tenías pensado. Pero prepara primero para mí una tortica de pan»
Así lo hizo aquella mujer viuda de la ciudad de Sarepta  de un país extranjero (hoy Líbano). Y, según nos relata la Biblia, a lo largo de la sequía no se agoto, nunca, la harina de la orza ni el aceite de la alcuza.
Estas son unas breves pinceladas del personaje que  celebramos los carmelitas en el día de hoy.
El profeta Elías fue un hombre llamado por Dios. Un hombre que escuchó a Dios. Un hombre que se plegó a la voluntad divina. Un hombre que hablaba en nombre de Dios no solo con palabras, sino con hechos. Un hombre de oración. Un hombre de encuentro con sus hermanos, los hombres. Un hombre comprometido con la lucha en defensa de sus hermanos. Un hombre que no consintió que una pobre viuda y su hijito murieran de hambre a causa de una hambruna que tuvo lugar una vez en la tierra Israel  y naciones vecinas. Ese hombre privilegiado fue el profeta Elías al que un puñado de soldados cruzados europeos finalizando el siglo XII  decidieron permanecer como eremitas en lo alto del monte Carmelo para, envueltos en el espíritu de Elías, vivir una consagración a la Madre del Salvador, la VIRGEN INMACULADA a la que, en estos días de atrás, hemos celebrado en su advocación del MONTE CARMELO.

Recibe mi saludó, mis

      ¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
20.7.2021. Martes.  (C.1.305)

P. Alfonso Herrera Serrano. Carmelita.

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