lunes, 5 de marzo de 2018

ESTAMPA CAUDETANA. El Callejón de las Campanas



ESTAMPA CAUDETANA.
EL CALLEJÓN DE LAS CAMPANAS.


Tenía fijada la cita en Santa Catalina para las19,00 horas.
Hacia allí caminaba. Subía por la Avenida de la Virgen de Gracia por la zona más antigua del pueblo, por La VILLA. Iba indagando acerca de la posibilidad de acortar el camino porque el reloj me iba presionando un montón. En esas estaba cuando topé con la calle que tiene por nombre el de Antonio Conejero Ruiz. Miré por encima de los tejados y los últimos rayos del sol, que hacía un rato que se había hundido en el horizonte, clareaban el azul del cielo y, allí arriba, encima de los tejados de la calle, estaba la torre de Santa Catalina, casi al alcance de la mano. Sí, me pareció que por esa calle iba a acortar el camino. Ya no era necesario que subiera hasta el número uno de la Avenida y entrar en la Plaza de la Iglesia por los arcos. Sí, iba a llegar a tiempo.
- Mientras caminaba calle arriba hasta el CALLEJÓN DE LAS CAMPANAS, el medio en el que me encontraba me hizo saltar a otros tiempos, los del Medievo. El chorrilero  por el que discurrían las aguas sucias con materias ventrales partía la calle en dos. Instintivamente me llevé la manga del antebrazo a la nariz. Oí con nitidez el aviso repetido dos veces más «agua va». Enseguida busqué  con los ojos un lugar para resguardarme para que las aguas sucias, fecales, no llovieran sobre mí. Estaba viviendo uno de tantos episodios de los que encontrar un portal donde ocultarse o poner distancia con diligencia entre el ventanuco de donde salía el aviso y del que saldría, en un par de segundos, la palangana a vaciar en el aire, ya pesado por los efluvios que subían desde el reguero por donde corrían las aguas espesas sacadas con cubos de las casas que se levantaban a un lado y al otro de la angosta calle por donde trataba de llegarme hasta la cercana iglesia de Santa Catalina. Aquellas calles siempre llenas de suciedad que permanecían a la espera de que las frecuentes «gotas frías» de la costa se llegaran hasta aquí y arrastraran todos los detritus, caldo de cultivo de tantas penurias humanas que se hacían endémicas, hasta la torrentera fuera del pueblo.
- Habrán de pasar muchos siglos hasta que los ingenieros de caminos abran zanjas y colectores para el desagüe de las aguas fecales (muy entrado el s. XIX. A mi calle, en Oropesa, no llegaron hasta mediado el XX).
- Volví del túnel cuando llegué al CALLEJÓN DE LAS CAMPANAS y apareció frente a mí la torre de la Parroquia de Santa Catalina en toda su esbeltez recortada contra un firmamento despejado en el atardecer del día, alumbrada por una luminosidad lograda a base de mezclarse la luz que se deja atrás el sol en su escapada hacia occidente y aquella que fabrica la industria humana para tratar de robarle espacio a la oscuridad en que nos deja incursos el sol al marcharse. La luz resultante resalta a las mil maravillas la prestancia de la torre de planta cuadrada que, ella sí, fue testigo de lo que, para mí, fue un mero viaje al pasado de la mano de los estudios de La Geografía de la Población, mientras iba por esa calle de LA VILLA que tiene por nombre ANTONIO CONEJERO RUIZ, aquellos aspectos de la vida de los asentamientos humanos de los que nos habla la historia de las costumbres de pueblos y ciudades y que, en este campo, nos aporta relatos de hechos que causaron sensación en su tiempo como, por ejemplo el ocurrido en la vecina Cuenca en 1611. Resulta que la señora que estaba al servicio de un párroco del lugar que, a su vez era canónigo, fue llevada presa porque arrojo  por la ventana aguas no, precisamente, muy limpias, sin dar el grito preceptivo de «agua va» tres veces pronunciado (nadie lo hacía más de una vez y de ahí la necesidad imperiosa de ponerse a cubierto o tomar velozmente «las de Villadiego» para poner terreno por medio) y claro, puso a un viandante o más, que no me acuerdo, - «de chúpame dómine», que diría mi madre. Y para asegurar el pago de la multa aparejada al hecho, le sacaron de la casa, al canónigo, que era párroco, una vasija de cobre. Aquello acabó bien. El canónigo alegó que el ama estaba muy enfadada, furibunda y por eso se olvidó de dar el aviso preceptivo. La vasija de cobre también fue recuperada porque no iban a quedar maltrechas las relaciones entre los estamentos  de la Ley y del Clero. Pues casos como este y más chuscos, seguro, que los contempló muestra monumental Torre desde que se puso la bandera por sombrero el año de gracia de 1499  hasta que los Ediles del pueblo procuraron la salida de aguas sucias por debajo del nivel de la calle.
- Oye, tras llegarme hasta la baja Edad Media y subir  de vuelta, hasta ahora mismo, tengo que decirte que llegué puntual a mi cita en Santa Catalina. 
- Espero que te llegue mi saludo, pues para allá te va, y mis
          ¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
5.3.2017 Lunes. P. Alfonso Herrera. O. Carm.

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