domingo, 2 de septiembre de 2018

Las Campanas de Sta. Catalina




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ESTAMPA CAUDETANA.
MANTO DE 1751

Hasta las 14,00 horas estuvieron repicando ayer las campanas de Santa Catalina.
No nos comunicaban el fallecimiento de algún miembro de la comunidad eclesial del pueblo, pues no hubo ningún fallecido, que, según sea su tañido quejumbroso y plañidero, nos dicen si el difunto es mujer u hombre.
Tampoco repicaban a arrebato pues, ni el pueblo ni en su predio, se levantaba columna de humo alguna, el calor no lo producía el fuego, era fruto del buen hacer de un sol que no para, que no toma vacaciones. Tampoco nos convocaban a misa porque al ser víspera de fiesta, de domingo, la celebración festiva siempre es vespertina, a las 19,30 horas. Tampoco lanzaban a los cuatro vientos toques alegres acompañando la procesión de la Patrona, eso lo harán el día ocho cuando todo el pueblo acompañe a la MADRE, LA VIRGEN DE GRACIA, por las calles del pueblo. Nada, ningún acontecimiento demandaba un toqueteo tal largo y tan bien tocado.
La causa hay que buscarla en el día. Ayer fue primero de septiembre y, en ese día, aquí en Caudete, es un día de puertas abiertas para subir a lo alto de la torre, torre que contempla el acontecer del pueblo desde finales del siglo XV, (he leído que desde la última decena de años de aquel siglo). Vamos que es coetánea de los viajes descubridores de Cristóbal Colón y de los hermanos Pinzón. Pues mientras éstos navegaban en las carabelas Santa María, la Pinta y la Niña, siguiendo al sol para ver el lugar donde paraba a dar una cabezadita, los canteros y albañiles caudetanos iban, siguiendo las órdenes de un entendido en levantar torres, colocando piedra, sobre piedra, unidas por buena argamasa. La elevaron tan alta, tan alta, que muchos de los lugareños, de por aquel entonces, por echar tanto la cabeza para atrás para poder  otear la altura que iba alcanzando, sufrieron de tortícolis, cuando no les hiciera ¡crak! alguna vértebra cervical.
Pues allí donde cuelgan las campanas, en la sala espaciosa, con vistas a los cuatro puntos cardinales del pueblo y de más allá, hasta la sierra Oliva, por un lado con su capilla de Santa Bárbara y los molinos de viento que moler, moler, no muelen nada, sólo energía eléctrica le sacan al aire que por allí corre,  y la Lácera, por otro, es donde han estado accediendo gentes propias y forasteras porque el «gremio de campaneros» del lugar, siempre, cada primero de septiembre, al sonar las campanadas de las medias de las diez, abren de par en par las puertas de la parroquia de Santa Catalina, primero y, luego la de la torre de las campanas para que los visitantes suban por la escalera hasta la sala donde se encuentran suspendidas las cinco campanas, tres de ellas del siglo XVIII, y contemplan, in situ, cómo esos avezados campaneros hablan con sus campanas y éstas, les contestan lanzando alegremente sus voces metálicas para decirle al pueblo y a todo el que por su predio pase que, hoy, por ayer, es el día de ellas y de sus amigos los campaneros y que, por eso, tienen las puertas abiertas de par en par y, por eso, nos han dado su concierto largo, sin prisas, hasta las 14,00 horas en que han parado para que sus amigos, los del gremio de  campaneros, repongan fuerzas dando buena cuenta de una pitanza  al estilo de aquella de las «bodas de Camacho» que, según nos cuenta Don Miguel de Cervantes, tuvo lugar en un lugar de tantos, no lejano de Caudete, por donde pasara, «desfaciendo entuertos con lanza en ristre», a grupas del «poderoso» Rocinante, el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha.

Envuelto en el recuerdo del vocerío de las campanas de la torre de la parroquia de Santa Catalina de Caudete, se llega hasta ti mi saludo, mis

          ¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!


2.9.2018. Domingo. P. Alfonso Herrera, O. C.


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