ESTAMPA CAUDETANA.
MAESTROS DEVOTOS DE LA VIRGEN.
Hoy se cumplen 56 años del tránsito o, como quieras, de la
muerte, de la marcha de este mundo a la casa del Padre de un buen hombre. Se
llamaba Gaudencio, Gaudencio Fernández Hernández. Seguramente no le conociste ni oíste
hablar de él.
Te cuento: fue un maestro, un maestro de escuela pública de postguerra. Un hombre a lo Hércules, cómo fueron los hombres de posguerra, los que pusieron en práctica aquel pensamiento del Rector Magnífico de la Universidad de Salamanca Miguel de Unamuno "España necesita nuevas corrientes de pensamiento, de cultura, necesita abrir sus puertas para enriquecer a los españoles". Se refería el profesor a las ideas que venían de fuera para dar entidad y firmeza a la generación de españoles de principios de siglo. Gaudencio no fue de principios de siglo pero, sí que fue, durante algún tiempo, coetáneo del decano vasco. En el tiempo, largo tiempo, de su ejercer como maestro para aquellas generaciones de españolitos que fueron pasando por sus aulas, dentro de la ciudad amurallada de Ávila. Les transmitió principios de toda clase sobre los cuales trató de asentar la persona y, luego, a esa persona la enriqueció con conocimientos de toda especie. Fue un maestro total, como eran los maestros de posguerra, como lo fue Don José Failde, mi maestro, que llegó a mi pueblo de Oropesa desde sus tierras gallegas mediado el siglo XX. Fueron hombres cercanos, hombres familiares que supieron conjugar perfectamente el respeto en un diálogo cercano. Ellos aplicaban a las mil maravillas las teorías de la enseñanza que luego pondrán estructuradas por escrito Decroly y Fainet, entre otros. Sabían escuchar y, al hacerlo, descubrían qué era lo que tenían que potenciar en los muchachos. SÍ, eran hombres abiertos, verdaderamente vocacionados para la educación y formación. Hacían crecer a aquellos muchachos para ser integrados en la sociedad de su tiempo como miembros sobre los que habría de pivotar aquella generación de la penuria qué ahondó sus raíces sobre la generación española precedente fundida con la tierra patria en aquella contienda alevosa.
Don Gaudencio fue uno de ellos. Supo prescindir de sí para volcarse totalmente a sembrar muy buena semilla en aquella generación virgen, tierra fecunda, sobre la que se levantará, luego, la que eche a volar en libertad. No enseñaba solo Lengua, Matemáticas, Geografía, Ciencias o Formación del Espíritu Nacional, porque todo aquello era solo un remo de la barca. Era consciente de que necesitaba tener a mano la fe en Cristo como segundo remo para pasar al otro lado de la corriente. En esa fe encendía el maestro la luz en el alma del alumno y allí prendía la tierna devoción por la Virgen María, Nuestra Madre. Cuando llegaba mayo, cada día, al comenzar o concluir la jornada escolar concitaba la atención del alumnado para ofrecer la sencilla ofrenda de LAS FLORES.
Don Gaudencio empleaba el librito, cuya portada encabeza este escrito, hoy con el color marfileño con que le ha pintado el paso del tiempo. Fue imprimido el año convulso de 1937.
Cada día del mes de mayo, las manos de don Gaudencio, abrían el librito con unción y dirigía la oración y el canto de los niños, hasta que el Señor le llamó para que, directamente se encontrara con la Madre de su Hijo y Madre de él, para que ofreciera él mismo un puñadito de rosas.
Cuántas veces, al llegar este día, 22 de mayo, que vendría a ser el de su tránsito, él dirigiría, con fervor, esta oración:
El libro es una joya, una reliquia, un sacramental, que guarda uno de sus
hijos. Yo conocí a todos porque uno de ellos, Félix, compañero, durante tres
décadas, en las labores docentes en el entrañable Colegio de San Pablo CEU de
Montepríncipe, me invitaba a celebrar los bautizos y Primeras Comuniones de sus
hijos a las que asistían, como una piña, todos ellos.
Qué tiempos. Yo también recuerdo con cariño a mi maestro gallego, Don José Failde que llegó joven, casi recién casado con Doña Rosa, también maestra, y se hizo uno un oropesano más y ya no invocaría el saco de puntos ganados para optar a otra plaza o para volver a sus tierras del noroeste español. Todos sus días, desde que puso el pie en mi pueblo, fueron vividos en Oropesa y cuando el taleguito donde se los guardó Dios se agotaron, se fundió con la tierra oropesana a dos o tres metros de donde descansan mis padres y los padres de mi padre.
Mi madre fue la que nos inculcó a todos sus hijos una tierna devoción por la VIRGEN MARÍA, ella se la tenía, de modo especial, en la advocación de LA PURÍSIMA CONCEPCIÓN. Pero tengo que reconocer que mi maestro Don José, como Don Gaudencio con sus alumnos, tuvo también que ver en mi devoción por la VIRGEN.
No cantaba mal mi maestro y él me enseñó como lo hacía mi madre, a cantar las FLORES A MARÍA, sirviéndose de un librito igual al que usara su colega Don Gaudencio, intra muros, en la ciudad de Ávila:
"Venid y vamos todos
Con flores a María,
Con flores a María
Con flores a porfía,
Que Madre nuestra es..."
Qué tiempos. Yo también recuerdo con cariño a mi maestro gallego, Don José Failde que llegó joven, casi recién casado con Doña Rosa, también maestra, y se hizo uno un oropesano más y ya no invocaría el saco de puntos ganados para optar a otra plaza o para volver a sus tierras del noroeste español. Todos sus días, desde que puso el pie en mi pueblo, fueron vividos en Oropesa y cuando el taleguito donde se los guardó Dios se agotaron, se fundió con la tierra oropesana a dos o tres metros de donde descansan mis padres y los padres de mi padre.
Mi madre fue la que nos inculcó a todos sus hijos una tierna devoción por la VIRGEN MARÍA, ella se la tenía, de modo especial, en la advocación de LA PURÍSIMA CONCEPCIÓN. Pero tengo que reconocer que mi maestro Don José, como Don Gaudencio con sus alumnos, tuvo también que ver en mi devoción por la VIRGEN.
No cantaba mal mi maestro y él me enseñó como lo hacía mi madre, a cantar las FLORES A MARÍA, sirviéndose de un librito igual al que usara su colega Don Gaudencio, intra muros, en la ciudad de Ávila:
"Venid y vamos todos
Con flores a María,
Con flores a María
Con flores a porfía,
Que Madre nuestra es..."
Recibe mi saludo, mis
¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
22.5.2020. Viernes. Día 69 de confinamiento.
P. Alfonso Herrera Serrano, Carmelita.
Buenos días P.Alfonso. El mes de mayo en los años 50 yo los recuerdo como usted dice . Yendo a la escuela y por la tarde antes de salir rezábamos y cantábamos las flores a Maria . En mi caso mi maestra era Doña Juanita Berenguer. Eran otros tiempos y los buenos recuerdos no se olvidan . Buen viernes para todos .
ResponderEliminarMuy buenos días, P. Alfonso, que buenos recuerdos nos trae hoy de mi infancia , cuando todas las tardes hacíamos las flores a la Virgen, en la escuela con Doña Juanita , ( las escuelas del mercado como las llamábamos vulgarmente) su nombre era Doña Cecilia Serrano,yo tengo muy buenos recuerdos de mi maestra Doña Juanita . Que pase un buen día de Santa Rita , hoy además de hacer las flores a la Virgen también rogaremos a Santa Rita que pase pronto está epidemia.
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