ESTAMPA CAUDETANA.
¡Qué agradecida es la naturaleza situada, toda ella,
en este globo terráqueo en el que vamos esculpiendo la historia, los seres
humanos!
Son tantas las prisas con las que acometemos nuestros
quehaceres y compromisos que no caemos en la cuenta de esa realidad con la que
estamos entroncados los seres humanos. Ni siquiera paramos mientes en ella.
Pasa totalmente desapercibida.
Cuando nos detenemos para contemplar, para mirar, un
parterre en el que crece un macizo de margaritas al que hace frontera con el
exterior una hilera de tulipanes, nos extasiamos observando el TULIPÁN, bien
guapo y hermoso, una ¡maravilla! y sin embargo no caemos en la cuenta de que,
si es una hermosura única, es porque surge pujante de un bulbo enterrado en una
tierra enriquecida con el abono hecho con los despojos y sobras de nuestras
casas de la que se nutre. Todo un proceso por el que vuelve a adquirir, su
importancia capital, aquello que nosotros hemos desechado. Sí, todo lo que
nosotros hemos desechado por inservible, la naturaleza lo ha tomado y lo ha
transmutado, lo ha convertido en riqueza y nos lo ha devuelto, hermoso y puro,
guapo, a través de la foresta, a través de las flores, como ha hecho
sirviéndose de un TULIPÁN al que sirven de telón de fondo un montón de
margaritas que ponen chispeante blancura, cubriéndolo, a un hermoso
macizo verde.
A Jesucristo, lo desecharon los hombres, lo condenaron
a desaparecer y, como “desecho humano” fue retirado a un hondón de la tierra,
como se hace con el bulbo del TULIPÁN, pero, al igual que la naturaleza recoge
los desechos de nuestras casas y los hace revivir en maravillosas
manifestaciones de vida, el Espíritu de Dios retomó a Jesús de entre las
tinieblas de la muerte y lo hizo resurgir vivo en explosión de luz en medio de
una humanidad oscurecida, por la negrura del pecado, a la que envolvió en su
claridad
Sí, hoy te lleva mi saludo, mis “buenos días”, esa preciosa
imagen de un TULIPÁN al que realza un macizo de margaritas blancas con que he
sido saludado, yo mismo, esta mañana por una de mis amistades.
No sé de dónde habrá tomado la instantánea mi comunicante.
No sé si es de aquí o si es de allí, de ésta o de aquella calle, si de
éste o de aquel parterre. El caso es que está ahí y, yo, contemplándola
fijamente no me quedé sola y exclusivamente en su aspecto externo, en la
belleza de la flor de un TULIPÁN rojo, como roja es la sangre de un toro que deja su vida en una lucha titánica con un torero de pro en el albero de una
plaza, ni en ese mazo de margaritas precioso frontal que hace resaltar, si
cabe, muchísimo más, a la grandiosa flor del TULIPÁN, sino en ÉL, EN
JESUCRISTO, surgiendo de las entrañas de la tierra, de la muerte.
Pareciera que el TULIPÁN se me ofrece, se nos ofrece, como copa para que tomemos en ella las delicias de la naturaleza puesta a nuestros pies, toda ella asomándose a nosotros a través de la preciosa ventana de la corona de la flor del TULIPÁN y de la multitud de florecillas, de margaritas que la engrandecen salpicando todo un mazo de margaritas, pero ¡no! Yo fui más allá, yo pensé en Aquel que, al resucitar, SE NOS OFRECE COMO EL GRAN REGALO DE DIOS, EL QUE HACE NUEVAS TODAS LAS COSAS.
Recibe mi saludo, mis
¡¡¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!!
20.4.2022. Miércoles. (C.1.496)
P. Alfonso Herrera Serrano. Carmelita.
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